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Prohibido asomarse. Diciembre 2012
Cultura | Este País | Prohibido Asomarse | Bruce Swansey | 01.12.2012 | 0 Comentarios

Creación
En el principio no había nada. Luego sobrevino la estupefacción, la decrepitud y la podredumbre.

El amor de Dios
Antes de la palabra, en la nada que por ser nada no era ni magma, Dios se aburría divinamente. Para entretenerse creó al hombre pero al cabo de un rato paradisíaco miró a su idolillo y, como las nenas que se aburren con sus muñecas viejas encontrándolas feas, Dios inventó la muerte, la miseria, la enfermedad, el trabajo agobiante y oprobioso, la guerra y la abyección que precede al desengaño. Todo esto hizo Dios para matar el tiempo. Solo así puede explicarse su ensañamiento del cual toda piedad está proscrita, remplazada por la fatalidad eterna.

Domingo
Un día para temer a Dios, cuando todo se hunde un poco más en la muerte. Bueno para visitar ruinas y, como las hienas, alimentarse de la carroña de una historia desfigurada.

Devoción
Reza convencido de que nadie lo escucha. Dios es el velador que abandonó la caseta de vigilancia. Pero queda el murmullo del mar.

Fe
Durante misa en la catedral de Westminster una enana porta retadoramente un enorme globo azul de plástico sobre el que se alza el redentor. Siguiendo el ejemplo de una secta agresiva, las pigmeas se disponen a apoderarse del mundo y crear un imperio al cual heredar sus taras.

La eternidad
Concentra en cada palabra todo su fervor para paliar el vértigo que la palabra nunca produce. Algo simulará escucharlo aunque sus plegarias permanezcan prisioneras de la contingencia. Entre las oraciones que repite febrilmente y Su remota indiferencia destila su vacío la eternidad.

Esperanza
La esperanza resulta de creer que algo nos escucha conmovido, pero la presencia no desciende hasta el atribulado. A cambio de la adversidad real contamos con refugios cavados en pliegues del pasado o del futuro ficticios, consuelos que ornamentan la desolación interior, compensaciones engañosas y, en suma, la miseria de la esperanza.

Ouija
El telégrafo del más allá, la expresión de los anhelos confundidos y después del naufragio del corazón, el abecedario del alma.

El jardín planetario
En el jardín florecen las estrellas, azares permanentes de una delicadeza invulnerable como los planetas caídos en la gravedad de la hierba. Solo Dios puede roerlos. Yo lo he visto en la madrugada devorándolos desde dentro y dejar la cáscara de la eternidad intacta.

Sacrificio
Ofrecen las víctimas degolladas como un acto de fe pero también como una transacción. Esperan que exista alguien o algo a quien sea grato aspirar el hedor de la sangre y a cambio de semejantes efluvios los recompense.
Los sacerdotes son contrarios al amor y afines a la mentalidad del inversionista que especula con el desamparo.

El misterio y el mundo
El alma de cada ser humano es un misterio. Y luego están las clases sociales, que se lo arrebatan.

Secta
Quería desasirse apurando el dolor hasta las heces para que su aliento no empañara el cristal de la mañana. Deseaba ser fiel a la necesidad y por ello cortó el árbol y lo convirtió en cruz y cargó con ella. Desde entonces la secta creció y hoy es la industria más poderosa de que se tenga recuerdo. Las estampillas con su efigie infestan el planeta y sus seguidores son legión.

Imagen del Creador
Si es cierto que fue creado a imagen y semejanza de Dios, el Creador debe tener aspecto de gusano y alma mercenaria.

El infierno
El infierno es sobrevivir aferrados al falso abismo de una vida rencorosa y rastrera que se resuelve en el anonadamiento.

Condena
Para el condenado, incluso el paraíso es infernal.

Apocalipsis
El día del juicio final la atmósfera era luminosa y fresca. Entró a comprar un café para llevar a la oficina, cruzó la calle con la turba asalariada, los autobuses siguieron su camino dejando detrás humos tóxicos, los ciclistas esquivaron a los conductores envidiosos que pretendían bloquearles el camino y un perro enorme se cagó en la mitad de la acera sin que su dueño recogiera la mierda.

Miedo
Sintió un rubor súbito. Le ardió el rostro como si acabara de ser víctima de una humillación intolerable. La frente perlada y en las palmas de las manos sudor helado.
–Miedo –se dijo.
Y repitió: “Es solo miedo”.
La hoguera ardió esparciendo su humo espeso.

Desasirse
Basta un instante para desasirse.
“Deben ser las gorditas de chicharrón” –pensó despertándose porque una pesadez la oprimía.
Se incorporó y fue al baño de donde regresó con un sobre de sal de uvas pero antes de llegar a la cama debió detenerse y concentrarse en una sensación que la atravesaba y reducía todo su ser a una idéntica intensidad insoportable. Aunque era imposible avanzar logró dar un paso y luego cayó de rodillas fente a su lecho, como quien se dispone a rezar. Postrada supo que la espera de la que toda vida está hecha llegaba a su fin y se abría al consentimiento. Como una gota que se evapora bajo el sol ardiente, su ser se resolvió en el desarraigo último.

“Pinches gorditas” –pensó a medida que se adentraba en el exilio de sí misma– “pero lo que sea de cada quien estaban bien ricas”.
Así entró en el estadoinstantáneo, sin tiempo.

Lugares del espíritu
Territorios titubeantes entre el campo y la ciudad, donde los niños pobres juegan entre el polvo en el límite de las calles y los camiones pasan dejando detrás una nube pestilente que vela la mañana.

Los hombres afilan sus instrumentos. Se ajustan el mandil de lona plastificada y sin cólera, entre bromas, destazan una vaca. Los corderos ofrecen sus cuellos blancos a los matarifes cada vez más hediondos. Las terneras degolladas se desploman al suelo en medio de convulsiones. El suelo está empapado, caliente y pegajoso. Un caballo se hinca, el cuello punzado, mientras otro cae después de haber sido golpeado en la cabeza con un piolet. La ácida pestilencia de la sangre se alza y flota corrompiendo el aire.

Se elevan los cuchillos, brillan los martillos, las hachas se hunden en la carne. Cada instrumento es blandido con eficacia. Pero no hay ningún misterio. Como los asesinos profesionales, los carniceros hacen su trabajo con buen humor. ~

——————————
BRUCE SWANSEY (Ciudad de México, 1955) cursó el doctorado en Letras en El Colegio de México y el Trinity College de Dublín, con una investigación sobre Valle-Inclán. Ha sido profesor en esta institución y en la Universidad de Dublín. Es autor de relatos y crítico de teatro.

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