México tiene en la cultura a una de sus mejores embajadoras. En el imaginario universal hay obras de la música, las letras, el arte y el patrimonio nacionales, un privilegio que no comparten todas las naciones. El capital cultural de México, sin embargo, circula insuficientemente en el mundo.
El compromiso número 20 del Pacto por México, firmado por el presidente y por los tres partidos políticos más importantes del país el 2 de diciembre de 2012, se refiere a “la cultura como proyección de México en el mundo” y se propone relanzar y articular, “como estrategia de Estado, el proyecto de institutos de México en el mundo, aumentando su número, sus programas y alcances, para difundir nuestra cultura en el exterior”.
En el apartado v, “Compromisos para las reformas”, se prevé una reforma legal para el segundo semestre de 2013, comenzar la implementación de los institutos de México en el mundo el segundo semestre de 2014 y culminar su implementación al término del sexenio que recién inicia. Según información que me proporcionó la Dirección de Promoción Cultural de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), México cuenta actualmente con 10 espacios culturales de este tipo. En el caso de Estados Unidos se encuentran en Washington, Miami, Nueva York y San Antonio; en el de Europa, en Madrid y París, y en el de América Latina, en Belmopán y San José (institutos) y Quito y Guatemala (centros culturales).
La cultura de México es particularmente efectiva para generar una imagen positiva, duradera e incluso entrañable sobre nuestro país en muchas personas en el mundo. Una buena parte de nuestras expresiones culturales goza de amplio reconocimiento en el extranjero como exclusiva de México y genera manifestaciones de afecto y aprecio entusiasta por nuestro país.
Nuestro rostro cultural hacia el mundo no es unidimensional, sino poliédrico, un rasgo que no siempre distingue la imagen de los países en el mundo, en caso de que la tengan. Al inaugurarse este año en Montevideo la exposición de fotografías de sitios arqueológicos mayas “Sacbé. Camino blanco”, de Javier Hinojosa (Ciudad de México, 1956), en el Museo de Arte Precolombino e Indígena (mapi), escuché a una mujer decir y exclamar frente a una de ellas: “Hay muchos sitios de los que no había oído hablar. ¡Es inagotable, México!”. Nuestro acervo cultural es sin duda amplio, complejo y diverso, y quizás esa característica explique parte de la fascinación que produce.
El nuestro no es un país que deba comenzar una estrategia de difusión de su acervo cultural; desde hace décadas el mundo es consciente de una parte significativa de dicho acervo. Muchos componentes de la cultura mexicana gozan de un amplio y permanente reconocimiento internacional que se ha consolidado a lo largo del tiempo.
Un efecto positivo, un acervo amplio de patrimonio y expresiones culturales y un alcance internacional bien afianzado a lo largo del tiempo son tres rasgos incuestionables del lugar de la cultura en la imagen que de México se tiene en el exterior.
El carrusel de las percepciones
Reflexionar sobre la imagen de un país en el mundo a través de su cultura es, no obstante, un ejercicio elusivo. Las nociones mismas de cultura, imagen, México y mundo son, individualmente y en conjunto, generales, amplias, difíciles de asir y dinámicas. Analicemos por separado los sustantivos que componen la frase “la cultura en la imagen de México en el mundo”.
Cultura. Existe una definición de cultura internacionalmente aceptada, que da cuenta de la complejidad del concepto a partir de la diversidad de la humanidad y que extiende su alcance más allá de las expresiones creativas de un individuo, como es el caso de las bellas artes en la concepción grecolatina de cultura. Es la siguiente: “La cultura debe ser considerada como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, la manera de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.
Esta definición, amplia e inclusiva, pertenece a la Declaración Universal de la unesco sobre la Diversidad Cultural (2001) y se sustenta en las conclusiones de la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales (Mondiacult, México, 1982), de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (Nuestra Diversidad Creativa, 1995), y de la Conferencia Intergubernamental sobre Políticas Culturales para el Desarrollo (Estocolmo, 1998). Con base en ella, ningún país puede asumir que su identidad se limita a uno o algunos rasgos de sus expresiones culturales, pues la cultura implica diversidad e interculturalidad.
(Cultura de) México. ¿Cuál es la cultura de México? Como país, el nuestro tiene 202 años de historia, cifra menor a la de sus 300 años como Colonia, periodo germinal de su actual amalgama cultural. Si consideramos, además, que sus pueblos originarios son todavía más antiguos, entonces el alcance, la complejidad y la diversidad de la cultura de México es mayor todavía. El único límite razonable que podemos admitir es todo vestigio o pervivencia cultural dentro de las fronteras actuales del país, mismas que desde el punto de vista cultural e histórico pueden resultar claramente circunstanciales. Piénsese en la cultura maya, por ejemplo, que no es exclusiva del actual territorio de México. O en los artistas extranjeros que han adoptado a México como su patria creativa.
Imagen. Una imagen es una percepción, no un conocimiento. Una imagen está abierta a la interpretación, con base en los afectos más que en los conceptos. De ahí la importancia de la imagen en la publicidad o la propaganda con fines ajenos a los del sentido original de aquello que produjo esa imagen. Una imagen se puede descontextualizar, fraccionar e incorporar en discursos divergentes o contrarios a su origen. La imagen es a menudo una fachada que empobrece la autenticidad de lo que se nos muestra. Si queremos asociar una expresión cultural con la imagen que los otros tienen de un país y sus habitantes, el riesgo de sesgar, discriminar, excluir y descontextualizar la percepción de su realidad se multiplica de forma exponencial.
En su relato “Oscar Wilde”, Jordi Soler narra que para Irlanda, país en el que fue agregado cultural, México es un país “caluroso y remoto cuyos grandes referentes en la isla son las corruptelas del expresidente Salinas, que se refugió en Dublín […] y los éxitos de la cantante Shakira, que por cierto es colombiana”. No nos ofendamos. ¿Qué respondería un mexicano a un irlandés sobre la nacionalidad de Oscar Wilde? “¡Cómo!, pero, ¿qué Oscar Wilde no era inglés?”. Una persona medianamente culta tendrá en mente una imagen de Wilde en Londres, no en Dublín.
En el enorme aeropuerto de Miami hay un bar que nunca pasa desapercibido. Se trata del Corona Beach House. A diferencia de otros semejantes, siempre tiene gente, por lo general joven, que ríe y conversa con estrépito. La cerveza embotellada en la Ciudad de México con presencia en 170 países confirma una vez más que pone de buenas a todo el mundo, por sí misma y por el contexto cultural que carga consigo.
¿Cuál es la imagen de México que Corona lleva a los consumidores? Es la siguiente: el menú típico de un sports-bar —sándwiches y hamburguesas, ensaladas y sopas, appetizers y entrées, postres. ¿Lo mexicano? Algún ingrediente en las recetas (Tequila Wings) o tan solo términos exóticos para nombrar los platillos (Guadalajara Rolls, Taco Salad). En el menú, un “Corona fun fact” afirma que los comerciales de la cerveza se filman en Tulum, pero las estructuras mayas no se aprecian en ninguna de las fotografías que tapizan los muros para dar la sensación de estar en una playa virgen. Y en el sonido local hay música del Caribe anglófono (reggae jamaiquino, steel pan trinitario, letras en inglés…). Salvo la cerveza, el “getaway” al “authentic mexican heritage” se parece más a Aruba y Barbados que a México. Así pues, reducir la cultura a una mera imagen, ya no de sí misma sino del país en que fue producida, atenta contra su integridad y su autenticidad semántica y estética.
Mundo (y el mejor embajador de México en él). ¿Qué representa el mundo para México, para su imagen, para su cultura? ¿Todo el mundo? ¿O solo quienes nos miran y/o queremos que nos miren? Existen más países que nos miran de lo que pensamos, y los países que en México queremos que nos miren son menos de los que creemos.
Al acompañar a una delegación de funcionarios en la Secretaría de Desarrollo Social, el entonces embajador de Angola en nuestro país, José Jaime Furtado Gonçalvez, le dijo a mi esposa con suma alegría: “Oh, México, ustedes han dado al mundo el más grande embajador de todos los tiempos”. Ella pensó apresuradamente en quién podía ser. Casi estaba segura que debía tratarse de Alfonso García Robles, Premio Nobel de la Paz por su papel en la negociación y firma del Tratado de Tlatelolco que proscribió el uso de armas nucleares en América Latina y el Caribe durante la Guerra Fría. O Jaime Torres Bodet. Pero no. La respuesta la sorprendió: Cantinflas. Y a partir de ahí, el embajador de ese país lusitano del África occidental, sobre el cual prácticamente cualquier mexicano elegido al azar lo desconoce todo, comenzó a rememorar la importancia de Cantinflas en la alegría de su entrañable infancia.
Cultura, ¿para qué?
¿Cuál es el propósito de difundir nuestra cultura en el exterior como una “política de Estado”? Quizá se desea hacerlo porque se asume tácitamente que la cultura es un instrumento de poder “blando”. El término fue acuñado por Joseph Nye, exrector de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, quien posteriormente lo desarrolló en un libro denominado Soft Power: The Means to Success in World Politics (Public Affairs, Nueva York, 2004). Según esa obra, el poder blando, a diferencia del “rígido”, es persuasivo y seductor en lugar de físico y coercitivo cuando se trata de modificar la conducta de otros conforme a nuestro deseo (poder). Y según Nye, la cultura (“en sitios en que es atractiva para otros”), junto con los valores políticos y la política exterior, es una de las fuentes del poder blando.
¿Qué conductas desea modificar México en el mundo y qué beneficios se derivarían de utilizar su cultura como fuente de poder blando? De entrada, hay que entender el contexto en el que Nye escribió su libro. Le interesaba comprender y proponer el uso de recursos alternativos en la política de una potencia, Estados Unidos, en beneficio de los intereses de esta en el mundo. Desde ese punto de vista, no porque Grecia sea la cuna de la civilización occidental y exista un consenso internacional al respecto, ese país logrará mejores condiciones de negociación en el rescate financiero que requiere del resto de la Unión Europea. No se trata entonces de que la cultura sea un instrumento de poder blando respecto a la política exterior de otros países en beneficio de los intereses políticos, militares, comerciales o financieros de México en el mundo.
El objetivo implícito podría ser de otra índole: quizá revertir la imagen negativa de nuestro país, ocasionada por la violencia en el combate al narcotráfico, y sustituirla por una positiva de paz y creatividad ante la opinión pública mundial. Si es así, ni la cultura como expresión de la creatividad ni la cuestión penal se verán beneficiadas. El valor de la cultura no es decorativo y por lo tanto no se debe usar para esconder otras realidades, como cuadros y esculturas que ocultan grietas en los muros y cimientos de una casa. La situación de la violencia criminal, la corrupción y la impunidad se resolverá por otras vías: una justicia eficaz. La cultura, en cambio, tiene efectos indirectos y de largo plazo, no específicos.
Otra interpretación es que nos hace sentir bien que el mundo reconozca el valor de nuestras aportaciones culturales. De ser así, creo que el esfuerzo no es necesario. En encuentros con latinoamericanos me ha bastado con decir que soy mexicano para que colegas de esa región me saluden con una sonrisa, exclamen “¡México lindo y querido!” y me den un efusivo abrazo. Se nos sigue queriendo por nuestras canciones, nuestras películas, nuestras bebidas espirituosas y nuestra gastronomía, a pesar de que en foros internacionales de toda índole hemos dejado de procurar a América Latina y el Caribe por dirigir nuestra atención a América del Norte y Europa occidental.
Prefiero por lo tanto pensar que el ejercicio de mostrarnos al mundo puede redundar en beneficios más concretos. Un esfuerzo incluyente de elección sobre qué queremos divulgar permitiría recobrar o ampliar nuestra conciencia sobre la riqueza y diversidad cultural que poseemos y de la que podemos congratularnos, puesto que somos sus beneficiarios directos: participamos cotidianamente como espectadores y creadores en beneficio de nuestro goce estético y sentido de comunidad. Deberíamos iniciar por asimilar al interior y divulgar al exterior el significado y la importancia de los sitios, expresiones y documentos de México reconocidos por las convenciones y programas culturales de la unesco, ya que tanto esfuerzo hemos invertido en inscribirlos ahí. Paralelamente, atraer públicos hacia los acervos y producciones culturales de nuestro país redundaría en la vitalidad y fortaleza creativa y económica de nuestras industrias y mercados culturales, incluyendo indirectamente a otros, como el turismo.
De hacerlo, debemos ser conscientes de algunas cuestiones.
1. Una divulgación de impacto
La cultura de México que elijamos difundir en el mundo debe hablar inglés. No es solo una cuestión del número de angloparlantes y continentes en los que este idioma está presente, sino también una cuestión del alcance y la sofisticación de las industrias culturales en ese idioma (de inicio las de Estados Unidos) y de la penetración que tiene el inglés en otros territorios geográficos y lingüísticos, incluidos potencias mundiales y regionales emergentes como China e India.
No atender ese frente es origen de serias y dañinas tergiversaciones de la imagen y la cultura de México y otros países. Ocurre por ejemplo con el cine o las series de televisión estadounidenses para el entretenimiento, que representan a México como un país desértico, semivirgen y aún inhóspito, una especie de reliquia contemporánea del viejo Oeste, una antípoda al sur de la frontera, un sincretismo de república bananera, atuendos de mariachi y rasgueos de guitarras españolas en lugar de trompetas. Prejuicios que influyen hasta en reporteros del New York Times al escribir sus reportajes.1
Eliminar esos prejuicios podría ser un caso perdido en algunos ámbitos, pero no en otros, a partir de los cuales se podría promover o procurar una visión más integral y fidedigna de las expresiones culturales de México mediante producciones documentales televisivas y cinematográficas dirigidas a grandes públicos.
Las expresiones culturales de México deben contar también con una adecuada representación en las publicaciones (impresas y ahora también electrónicas) que se editan en inglés con fines de divulgación entre públicos no especializados, incluyendo no solo ni principalmente las letras (nuestra presencia literaria se limita, sin menoscabo de su importancia, a tres autores: Fuentes, Rulfo, Paz), sino también y sobre todo muchas otras expresiones creativas representadas por un sinnúmero de creadores y obras de gran calidad: artes plásticas (muralismo y pintura de caballete, escultura, arquitectura, fotografía), artes decorativas, arte popular, arte y arquitectura prehispánicas y coloniales, artes escénicas, diseño gráfico, gastronomía, música, etcétera.
Por lo que corresponde a los espacios de exposición en el extranjero, contar con una infraestructura propia de centros culturales o institutos de México en grandes capitales es deseable y útil, pero ante la inversión necesaria para edificarlos, operarlos y proveerlos de contenido, creo que es aún mejor aprovechar la capacidad instalada de recintos culturales en el extranjero para albergar y difundir exposiciones itinerantes frente a sus propios públicos, ya consolidados.
Un instituto de México tiene menos posibilidades de competir en profesionalismo, recursos y capacidad de divulgación que, digamos, el Museo Británico, el Museo Guggenheim o el Museo del Muelle Branly. Las exposiciones temporales de este tipo de museos se divulgan mediante anuncios espectaculares en las redes de transporte público e incentivan incluso la publicación de números de colección en revistas importantes, haciendo de los puestos de periódicos una nutrida red de escaparates.
Así ocurrió, por ejemplo, con la exposición del pintor estadounidense Edward Hopper en el Grand Palais de París, y con la exposición del fotógrafo Manuel Álvarez Bravo en el Museo Jeu de Paume. Esta última mereció un artículo en la revista de Air France, la venta de dos catálogos en la cadena de librerías fnac, un programa en el canal privado de televisión tf1 y espectaculares con La buena fama durmiendo en el metro parisino. Asimismo, las exposiciones itinerantes, curadas y divulgadas de esta manera, son más atractivas para el público por su condición perecedera que pabellones o salas permanentes, como la que existe sobre los aztecas en el Museo Británico, y aún más que la programación de los institutos culturales oficiales (sean o no de México).
También es muy deseable atraer públicos extranjeros a ferias y festivales culturales internacionales con sede en México. Los beneficios son múltiples: además de la derrama económica, la presencia de los visitantes en nuestro territorio permite experiencias integrales y ya no solo la percepción de imágenes.
2. La cultura se propaga por sus propios medios y por sus propios méritos
Los gobiernos y sus cancillerías no son los únicos, ni los principales o los más eficaces agentes para la propagación de las expresiones culturales de sus países en el extranjero. La cultura se propaga sobre todo por sus propios medios y por sus propios méritos. Asumamos que muchas de las expresiones culturales de México tienen calidad. ¿Tienen también los medios para propagarse? No del todo y no siempre. Las empresas e industrias culturales son los medios más adecuados para la divulgación de la cultura. Sin que el Gobierno renuncie a la posibilidad de ser un agente de divulgación, que evite el empobrecimiento de la cultura en el proceso de transmisión, es necesario que cuente con políticas que fortalezcan las empresas e industrias a través de las cuales la cultura se propaga normalmente. Invertir en la formación de empresarios culturales profesionales, fortalecer la protección y el usufructo de la propiedad intelectual e impulsar proyectos conjuntos redituará más al Estado mexicano, a sus creadores y a su cultura.
México tiene bases suficientes para ser una potencia cultural integral en el ámbito hispanoamericano. Y las tiene por cinco razones, algunas de las cuales no por obvias deben omitirse: (1) su afinidad cultural con el resto de Hispanoamérica; (2) el idioma común; (3) su peculiar riqueza y efervescencia culturales en el contexto de América Latina, imán que ha atraído a México a destacados latinoamericanos y españoles a lo largo del siglo XX; (4) las dimensiones de su industria editorial, a través de la cual se divulgan ideas propias y ajenas, aun a pesar de su hoy disminuido peso relativo frente a las editoriales españolas, y (5) el incuestionable alcance de sus industrias audiovisuales y del espectáculo, sin parangón en la región.
Sobre este último hecho, es indispensable que el Estado lo reconozca, lo asuma y dialogue y colabore con esas industrias. La huella cultural de México en Hispanoamérica se debe principalmente a la industria discográfica, cinematográfica y televisiva, a menudo brazos de una misma industria. Sus productos son los que han generado una amplia superposición de imágenes sobre la presunta idiosincrasia y cultura de nuestro país. Piénsese si no en compositores, intérpretes, actores y cómicos. Todos ellos y muchos más, por fortuna unos y por desgracia otros, han propiciado en algún momento una imagen atractiva, nítida (no necesariamente integral o auténtica) y proclive hacia México. Si de imágenes se trata, estas son algunas de las más difundidas. Son también las que más pronto caducan. Y estas, a su vez, esconden o tergiversan muchas otras, quizá más importantes o valiosas pero menos redituables para dichas industrias.
De ahí que algunos países inviertan tanto en medios audiovisuales culturales, como es el caso del Reino Unido con la bbc. Una plataforma insoslayable para difundir en inglés la cultura mexicana no comercial es precisamente esa. Entre productores del sector cultural oficial será más fácil entenderse y colaborar que entre estos y el sector comercial de las industrias audiovisuales. Al mismo tiempo, es necesario seguir invirtiendo en las producciones propias de los canales culturales de radio y televisión, muchas de gran calidad, y ampliar el alcance de su transmisión a todo el continente americano, incluyendo tanto las comunidades mexicanas en América del Norte como los públicos en Hispanoamérica. Actualmente, los medios audiovisuales culturales de México ni siquiera cubren la totalidad del territorio nacional.
Otro medio legítimo para difundir la cultura desde el ámbito gubernamental es la enseñanza de la lengua. Así como nuestra cultura debe hablar inglés y tener un pie en Francia, por ser ese país referente mundial en materia cultural, México debe dotarse de una infraestructura para la enseñanza del español con la creación del Instituto Alfonso Reyes que ha propuesto la Academia Mexicana de la Lengua en estas mismas páginas (Este País 250, febrero de 2012). La enseñanza del español a los muchos extranjeros que demandan aprenderlo por toda clase de motivos —profesionales y académicos pero también culturales— es una poderosa herramienta para divulgar la cultura de México (uno de cada cuatro hispanohablantes en el mundo es mexicano). Si los institutos de México que existen actualmente y los que se creen en el futuro se convierten en sedes del Instituto Alfonso Reyes, su infraestructura estará plenamente justificada y aprovechada, a semejanza de lo que hace España con el Instituto Cervantes, Alemania con el Goethe, Reino Unido con el British Council, o Francia con el IFAL.
3. La paradoja de Buñuel
Como es de suponerse, el reto de producir una imagen “positiva” de México en el mundo a partir de su cultura nos enfrenta a diversos dilemas. En el momento de su estreno en México, a pesar de que había obtenido una Palma de Oro en Cannes, el largometraje Los olvidados de Luis Buñuel fue motivo de indignación, repudio y vergüenza. Hoy esa película es motivo de orgullo, quizá no nacional pero sí del medio cultural. Forma parte del registro de importancia mundial del Programa Memoria del Mundo de la unesco porque es “el documento más importante en español acerca de la vida marginal de los niños en las grandes ciudades” y porque “ofrece una descripción apasionada de los olvidados, de una manera brutal pero honesta, trágica y poética”.2 Es decir, por su valor ético y estético.
Como casi todo lo que contempla el Pacto por México, ya vista en detalle la cuestión no es tan simple. Una estrategia exitosa del uso de la cultura para construir una imagen positiva de y hacia México en el mundo dependerá de la adecuada comprensión de los medios y los públicos. No empezamos de cero, pero los resultados duraderos ni son inmediatos ni tienen efectos específicos. Si se trata de atajar coyunturas, la publicidad con base en hechos y resultados específicos es mejor. Mientras tanto, el valor de la cultura que se produce en México radica en su capacidad de diálogo, creatividad e innovación. Fomentar su vitalidad y empoderar sus medios de divulgación evitará la monotonía de públicos que deviene en cliché o en reliquia del pasado. Contribuirá en cambio y por añadidura a propiciar una imagen positiva y de atracción hacia nuestro país precisamente por su valor semántico y estético, por su capacidad de innovación.
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1 Cf. Damien Cave, “American Children, Now Struggling to Adjust to Life in Mexico”, The New York Times, 18 de junio de 2012.
2 Comité Mexicano Memoria del Mundo, “México en la memoria del mundo”, http://mexicomemoriadelmundo.mx
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CÉSAR GUERRERO es secretario general adjunto de la Comisión Mexicana de Cooperación con la UNESCO (Conalmex). Como director de Relaciones Bilaterales de la SEP, ha sido jefe o miembro de la delegación de México en diversos órganos de gobierno multilaterales. Está a cargo de programas de intercambio de asistentes en la enseñanza de idiomas entre México y Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania y Quebec.