Habrá una cara nueva en Los Pinos a partir del 1ro de diciembre, pero ¿qué tanto van a cambiar las cosas en la política mexicana?
Creo que Enrique Peña Nieto acertó en su columna en The New York Times, cuando apuntó que la polarización política es una de los grandes barreras al cambio en México, si entendemos la polarización como la inhabilidad de los partidos contrarios de colaborar de forma fructífera. Claro, más allá que sus méritos analíticos, el artículo fue un poco descarado, siendo el autor una de las fuentes principales de oposición a Calderón y por tanto polarización política, pero eso es un tema para otro post. Lo que es indiscutible es que desde hace 15 años, los presidentes mexicanos han batallado para sacar adelante sus agendas en casi todo momento.
En los últimos tres años, muchos factores conspiraron para limitar el espacio para operar de Calderón. Entre ellos: un partido dividido, la pérdida de su fuerza personal mientras el fin de su mandato se acercaba, una izquierda intransigente, el creciente enojo y desconfianza proveniente de la ola de violencia vinculada con el crimen organizado, y, más importante, la falta de una mayoría en el Congreso. Gracias a estos y más, los logros de la primera parte de su sexenio (la reforma judicial, la reforma del ISSSTE, la reforma fiscal, etcétera) desaparecieron en la segunda.
Algunos de los factores referidos dejarán de pesar con el arranque de la administración peñista; el nuevo presidente no luchará contra su mismo partido como Calderón tuvo que hacerlo, y tendrán que pasar años antes de que la inminente salida empiece a mermar su fuerza política.
Pero en cuanto a los demás factores, el mandato de Peña Nieto va a tener mucho en común con el de Calderón. La postura de López Obrador (y la izquierda) es difícil de predecir, pero como estamos viendo, los escándalos de las tarjetas de Soriana y la cobertura sesgada de algunos medios importantes ofrecen un pretexto fácil para que se sienta engañado de nuevo. Si bien es poco probable que se mantenga como “presidente legítimo”, tampoco es probable que deje la postura de opositor obstinado. Además, gracias a una campaña en que superó las expectativas de casi todos, su prestigio personal dentro de la izquierda mexicana va en alto, y a menos que AMLO por su cuenta decida retirarse, es difícil de imaginar que sus adversarios dentro del PRD logren arrebatarle el control de la izquierda de manera definitiva.
La violencia también puede complicarle las circunstancias a Peña Nieto. Él no tiene el antecedente de haber mandado 50,000 soldados a cada parte del país, cosa que según muchos provocó la violencia desmedida de los últimos años. No importa. Aunque no esté personalmente asociado con la crisis de seguridad pública como Calderón, si seguimos viendo 15,000 muertos por años gracias a los pleitos entre las diferentes organizaciones criminales, él se verá igualmente acorralado políticamente. A partir del 1ro de diciembre, será suya la responsabilidad de bajar los niveles de homicidio, extorsión, y secuestro. Lamentablemente, no es un objetivo tan fácilmente logrado.
El problema más grave para los que esperan un sexenio que rompe la racha de inactividad presidencial es la falta de una mayoría en el Congreso. Todas las demás barreras políticas habrían sido superables si Calderón contara con una mayoría panista en el Senado y la Cámara de Diputados; en los hechos, éstos faltaron, lo cual le dificultó al presidente aprobar reformas e implementar su agenda.
No quiere decir que la historia se tiene que repetir. Ideológicamente, sectores distintos del PRI se encuentran en todas partes del espectro político, lo cual le da la oportunidad a un Peña Nieto oportunista a ofrecer acuerdos jugosos a sus adversarios. Pero esa lógica se impondrá siempre y cuando haya otro partido que esté dispuesto a jugar. Como se indicó arriba, el PRD de AMLO no es una posibilidad real para reformas delicadas. El PAN puede convertirse en un aliado de conveniencia de vez en cuando, pero tarde o temprano, éste se dará cuenta de que su futuro electoral va de la mano con los fracasos del PRI. Si quieren regresar al poder, su jugada es tronar las iniciativas presidenciales, sean lo que sean, tal como lo hizo el PRI durante la mayoría de los 12 años anteriores.
Los resultados de su sexenio no están escritos, pero muchas de las barreras que han impedido a Calderón serán igual de fuertes ahora con Peña Nieto, lo cual sugiere que el gran cambio de diciembre no será tan grande en los hechos. Los límites puestos a la agenda peñista pueden o no representar una buena noticia para usted, pero lo preocupante es que viene de una estructura política fundamentalmente opuesta al progreso, y esto es un problema para todos.