Hace 50 años este mes, sucedió uno de los eventos más peligrosos en la historia de la raza humana: la Crisis de los Misiles en Cuba. Por casi dos semanas en Octubre de 1962, gracias a la entrada secreta a Cuba de misiles nucleares de la Unión Soviética, los gobiernos de John Kennedy y de Nikita Kruschev llegaron al borde de la guerra nuclear. Durante todos las cuatro décadas de la Guerra Fría, las tensiones nunca fueron más altas, y las consecuencias posibles nunca llegaron a ser más graves. Por poco evitamos un holocausto nuclear.
Gracias a Dios, la precaución de Kennedy prevaleció, pese a los muchos asesores que abogaron por una invasión inmediata para derrocar a los Castro. Tal reacción hubiera provocado un ataque ruso, según se descubrió en los archivos rusos que se abrieron en los años 90, lo cual hubiera provocado un contragolpe estadounidense. El presidente rechazó los consejos más agresivos, y optó por una respuesta más matizada: un bloqueo naval. A trece días del inicio de la Crisis, Kruschev anunció el retiro de los misiles; en cambio, Kennedy prometió, clandestinamente por cierto, el retiro de misiles estadounidenses de Turquía.
Cuando uno lee las historias de la época, llama la atención los muchos momentos en que los malentendidos entre los ejecutivos, la incertidumbre diplomática, y la maquinaria bélica, ya echada a andar cuando la Crisis estalló, casi provocaron el inicio de una guerra caliente. Es lo que realmente asusta: no solamente que podía haber iniciado una guerra terrible, pero que la lógica bélica casi se imponía en contra de la voluntad de los líderes de cada país. Eso sigue dando miedo, 50 años después, en gran medida porque podría volver a pasar: la Guerra Fría se acabó, pero los malentendidos son una parte inevitable de las relaciones internacionales, y siguen existiendo suficientes armas nucleares para exterminar cada persona en el planeta.
Muchos de los grandes problemas políticos del siglo 20 han sido arreglados, y el mundo es más seguro por ello. El fascismo, el comunismo, el anarquismo, y varios otros “ismos” ya desaparecieron como opciones verdaderas; casi todo el mundo cree en un sistema democrático y liberal. En gran medida, es por eso que las guerras totales entre países distintos ya son poco comunes; los pleitos no son por dos visiones distintas y irreconocibles para el futuro, sino por intereses y reclamos más limitados.
Pero el problema de las armas nucleares no se ha resuelto, aunque la Guerra Fría sí terminó. De hecho, la proliferación nuclear es peor ahora que nunca antes. Hace 50 años, fueron cuatro países que disponían de armas nucleares: los dos protagonistas en la crisis, el Reino Unido, y Francia. Dos años después, China entró al club también. Actualmente, se han sumado la India, Pakistán, Corea del Norte, e Israel. En los próximos años, es muy posible que Irán también se convierta en poder nuclear, lo cual daría un fuerte impulso para que sus rivales regionales como Arabia Saudita y Egipto hagan lo mismo.
Los argumentos a favor de la existencia de tales armas no son ridículos: la amenaza de aniquilación obliga a los países a interactuar con precaución, y elimina la posibilidad de ganar una guerra total. En épocas anteriores, las rivalidades entre los poderes principales típicamente acababan en guerra, sea entre los alemanes y los franceses, o los franceses y los ingleses, o los espartanos y atenienses. Sin embargo, la resolución del conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética fue pacífica (claro, si ignoramos todas las guerrillas que los dos países subsidiaron al margen del conflicto principal), porque cada uno mantenía la capacidad de destruir al otro. Así pues, por el mismo temor que provocan, las armas nucleares son un mecanismo de estabilidad y de paz.
Este argumento convence más en el contexto de la Guerra Fría, cuando las armas se encontraban casi exclusivamente en las manos solamente de dos países. Kennedy y Kruschev (y sus sucesores) compartían el mismo miedo de aniquilación nuclear, así que una suerte de estabilidad prevalecía, aunque con momentos tensos como la Crisis. Pero la lógica es muy distinta en un mundo con casi una docena de países nucleares. Evitar una guerra nuclear no requiere el diálogo entre solamente los rusos y los gabachos, como en 1962, sino entre los iraníes y los israelitas, y entre los pakistaníes y de los indios. Ahora, la paz nuclear requiere la racionalidad de un régimen que se ha dejado ver como cualquier cosa menos racional en Corea del Norte. Depende de que el mercado negro para materiales nucleares no sea suficiente para que los terroristas anti-occidentales lleguen a construir una bomba propia.
Como en cualquier juego de azar, entre más veces juegas, más posibilidad hay de que un resultado improbable suceda. Es decir, si existe un 0.1 por ciento probabilidad de un intercambio nuclear a lo largo de un año, pues no tenemos por qué preocuparnos mucho en 2012. Pero si estamos considerando el próximo siglo, el riesgo ya es mucho mayor. Y como el futuro de la civilización se pone en peligro en caso de una guerra nuclear, en este asunto hasta los riesgos infinitésimos se tienen que tomar con mayor seriedad.
En fin, la lección final de la Crisis que inició hace 50 años es que es imposible que exista una seguridad mundial verdadera mientras siga habiendo tantas armas tan poderosas.