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La herida en el muro: Tuol Sleng y la arquitectura como testigo de violencia
Blog | Optográfica | Helena Okón | 11.05.2012 | 0 Comentarios

HelenaOkon

Cinco edificios de ventanas con mil ojos lo vieron suceder. Sus largos pasillos de cuadrícula amarilla se erigen en el distrito Tuol Svay Prey de Phnom Penh, Camboya. El sitio es conocido como Tuol Sleng, que significa “cerro del árbol que da frutos venenosos”, y el nombre le hace justicia, pues su sombría etimología auguró la historia de violencia que ahí se llevó a cabo hace cuarenta años. Fue en esos edificios donde en 1975, tras la toma de poder de los Jemeres Rojos, se estableció la prisión más importante de aquel autoritario régimen, conocida con la clave S-21. Por sus puertas cruzaron unas 14 mil personas – desde recién nacidos hasta ancianos – que una vez dentro, fueron fotografiadas, clasificadas, interrogadas, torturadas y finalmente ejecutadas. Este complejo de cinco edificios se convirtió en el tipo de infierno donde el único consuelo es la muerte, e incluso ésta llegaba con lentitud para los llamados neak thos, los culpables.

Durante los tres años, ocho meses y veinte días que duró la ambición del Jemer Rojo por crear una utopía comunista agraria, murieron aproximadamente 2 millones de personas, la mayoría víctimas de hambre y enfermedad. Medio millón de ellas ejecutadas por considerárseles traidores al régimen. Cuando en 1979 el ejército vientnamita entró a Phnom Penh para derrocar a Pol Pot y sus adeptos, llegaron acompañadas del fotógrafo de prensa Ho Van Thay, quien descubrió el complejo de S-21, atraído por el olor de carne putrefacta. Los trabajadores de S-21 habían huido tras ejecutar a los pocos prisioneros que quedaban, y entre millares de documentos burocráticos, el periodista encontró muros sangrantes, dolidos, untados de la afonía que queda en el aire tras un largo grito de dolor. Este silencio sólo fue quebrado por el crujir de miles de gusanos, habitantes de cadáveres ennegrecidos, que tronaban bajo sus botas.

En las amplias habitaciones de Tuol Sleng sobreviven hoy los resquicios de sus orígenes pedagógicos, pues en su primera vida fungió como secundaria local. El diseño arquitectónico lo grita, y las paredes de los pasillos revelan la huella de los estudiantes. Sus voces se leen aún en los mensajes y dibujos labrados en las paredes. Las caricaturas de vaqueros y pistolas permanecen en contraste melancólico con la evidencia de los crímenes perpetrados dentro de las paredes del complejo. Inevitablemente, en los pasillos prevalecen las heridas dejadas por la segunda vida de Tuol Sleng. El piso de cuadrícula presenta aún las manchas de sangre de los torturados. Cadenas atornilladas al piso denuncian la inmovilización forzada de los prisioneros. Las formas concretas de los muros fueron moldeadas a las necesidades más oscuras: a algunas habitaciones se impusieron subdivisiones precarias con muros de ladrillo para crear celdas; los patios centrales fueron adaptados con aparatos de tortura; sobre los pizarrones se imprimieron reglas de comportamiento. Las canaletas de las escaleras contienen aún la sangre que fue necesario trapear. Los patios centrales fueron adaptados como escenarios de tortura. Sobre los pizarrones se imprimieron reglas de comportamiento. Al lado de los dibujos infantiles legados por un pasado inocuo y escolar, ahora se leen instrucciones, clasificaciones, sentencias. La arquitectura aquí fue tan mutilada como los cuerpos y mentes de víctimas y victimarios que participaron en la espiral de violencia.

Tuol Sleng. Interior de salón

La tercera vida de estos edificios, como el actual Museo Tuol Sleng de Crímenes Genocidas, supo reconocer la importancia de preservar estas lesiones del pasado . manteniendo el complejo en las condiciones como fue encontrado. Las llagas de los edificios permanecen, y a través de su permanencia, denuncian la violencia de la que fueron testigos. En los resquicios más profundos de Tuol Sleng se lee la evidencia de cómo la violencia lo impregna todo, incluso a la arquitectura misma. Tuol Sleng existe ahora como prisión convertida en archivo, ejemplo máximo del museo fungiendo como testigo y espacio de preservación de la violencia del pasado. Muchos visitantes al museo llegan ahí en búsqueda de respuestas, con la esperanza de encontrar entre su archivo la fotografía de un ser querido cuyo destino hasta entonces desconocían. Las respuestas llegan siempre lentas, pues no existen explicaciones simples para la violencia colectiva de la que es ejemplo Tuol Sleng. Si existen, quizás estén en las esquinas de ropa apilada, en los rasguños de las paredes o los paneles infinitos que muestran las fotografías de los prisioneros.

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