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Patrick Corcoran | 10.01.2012 | 0 Comentarios
Con su victoria en las elecciones primarias en Iowa del 3 de enero, el republicano Mitt Romney casi se aseguró su lugar como el contrincante de Barack Obama en la elección general este noviembre. El triunfo fue estrechísimo —solamente ocho votos separaron a Romney y Rick Santorum— pero Iowa es un estado donde la coyuntura no es favorable para Romney, y una derrota no hubiera sido insuperable. Con una victoria, pues, las cosas van mejor que lo que se esperaba. Ahora le sigue la elección de New Hampshire el 10 de enero, estado vecino de su nativo Massachusetts y donde tiene un triunfo casi garantizado, y dos semanas después la de Carolina del Sur, donde pese a otra coyuntura desfavorable ha abierto una ventaja de entre 10 y 15 puntos.
Romney tiene fama de ser uno de los republicanos más liberales en la época actual, y es mormón en un partido donde los evangélicos forman una parte importantísima del electorado, así que me sorprende un poco que no ha salido un alternativo conservador viable. Aunque es listo, experimentado, y agradable ante las cámaras, sus posiciones pasadas les son repugnantes a muchos votantes de su partido. Por la mayor parte de su carrera, ha apoyado fielmente el derecho de las mujeres de terminar un embarazo, el tema más importante para muchos votantes conservadores.
Más aún, su gran hazaña como primer mandatario en Massachusetts fue la aprobación de una reforma al sistema médico en 2006, legislación que se convirtió en un modelo para la reforma al sistema nacional firmado por Barack Obama en 2010. (Varios asesores que ayudaron a Romney a diseñar su plan luego ayudaron al equipo de Obama hacer lo mismo en 2009.) Como esta reforma se ha convertido en un arma con la cual los conservadores han atacado a Obama como socialista (por cierto, un ataque ridículo), el hecho de que Romney tiene antecedentes similares podía haberse convertido en un problema mayor.
Pero eso no pasó por varias razones; una es que Romney lleva más que cuatro años preparando su estrategia, y tiene mucho dinero, además de una organización electoral muy fuerte.
Otra es que sus opositores fueron, francamente, una colección de locos e ineptos. Santorum, el ex-senador quien quedó en segundo lugar en Iowa, ha comparado el matrimonio entre dos personas del mismo sexo con la bestialidad. A Rick Perry, el mejor posicionado para ganar el voto conservador hace unos meses, se le olvidaron sus posiciones en pleno debate. Michele Bachmann dijo que la vacuna contra el virus del papiloma humano es una causa de retrasos mentales, que es, además de falso, altamente peligroso, puesto que la vacuna ha protegido a 35 millones de mujeres del cáncer del cérvix.
Y Ron Paul, el favorito de los libertarios, se opone a la existencia del Fed y la aprobación del Acta de Derechos Civiles de 1964, legislación con la cual los afroamericanos por fin pudieron disfrutar todos los derechos y beneficios de ser ciudadanos. Los fans de Paul tienen una pasión admirable, pero en pos de un concepto extraño de la libertad; el congresista de Texas efectivamente está dispuesto a sacrificar los frutos de la modernidad social, moral, política, y financiera.
La razón final para su éxito es que Romney ha huido de su pasado liberal, pragmático y admirable con toda velocidad, con tal de caerles mejor a los votantes republicanos. Aunque no haya llegado a la locura desmedida de sus contrincantes, en muchos sentidos la versión actual de Romney no se parece a la de hace una década. Sus comentarios sobre el cambio climático, el aborto, y el estímulo contracíclico de 2009 durante la campaña actual representan un fuerte desplazamiento hacia la derecha de su postura antigua.
Ahora, la pregunta es si con la nominación ya ganada —o más importante aún, ya siendo presidente— ¿qué versión de Romney nos esperaría? ¿El moderado gobernador de Massachusetts o el candidato extremista en que se ha convertido para gustarle a su base conservadora?
Típicamente los presidentes actúan de una forma más centrista durante su gestión que prometen hacer durante su campaña, pero hay dos razones para sospechar que un presidente Romney se parecería más al candidato. Primero, si Romney gana la presidencia, lo más probable es que los Republicanos tendrán mayorías en las dos cámaras del congreso, y los bloques legislativos serían muy conservadores. Así pues no tendría muchas opciones, aunque quisiera regresar a su pasado moderado: para poder aprobar legislación, tendría que trabajar con los duros republicanos. Hasta cierto grado, la suya sería una administración guiada por el Tea Party.
Y la segunda: la última vez que había un presidente republicano sospechado de ser un liberal disfrazado de conservador fue George H. W. Bush. Su gestión acabó después de solamente cuatro años por varias razones, pero una de las más importantes fue su acuerdo para aumentar los impuestos en 1990. Aunque el acuerdo ayudó a cerrar un déficit presupuestaria, muchos republicanos vieron a Bush como traidor, y se quedaron en casa en la elección de 1992, lo cual dejó el campo abierto para Bill Clinton. Si un presidente Romney quiere evitar el mismo fin, les tendría que hacer caso al bloque electoral que mandó a Bush a la jubilación prematura hace 20 años.
Si las noticias económicas siguen siendo buenas, no va a importar mucho, porque lo más probable es que Obama gane. Pero si la situación estalla en Europa, o si los indicadores económicos empeoran por cualquier otra razón, Romney —el duro de 2012, no el moderado de 2002— puede convertirse en el próximo presidente estadounidense.
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