Entre todos los pendientes que entrega Felipe Calderón a Enrique Peña Nieto, quizá el más importante es la reforma política. Actualmente, la reforma más discutida es la laboral, por razones obvias. Además, urgen reformas al régimen fiscal y a la industria petrolera. Pero por debajo de todo eso es un sistema político que batalla para cumplir con su función, de realizar cambios necesarios a las leyes vigentes. Hasta que se modifique esta circunstancia, siempre será difícil realizar las reformas más importantes.
Como consecuencia, una reforma política figuraba entre las propuestas de Calderón (aunque sin lograrse), y muchas de las propuestas independientes durante los últimos años. Dentro de este grupito de propuestas, hay muchas ideas que, por desgracia, no se han sacado adelante, pero en el caso de una de las más populares, deberíamos estar agradecidos que aún queda en el aire: la eliminación de los legisladores plurinominales.
Los argumentos a favor de la eliminación vienen de muchas voces, desde Pedro Ferriz de Con hasta Enrique Peña Nieto. La idea básica es que un legislador plurinominal, por no ser elegido por un distrito o estado específico, representa a su partido más que a el pueblo. Ya que la supuesta “partidocracia” es una lacra para el desarrollo mexicano, cualquier cambio para separar los actores políticos de la voluntad partidaria es un paso en la dirección correcta.
Claro, en una democracia, los legisladores deberían actuar en los intereses del “pueblo”, aunque esa palabra es difícil de definir en un país de 110 millones de ciudadanos viviendo. Sin embargo, eliminar a los plurinominales no elimina la distancia entre los políticos y los votantes que los eligen, y aunque sí lo logrará eliminar, generaría una serie de problemas además.
Para empezar, no queda claro que reemplazar el partido con la zona geográfica como la primera referencia de un legislador representa una mejoría para todos los ciudadanos. El hecho de que el legislador local se alinea con los intereses de sus votantes suena bien, pero los intereses de un estado o un distrito del Congreso no son más nobles ni más correctos que los de un partido, y en muchos casos, existe un conflicto entre lo local y lo nacional. Es decir, lo que le conviene a un estado está mal para el país en su conjunto.
Como bien demuestra el Congreso de Estados Unidos, donde no existen puestos plurinominales, la tendencia de no es una preocupación menor. Una tras otra vez, los intereses meramente locales han distorsionado las posiciones políticas de congresistas federales, para que medidas necesarias para el bienestar del país generalmente se dieran. Véase, por ejemplo, las votaciones de Ben Nelson de Nebraska, contra las reformas al sistema de préstamos educativos. Ha rechazado cambios obviamente ventajosos que su partido apoyaba, gracias a que los bancos que más benefician de las eficiencias tienen su sede en Nebraska.
La mera presencia de los plurinominales no elimina casos como el de Nelson, pero sí pueden ayudar a canalizar las propuestas de su partido hacia una visión más amplia. Así ofrecen un contrapeso a los enfoques estrictamente locales. Claro, los intereses de los partidos políticos difieren con los del país también, pero por lo menos es una entidad nacional, que se preocupa principalmente por cuestiones nacionales.
Además, un partido político siempre va a encontrar un lugar para sus figuras más talentosas. No hay manera de evitar eso, ni deberían: entre más operadores competentes existan, mejor. Pero lo ideal es que éstos políticos operen desde los puestos de poder formal, y los puestos plurinominales representan una buena manera de asegurarlo.
Al eliminar los plurinominales, habría más políticos torciendo las reglas de residencia para postularse en las zonas más convenientes (como hizo Hillary Clinton en 2000, cuando se postuló como Senadora de Nueva York pese a sus escasos vínculos con el estado). O, peor aún, los talentosos dejarían de servir desde los puestos del Congreso, lo cual dejaría esta institución formalmente esencial con una influencia menor.
Finalmente, el problema fundamental del sistema político en México es que hay tres partidos importantes en un sistema presidencial, cosa que dificulta las coaliciones y genera estancamiento. Es decir, el sistema está inclinado hacia los partidos de oposición, y éstos no perciben un interés propio en colaborar con el presidente. Lamentablemente, los opositores aciertan en su percepción, por lo menos en el ámbito electoral a corto plazo, así que las reformas no se concretan.
Esta circunstancia lamentable no tiene nada que ver con los congresistas plurinominales, y su eliminación haría muy poco para mejorar el sistema político mexicano.