¿Qué tan poderosos pueden llegar a ser los diputados norteamericanos? Si creemos al personaje interpretado por Kevin Spacey en House of Cards, serie de drama político original de Netflix, mucho muy poderosos. ¿Y qué tan bueno es eso para una democracia? Esto es ya más difícil de responder pero adelantemos que un sistema democrático tiene como uno de sus fines principales controlar al poder político.
Se trata de una nueva versión de la serie británica transmitida en 1990, basada a su vez en la novela de Michael Dobbs, otrora asesor de Margaret Thatcher y líder del partido conservador inglés. Habrá que leer el libro o al menos ver la serie británica pero, hasta el capítulo 9, la norteamericana no va nada mal: odias y admiras a Spacey en su maquiavélico papel de Frank Underwood, diputado demócrata electo por el quinto distrito de Carolina del Sur que, después de haber sido traicionado por el Presidente de Estados Unidos —quien le prometió nombrarlo Secretario de Estado y en cambio lo mantiene como líder del partido en la Cámara de Representantes— jala agua para su molino, intriga contra su propio partido y manipula cualquier asunto o persona que se le ponga en frente con tal de adquirir más poder. No es casualidad que haya ganado el curul en 11 ocasiones. ¿Es eso bueno para la democracia?
Ningún sistema democrático puede desmontar mágicamente la condición fundamental del hombre: la de ser caído y tendente a la corrupción, misma que ha formado parte de la humanidad y que seguirá haciéndolo por los siglos de los siglos. Pero puede hacer mucho para paliar sus efectos perversos: el despotismo resultante de la concentración del poder político o la anarquía que sigue a su dispersión y desaparición. El poder absoluto corrompe absolutamente pero también la falta de poder lo hace y estamos condenados a mantener equilibrios precarios entre poderes que controlan poderes. Y en este marco la pregunta que debe hacerse es si la reelección legislativa contribuirá a mejorar dicho control o si por el contrario aumentará la concentración del poder en una élite o bien lo dispersará.
Quienes defienden la reelección legislativa argumentan, en primer lugar, la consecuente profesionalización de los legisladores, condición para que las relaciones entre el ejecutivo y el legislativo sean más provechosas. Con diputados que no tienen ni idea del quehacer parlamentario es muy entendible que alcen la mano sin saber lo que están votando o que se duerman durante las sesiones. En segundo lugar, los defensores mencionan la relación entre la ciudadanía y sus representantes, relación trunca porque no tenemos manera de castigar o premiar su desempeño.
Como tiene mucha razón el adagio popular “piensa mal y acertarás”, me parece que es necesario analizar con seriedad las desventajas de la reelección tal como se está planteando, partiendo de una visión lo más clara posible de la política real. Así, uno de los mejores análisis que he leído sobre el tema es el bosquejado por Alonso Lujambio en Reelección legislativa y estabilidad democrática: “en un país de inmensas carencias y desigualdades como el nuestro, la reelección de diputados en distritos uninominales no generaría necesariamente representación de intereses sino, con toda seguridad, la institucionalización de relaciones de patronazgo entre los legisladores y sus clientelas”.
Así, de aprobarse la reelección legislativa, los legisladores acabarían evaluados por los bienes que hubiera logrado llevar a casa y la política se volvería cosa de intercambio de favores. Además, ¿no podrían ser cooptados por Cabilderos como PriceWaterHouseCoopers o empresas con triste reputación como Monsanto? Los partidos ya no contarían con mecanismos para disciplinar a senadores y diputados y aunque el corporativismo desaparecería, en su lugar podría venir la anarquía. Reformas complejas como las aprobadas en el marco del pacto por México se volverían aún más difíciles de lograr.
Claro que el diablo está en los detalles y claro que los ciudadanos necesitamos mejor representación de nuestros intereses. Por eso vale la pena darle una lectura a este texto de 1993 en estos tiempos en los que, por vez primera en muchos años, gracias a las maquinarias partidistas de los principales partidos y a los corporativismos que suponen, los diputados están votando por reformas que han acabado con la inmovilidad de casi tres sexenios. ¿Dichas reformas representan nuestras demandas? ¿De qué forma podemos lograr que lo hagan de mejor forma? Al parecer no se trata de un asunto nada sencillo.
Me gustó mucho tu artículo, excelente enfoque.Gracias por EXISTIR.