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Conversaciones con un hipster
Blog | Palimpsestos | Antonio Santiago | 27.11.2013 | 6 Comentarios

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Estaba bastante preocupado por la noticia y además, había recién cumplido los cuarenta, así que llegué a la fiesta con ánimo apocalíptico y cuando me presentaron al hipster, comencé a hablar de los problemas ecológicos y del calentamiento global y de todas esas cosas del fin de nuestros días: pronto seremos 7,000 millones —le dije— y tan solo la huella ecológica de los mexicanos es de 3.4 hectáreas por cabeza, lo que significa que si toda la humanidad consumiera como nosotros se necesitarían tres planetas para abastecernos; claro que —seguí diciendo— no nos comparamos con los gringos pues si todos tuviéramos su nivel de vida se necesitarían 8 planetas: ciudades incandescentes, magníficas casas con jacuzzis, toboganes y albercas, rumorosas camionetas de ocho cilindros y los gadgets inimaginables.

Había escuchado cosas terribles sobre los hipsters y hace tiempo le pregunté a un amigo si conocía alguno porque no me hacía bien a bien una idea de en qué consistían, cómo actuaban y por qué tenían tan mala fama. Son como hippies pero posmodernos, me respondió. Y entonces, al fin tenía uno frente a mí con su camisa abierta y su collar de piedritas: un hipster llamado Vicente y además, orgulloso de serlo —de ser un hipster—.

¿Pero, por qué estás tan preocupado por el fin del mundo? No seas anciano —me dijo— Quise entonces darle un giro a la conversación, preguntarle si era verdad que se autodefinía como hipster.

¿Oye, cambiando de tema, no crees pretencioso autodefinirte como hipster?

Mira viejo —dijo— todo en este mundo se reduce a fluir. Los hipsters llevamos al extremo la consigna y por eso no le caemos bien a los progres. No digo que tú lo seas, pero pareces bastante fundamentalista. Eso de estar preocupado por el ambiente y por cambiar al mundo no es la onda. Relájate y verás que es mejor.

Fue entonces cuando comencé a molestarme. ¿Cómo podía decir todo aquello en serio? Fluir no nos salvará de los problemas ni me devolverá mis treinta ni dará al mundo una nueva oportunidad cuando los fiordos se descongelen. Además, en ese momento se acercaba el Buen Fin y yo estaba dispuesto a comprarme mi PS4 con el concomitante cargo de conciencia y toda aquella huella ecológica arrastrándose detrás mío. Deseaba compartir mis culpas con alguien. Y ese alguien era ese hipster.

Así que conté hasta diez. Le expliqué que mi pesimismo no era del todo gratuito pero no le dije que había estado leyendo a George Bataille. Leer La Parte Maldita y más aún lo relativo al “potlatch” resulta alucinante y surrealista, pero también desconsolador y pretencioso. Y no quería parecer pretencioso delante del hipster. Sólo le dije que al parecer los seres humanos nunca están satisfechos: el jardín del vecino siempre es más verde y por eso tienes que sembrar uno nuevo y competir con otros por el tamaño de todo: el valor de cada quien parece depender de la envidia ajena. Tampoco le dije que al parecer así han sido siempre las cosas y que Bataille lo demuestra con su estudio sobre el potlatch: los jefes indios de la costa noroeste de Estados Unidos y de Canadá hacían la donación solemne de muchos bienes a sus rivales a fin de humillarlos, desafiarlos y obligarlos a realizar un regalo mayor. Avanzado el siglo XIX un jefe tlingit podía presentarse frente a su oponente para degollar a sus esclavos (a sus propios esclavos) y por tanto, su rival, al vencer el plazo, debía responderle matando aún a más esclavos (a los que no les convenía que sus jefes se enemistaran y por tanto quizá no fueran dados a las habladurías).

Por tanto, el rival debía borrar la humillación respondiendo con un nuevo potlatch más generoso: estaría obligado a “devolver con usura” porque lo que en el fondo aporta el don al donador no es el incremento de los dones que podrían serle devueltos por la revancha del rival (si es que este puede mejorarlos), sino el rango que confiere a quien tiene la última palabra.

Normal: los narcos hacen una especie de potlatch gandalla con las cabezas de sus rivales y nosotros compramos Hummers. Muchas veces me he preguntado si los ricos más ricos del mundo, ese 0.01% de quienes viven en Estados Unidos o el aún menor porcentaje de quienes son poderosos o integran la lista Forbes desde otras latitudes, o Madonna, o David Beckham, o nuestro señor de los Sanborns, utilizan todo el dinero que tienen o son alguna especie de anacrónicos latifundistas de propiedades en manos muertas. Claro que tienen más gastos suntuosos que la mayoría de los casi 7000 millones que pronto seremos en el planeta, y claro que gastan ese dinero en costosos restaurantes o bebiendo agua embotellada en algún fiordo exótico y sobreviviente, pero todo ese dinero parece estar hecho, más que nada, para impresionar. El problema de todo esto es que todos participamos del juego estando a la moda y yo mismo, como decía Sartre, soy bastante culpable. Me sentía, como pueden ver, algo pesimista.

Perdóname que ponga en duda tu creencia new age acerca del fluido eterno —le solté— pero no tenemos un destino manifiesto ni existe un Dios salvador y todo lo contrario, la existencia universal no encierra a la vida dentro de sí misma sino que la abre y la expele como una herida abierta a la inquietud del infinito —acababa de leer a Bataille y casi lo estaba citando. Por tanto, no tenemos nada asegurado y de fluir como tú lo haces, seguramente nos toparemos conque la existencia universal eternamente inacabada nos dará una sorpresa mortal. ¿No has escuchado hablar de lo del círculo polar ártico y de lo del agujero en la capa de ozono que una vez que se expanda nos freirá a todos en un primigenio y espumante caldo de cultivo planetario dejando pasar los rayos del sol sin el filtrado que ha llevado millones de años interponer entre el firmamento estallante en galaxias y nuestras mamíferas cabezas fundidas en lava orgánica?

Te das cuenta de tu cataclismática mala fe —así dijo: cataclismática. ¿Por qué diablos no podemos estar tranquilos con la suerte del hombre?

Del hombre y de la mujer —le interrumpí.

De lo que sea. ¿Por qué razón tendríamos que preocuparnos si de cualquier manera vamos a morir, todos y cada uno, tarde o temprano?. Mira —me dijo— la diferencia entre nosotros es que yo acepto la muerte mientras que a ti te espanta. ¿Qué más da si la humanidad tiene futuro? ¿Si no logramos sobrevivir? Si esto sucede, habrá llegado el final y ya, san se acabó. Tan tán.

Podría haberle respondido que era necesario actuar por el simple hecho de hacer un bien a las generaciones futuras. Que es mejor morir en un asilo de ancianos —tal como yo lo espero—, antes que encerrado en un edificio acompañado de decenas de familias hambrientas, arrinconadas y temerosas ante la avalancha de hooligans liderados por una versión posmoderna de Mad-Max intentando entrar a nuestra guarida para comernos a todos. Pero en vez de razonar como un buen testigo de Jehová lo habría hecho, en vez de describir los minuciosos y sádicos tormentos que el destino nos tiene preparados como castigo a nuestra indolencia, me exalté y me puse fundamentalista.

Pues me parece que tu actitud no es nada consciente y ahora entiendo lo que la palabra hipster quiere decir, porque según la defines se trata de fluir pero en vez de hacerlo, vas y te estrellas contra el mundo como si fuéramos cualquier cosa, como si no tuviéramos derecho a existir. Valiente hipster que eres —dije, y pronuncié la palabra con rencor.

Así que el hipster volteó a ver a nuestro amigo en común —que nos había estado mirando expectante— y le dijo que yo era una persona con la que no se podía hablar y que además no estaba bien decirle a nadie hipster cuando el término se utilizaba como insulto, como quienes usan la palabra chilango peyorativamente y no como una cultura de identidad posmoderna y apocalíptica.

No me importa lo que piensas —dijo. Somos energía y tenemos que fluir al cosmos —afirmó mientras acariciaba las dos piedritas que le colgaban del cuello, mirando hacia un punto perdido en la pared de enfrente. Yo me levanté y me fui. Me fui pensando en lo difícil que será darle la vuelta a lo que nos viene del cielo, como un regalo. 

6 Respuestas para “Conversaciones con un hipster
  1. Antonio Santiago dice:

    Muchas gracias!

  2. IZELA dice:

    Me gustó mucho tu reflexión filosófica con el hipster

  3. Antonio Santiago dice:

    Gracias Renoir. Seguro hay muchos hipsters comprometidos y conscientes. Seguro todos podemos hacer algo por mejorar la manera en que vivimos.

  4. Antonio Santiago dice:

    Gracias Renoir. Seguro hay miles de hipsters conscientes y comprometidos. Y seguro todos podemos hacer un poco más para vivir de mejor modo.

  5. Francisca la Muerte dice:

    Los Hipsters son de lo peor, son todo y son nada. Se la pasan alardeando de sus conocimientos teóricos en cualquier materia, desde ciencias sociales hasta las llamadas «exactas». Sin embargo, es imposible profundizar cone llos en alguno de estos tópicos. Imposible, por que de seguro, lo que sea que te estén platicando, lo acaban de leer en Wikipedia o algo por el estilo.
    Cuando recién iniciaron los Hipster, por ahí del 40-50, eran personas que de veras leían, tenían fundamentos para sustentar sus comentarios, eran los intelectuales de la época. De ahí surgieron los hippies, quienes fueron nombrados así, como un hipster en diminutivo. Pero ellos cambiaron totalmente lo que se definía como Hipster y se acabó esa época.
    Pero ahora, ahora estos bobalicones aparecen, más por moda que por otra cosa, y parece que se reproducen exponencialmente!
    Así es, ahora todos usan lentes de armazón grueso, traen los sueters del abuelo, dejan crecer su bigote, y se juran los intelectuales que México esperaba.
    En fin, esperemos que esta moda (porque no lo veo de otra forma) pase rápido.

  6. Renoir dice:

    Jajaja!!

    Valiente hipster, jajaja!!! Buena analogía hermano, a ver si le bajan de huevos esa gente que está empecinada en el yo yo yo yo yo. Los cambios empiezan en nuestra persona y en lo siguiente con nuestro hogar, nuestro planeta ‘Tierra’.

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