A un año de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto, el acuerdo que ha dominado la agenda política del gobierno actual se tambalea.
Nadie sabe cuál será la suerte final del Pacto por México, pero parece que su influencia va a la baja. La semana pasada, el jefe del bloque panista en el Senado, Jorge Luis Preciado, dijo que “tiene las horas contadas”, gracias a la supuesta exclusión de su partido de las negociaciones sobre una reforma hacendaria. Varias fueron las voces que le contradijeron, pero días después, el PRD anunció su salida del Pacto gracias a la reforma petrolera que se está acercando. Peña Nieto (entre otros) ha pedido que el PRD regrese al Pacto, pero se ve poco probable por lo pronto.
Las razones detrás del probable desvanecimiento del Pacto son muchas. Primero, inevitablemente es más fácil firmar un acuerdo de aspiraciones que concretar reformas con consecuencias reales. Es más cierto aún gracias a la poca especificidad en los compromisos elaborados en el Pacto. Véase, por ejemplo, los puntos sobre la reforma energética, que es eternamente el tema político más polémico en México:
- Los hidrocarburos seguirán siendo propiedad de la Nación
- PEMEX como empresa pública de carácter productivo
- Multiplicar la exploración y producción de hidrocarburos
- Competencia en los procesos de refinación, petroquímica y transporte de hidrocarburos
- Fortalecer a la Comisión Nacional de Hidrocarburos
- PEMEX como promotor de una cadena de proveedores nacionales
- PEMEX como eje de la lucha contra el cambio climático
Lo de arriba es, como se dice en inglés, puro betún y nada de pastel. Es decir, no hay quien se oponga a tal lista, pero no lidia de ninguna forma con los defectos de Pemex que una reforma debería arreglar. Y así tuvo que ser; cualquier serie de puntos que logre unir a los tres partidos inevitablemente quedará corta en cuanto a la profundidad de los cambios. Ya que las negociaciones se desplazan a las aspiraciones vagas en favor de las propuestas reales, surgen elementos que no le caen nada bien al PRD. Ahora que se trata de los detalles de la reforma, habría un costo político que no había al momento de firmar el Pacto hace un año. Así pues, para el PRD es más fácil irse.
Otro factor que complica la viabilidad del Pacto son las pugnas entre los partidos de la oposición. Tanto Jesús Zambrano como Gustavo Madero enfrentan una serie de adversarios dentro de sus partidos, cosa que limita su libertad. Aunque Zambrano y Madero como individuos puedan llegar a un acuerdo sobre el futuro de PEMEX o sobre el régimen impositivo, se tienen que cuidar la espalda. Cualquier cosa que se percibe como una apertura de PEMEX es muy peligroso para la carrera de Zambrano, no importa que sea buena idea o que Zambrano en lo personal este a favor. Tal entorno político alienta la precaución y castiga el atrevimiento, cuando las reformas negociadas requieren precisamente lo contrario.
Al nivel más fundamental, el Pacto no es ni puede ser suficiente para superar el problema fundamental de la dinámica política en México. Y eso es que hay tres partidos importantes en un sistema presidencial, lo cual implica que la mayoría de los actores típicamente están fuera del gobierno. Estos partidos de la mayoría opositora siempre tienen un interés en frenar al gobierno y normalmente tienen la capacidad numérica de hacerlo, lo cual suele limitar los logros legislativos. La colaboración entre partidos rivales, en el juego de suma cero de la política, es una excepción, no la regla.
El Pacto fue el motor para algunas reformas significativas, pero las barreras al progreso siguen puestas, y se harán más evidentes aún si el Pacto desaparece del escenario.