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El Tea Party
Este País | Sarah Churchwell | 01.04.2012 | 0 Comentarios

En 2009, el ultraconservador Tea Party inició en Estados Unidos una lucha contra los impuestos, el aumento de la deuda, el cap and trade y la reforma migratoria. Lejos de suponer un regreso a los principios fundadores de aquel país, estas y otras posiciones han traído división y amenazan la estabilidad de la potencia.

He aquí una monumental ironía histórica: un componente de los orígenes de Estados Unidos, que cualquier niño de escuela aprende a ver con orgullo, el Boston Tea Party, ahora se ha convertido en símbolo de nuestra vergüenza (inter)nacional. Es difícil saber qué decir en respuesta a la evidente irracionalidad y la autodestructiva decisión del Tea Party de sabotear el proceso político americano y, por tanto, la propia economía estadounidense y la economía mundial. Mientras el gobierno de Estados Unidos estaba cercado y en riesgo de declararse en quiebra por su incapacidad para pagar su deuda, por primera vez en la historia, Michele Bachmann, miembro del Tea Party, instruyó a sus seguidores –desafiando la Constitución que los seguidores del partido suponen sagrada y que declara en la Enmienda 14, sección 4, que la validez de la deuda pública de Estados Unidos no debe ser cuestionada– a que no escucharan a aquellos que intentasen asustarlos con la mentira de que Estados Unidos podría quebrar si no elevaba el techo de la deuda, cuando, por supuesto, eso es precisamente lo que hubiera sucedido. Pero el Tea Party nunca ha dejado que los hechos se opongan a su sistema de creencias y ahora ese sistema de creencias está amenazando genuinamente el bienestar de la nación que ellos dicen amar.

Los dictum expresan una filosofía y si el Tea Party tiene algo parecido a una filosofía, su dictum es muy revelador. En primer lugar, el nombre del movimiento constituye uno de los errores más graves, pero ese error es, en sí mismo, emblema de la gran ignorancia del partido. Cualquier niño estadounidense puede repetir el dictum del Boston Tea Party histórico, del cual han tomado su nombre y, se cree erróneamente, también su inspiración: “No taxation without representation” (“No a los impuestos sin representación”). Impaciente ante estas dos palabras adicionales, el Tea Party ha mutilado la proposición haciéndola más simple: “No Taxation” (“No a los impuestos”). No importa que entre las naciones del mundo desarrollado Estados Unidos tenga uno de los niveles más bajos de recaudación fiscal, únicamente igualado por México y Chile.2 ¿Son estas la naciones que el Tea Party quisiera emular? No importa que los Padres Fundadores de la nación estuvieran perfectamente dispuestos a pagar impuestos, ya que ellos pensaban que esos impuestos debían darles voz democrática en su propio gobierno.

El dictum que resultó del Congreso Constituyente no fue “In God we trust”, sino “E pluribus unum” (“De muchos, uno”). La frase “In God we trust” emergió de la Guerra Civil y fue impresa en algunas monedas, pero no fue prescrita para toda la moneda corriente estadounidense sino hasta la Guerra Fría, en 1955. Al año siguiente, el mismo en que convirtió en ley la declaración de los derechos civiles, Eisenhower lo hizo el dictum de la nación, justo dos años después de haber instituido la frase como juramento: “Under God into the nations pledge allegiance”.

En otra palabras, la frase “In God we trust” resulta de un acto de historia revisionista y religiosidad retrospectiva, que reinserta la religión dentro de nuestra historia nacional. Pero el intento de crear “uno a partir de muchos” ha conducido a una guerra civil en más de una ocasión –la Revolución americana fue, a fin de cuentas, una guerra civil–, con partes del país separándose con frecuencia: los estados del sur y otros amenazaron con abandonar el Congreso Constitucional; de hecho, el sur se separó en la década de los 1860 y volvió a rebelarse otra vez en 1948 con los llamados “Dixiecrats”. Texas siempre ha amenazado con separarse. Por mí, el Tea Party podría separarse con mis bendiciones.

El e pluribus unum –de muchos, uno– es claramente un dictum que no están dispuestos a adoptar, a pesar de su supuesta reverencia por los Padres Fundadores y por la Constitución. Quien quiera que haya seguido las elecciones intermedias del año pasado y que sepa algo de la historia americana ya se debe haber dado cuenta de esto. Los candidatos del Tea Party siguieron invocando figuras semimíticas, tales como Paul Revere, quien no es para nada un Padre Fundador. De hecho, la mayor parte de la supuesta historia de Revere es una leyenda escrita por Henry Wadsworth Longfellow, en 1860, con el fin de alentar el sentimiento popular a favor de la unidad en la Guerra Civil, en otras palabras, para mantener el espíritu del e pluribus unum y pelear contra la polarización divisionista. A los seguidores del Tea Party también les encanta mencionar a Thomas Paine, porque quieren creer que comparten el Common Sense (también conocido como “sentido común”), pero no se han tomado la molestia de leerlo y claramente no están familiarizados con ensayos tales como el “Public Good”, en el cual Paine escribió que “especialmente durante épocas de guerra –como los que enfrenta Estados Unidos en este momento–, tener una idea clara del cobro de impuestos es necesario para cualquier país, y mientras más fondos puedan recaudarse y organizarse, menos oportunidades tiene el enemigo”.

Como la historiadora de Harvard Jill Lepore ha argumentado en su brillante libro The Whites of Their Eyes: The Tea Party’s Revolution and the Battle over American History, nadie de los que han votado por los candidatos del Tea Party saben de esto porque no han vuelto a estudiar la historia norteamericana desde que dejaron la primaria, cuando los niños aprenden una versión simplificada y caricaturizada de la Revolución, a la que nunca llamaríamos “Guerra de Independencia”. Es una versión estilo “Plaza Sésamo” de la Constitución y la política estadounidenses, un mito que está siendo tratado como el “alfa y omega” de nuestra realidad política y legal. Razón por la cual tiene un aspecto casi religioso: con un mito del origen y uno de la creación de Estados Unidos –tan simplista como el de Dios creando al hombre y la mujer– a través de los Padres Fundadores.

La versión del Tea Party de la Revolución americana no solamente es fundamentalista, también está disneyficada, sentimentalizada y diluida. Es una versión que descansa sobre la creencia ingenua, solipsista y excepcionalista de que al final todo va a resultar bien para Estados Unidos, porque “Estados Unidos es la mejor nación del mundo”. Lo anterior se apoya en una tautología: “Estados Unidos es grande”, y esto lo saben porque Fox News así lo dice, de hecho. Rupert Murdoch tiene una gran responsabilidad en esto; sin el apoyo de la cadena Fox en 2009 lo más probable es que el Tea Party nunca hubiese adquirido prominencia nacional dado que carece de liderazgo y de plataforma. Su objetivo, como ha sido señalado, es regresar el reloj un siglo o más. En 1892, cuando el ladrón y corrupto financiero Stephen Jay Gould falleció, Mark Twain escribió un epitafio: “Gould hizo retroceder la moral de los negocios en Estados Unidos. Lo infectó con una enfermedad de la que nunca se recuperaría en el siguiente siglo. Jay Gould fue el peor desastre que ha caído sobre este país”. Ha pasado un siglo y ciertamente no nos hemos recuperado, pero nos la hemos arreglado para hacer un desastre aún mayor. Está todavía por verse si podremos recuperarnos, pero hace mucho tiempo que el momento de hacer declaraciones de independencia pasó.

Necesitamos trabajar de nuevo en la formación de una unión más perfecta o de una unión, cualquiera que esta sea.

Versión al español de María José Pantoja Peschard.


1 Este artículo apareció originalmente en Ziggurat, periódico de la sociedad de alumnos de la Universidad de East Anglia, en otoño de 2011, y posteriormente en The Independent, el 2 de agosto de 2011.
2 Este dato es incorrecto. México tiene una de las tasas de recaudación fiscal más bajas, comparable con la de Haití; sin embargo, no es el caso de la de Chile. [N. del T.]

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SARAH CHURCHWELL es profesora de literatura y cultura de Estados Unidos en la Universidad de East Anglia.

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