Entre las tradiciones políticas más divertidas son las imitaciones cómicas de los candidatos. Mis favoritos son Will Ferrell como George W. Bush y Darrell Hammond como Bill Clinton. Como cualquier imitación, dependen de exageraciones absurdas de las características humanas evidentes: el Bush de Farrell es un verdadero menso haciéndose el vaquero; en las manos de Hammond, Clinton es un adicto al sexo siempre en busca de una fiesta.
No creo que sea muy facil hacer una parodia igual de chistosa sobre la campaña actual de México, porque los candidatos presidenciales ya se han convertido en parodias de sí mismos. Es decir, al ver sus actuaciones en el debate del domingo, ya no queda espacio para exagerar.
Empecemos con Andrés Manuel López Obrador, el icono del populismo conservador. Aunque en su campaña se ha presentado como un personaje más matizado, el domingo abandonó la moderación y regresó al discurso polémico y agresivo de siempre. Habló repetidamente del “grupo que es el que domina a los políticos en el país; no son muchos, pero son realmente los que mandan.” Recorrió al extraño hábito de muchos políticos de utilizar analogías históricas poco aptas; en una pregunta sobre la competencia económica hoy en día, citó a Morelos, y luego, se refirió a Santa Anna para ilustrar los peligros del PRI. Y en el momento más increíble, perecía sugerir el reparto del presupuesto federal entre cada familia mexicana.
Por su parte, Josefina Vázquez Mota no quiso ir más allá que su género y su papel como la figura materna de la contienda. Ella mencionó los jóvenes, las madres, o las mujeres en por lo menos 13 ocasiones. Con la misma frecuencia, se dedicó cuestionar la gestión de Enrique Peña Nieto, a veces en términos bastante fuertes. Por una gran parte del evento perecía un robot con dos ajustes: 1) atacar, y 2) ser mujer/madre.
Lamentablemente, cuando se pasó a terrenos retóricos más allá que estos dos, Vázquez no tuvo mucho que aportar. Empezó su noche con la opinión irrelevante e indefendible de que “La verdad nunca nos divide”. En algunos momentos, por ejemplo cuando propuso la fusión de todos los centros de investigación en el país, sus ideas salieron malformadas y poco pensadas. A menudo, habló en términos tan vagos que sus palabras faltaban casi todo sustento.
Pero comparado con Peña Nieto, Vázquez Mota habló con una precisión envidiable. El modelo económico es el tema más importante para cualquier jefe de gobierno, con un amplio rango de medidas y políticas posibles. Uno podría hablar horas sin agotar el tema. En la época actual, ante una coyuntura bastante complicada y en vísperas de otra recesión mundial, es importantísimo tener líderes que hayan considerado los temas de fondo. Los que no sufrirán las consecuencias.
Sin embargo, cuestionando sobre los cambios necesarios al modelo actual, el ex-gobernador del Estado de México solamente pudo pronunciar lo siguiente:
“Tenemos que impulsar un nuevo modelo de libre mercado pero con sentido social, que logre dos propósitos fundamentales: impulsar el crecimiento económico para generar empleos. Y dos, detonar mecanismos, como el de la seguridad social universal, para beneficiar a toda la población.”
Que bueno que quiere generar empleos para beneficiar a toda la población (aunque no creo que haya muchos políticos en contra de esta posición). ¿Y luego? El chiste es saber como hacerlo, y Peña Nieto no nos dio ni una indicación de que sí tiene una idea. Es decir, enfrentando el tema básico de cualquier presidencia, hablando del reto que teóricamente le motivó para postularse como mandatario nacional, Peña Nieto no parece tener ni un pensamiento aparte de lo más superficial.
Pero su falta de conocimiento no se notó tanto, porque Peña Nieto se pasó la mayoría de su noche defendiéndose de los ataques de López Obrador y Vázquez Mota —¿cuántas veces dijo algo como, “Insuficiente el tiempo para realmente responder a quienes hoy han dedicado parte de su exposición o buena parte a lanzar ataques a un servidor”? Se me hace que al atacarlo así, sus rivales le hicieron un gran favor a Peña Nieto, no solamente porque los ataques a veces parecieron injustos, sino porque con tantas palabras dedicadas a defender su record, le quedaba muy poco tiempo para equivocarse— como cuando dijo que México ha tenido el peor crecimiento del PIB en América Latina desde hace 10 años— u ofrecer pronunciamientos vacíos.
El único candidato que sí propuso ideas concretas en lugar de metas vagas e inalcanzables —aquí vuelvo a la frase “detonar mecanismos para beneficiar a toda la población”— fue el que menos probabilidad tiene de ganar: Gabriel Quadri. Entre la autonomía de la Secretaría de Función Pública, una policía nacional, cárceles privadas, la falta de alianzas público-privadas, y agencias reguladoras más fuertes, Quadri sí identificó nudos específicos, y propuso soluciones. No estoy de acuerdo con todas, pero el candidato del Panal representó una isla de consideración en un mar de exageración.