Tuvo miles de likes. ¿No lo habría querido así ella? Porque si anuncias tu suicidio en la red debes prever que algunos pondrán “me gusta”. Pero al ver su foto no deja de inundarme una tristeza abismada y siento aquella cosa en la boca del estómago. Aun tratándose de un anuncio personalísimo su muerte es una muerte para todos porque enuncia y anticipa algo que muere ya en nuestro interior.
Para cierta gente el suicidio encierra rencor y perversión. Quizá quienes así lo juzgan sean incapaces de compadecer el desasosiego o la nausea necesarias para el acto. Pero la despedida de esta chava se antoja sincera. Simplemente no pudo soportarlo. Y es aquí donde la cosa se torna trágica. ¿Es que nadie podía ayudarla? Me refiero a una “ayuda verdadera” pero me doy cuenta de que no sé bien a bien lo que quiero decir. ¿Alguien es capaz de socorrer a quién “desea” suicidarse? Me viene a la mente el manifiesto Psicosis de las 4:48 de Sarah Kane, la genial dramaturga inglesa:
Estoy triste
Siento que el futuro no tiene esperanza y las cosas no pueden mejorar
Estoy cansada e insatisfecha por todo
Soy un fracaso absoluto como persona
Soy culpable, se me castiga
Quisiera matarme
Solía llorar pero ahora estoy más allá de las lágrimas
He perdido el interés en los demás
No consigo tomar decisiones
No consigo comer
No consigo dormir
No consigo pensar
No puedo superar mi soledad, mi miedo, mi disgusto
Estoy gorda
No consigo escribir
No consigo amar
Mi hermano se muere, mi amante se muere, estoy matando a ambos
Galopo hacia la muerte
Tengo pánico a la medicación
No consigo hacer el amor
No consigo follar
No consigo estar sola
No consigo estar con los demás
Tengo las caderas demasiado anchas
Mis genitales no me gustan
A las 4:48
cuando la desesperación pasa visita
me ahorcaré
al ritmo de la respiración de mi amante
Kane fue duramente tratada por la crítica debido al tema de sus obras: la violencia que subyace en lo social; así que cuando estrenó “Reventado” la indignación no se hizo esperar y no faltó quien describiera su puesta en escena como una “fiesta repugnante de inmundicia”. ¿Qué necesidad tiene el público de escuchar un discurso como el suyo, cuya poética parece derivar de la visión de una humanidad desquiciada y de una violación permanente y colectiva? El mundo es demasiado terrible como para replicarlo en el teatro. Así que el nobel Harold Pinter salió en su defensa: simplemente su obra es muy compleja para los críticos.
Yo no quiero morir
Me he vuelto tan desesperada al pensar en mi mortalidad que he decidido
suicidarme
Yo no quiero vivir
Estoy celosa de mi amante dormido y deseo ardientemente su estado inducido
de inconsciencia
Cuando se despierte él envidiará mi noche insomne de pensamientos y
discursos no empastados por los fármacos
He decidido entregarme a la muerte este año
Algunos dirán que esto es autocompasión
(tienen suerte de no saber cuánto es cierta)
Otros comprenderán sólo el sufrimiento
Pero volviendo al punto: ¿qué necesidad tiene la gente de escuchar este discurso? Porque la poética de autores como Sarah Kane, Martin Crimp, Angélica Liddell, o el mexicano Hugo Wirth se ve de frente con la violencia y con nuestros instintos obscuros. ¿Hay necesidad de ello?
Creo que mucha. Estos discursos son testimonios de la muerte y la violencia medrando dentro nuestro. Como las ocultamos tan bien, todo lo muerto y todo lo obscuro nos sorprenden desde afuera, proyecciones espantables, alienación fundante de una vida tan despreocupada como irresponsable. Sin embargo, siempre que pienso en esto me pregunto si seríamos capaces de vivir felices obligados a mirar de frente a la tragedia tal como quería Nietzsche.
Creo que los discursos religiosos cumplen una función paliativa necesaria hasta cierto punto pero creo también que se basan en un engaño inhumano: nos liberan de la responsabilidad de asumir el caos y la libertad de la que podríamos disponer y fundan nuestra identidad en sortilegios de certezas: Dios es bueno, hay un orden natural y el suicidio es un pecado, todo es hermoso y el universo me quiere. Pero entonces lo terrible viene de un enemigo inmortal. Esta mentira tan piadosa como primigenia nos hace inconscientes. Tampoco creo que sea conveniente descorrer de plano el velo y enfrentarnos a la tragedia de manera permanente: todo ese terror es capaz de reblandecerle el cerebro a cualquiera. Entonces ¿cómo vivir?
Dicen que la verdadera función de la filosofía es aprender a morir y en consecuencia, una de sus primeras lecciones tendría que consistir en respetar la decisión de aquellos que deciden darse muerte.
-Por favor. No apaguéis mi mente intentando volver a ponerme en mi sitio.
Escuchad y entended, y cuando sintáis desprecio, no lo expreséis, o por lo
menos no con palabras, no a mí.
(Silencio)
– Yo no siento nada de desprecio.
-¿No?
-No. No es culpa tuya.
-No es culpa culpa tuya, es lo único que oigo decir, no es culpa tuya, es una
enfermedad, no es culpa tuya, lo sé que no es culpa mía. Me lo habéis
dicho tantas veces que empiezo a pensar que es culpa mía.
-No es culpa tuya.
-LO SÉ.
-Pero tú lo permites.
(Silencio)
¿Digo bien?
-No hay fármaco en la faz de la tierra que le pueda dar un sentido a la vida.
Estamos programados para ser felices pero a veces este software falla y nos pone vis a vis con lo real. Mi amiga Viridiana Quintero lo ha dicho muy bien: los ataques de pánico son destellos de realidad.
Programados por naturaleza y cultura para la perpetuación de la vida, manifestaciones de sabiduría práctica enfrentando un abismo, funámbulos del cosmos, ¿qué sucede si el programa falla? Quizá lo de Sarah Kane o lo de esta chava en la red a quienes resulta absurdo juzgar porque el terror a una supuesta debilidad o pecado es también expresión de nuestra fobia hacia la muerte.
-¿Has decidido lo que vas a hacer?
-Me meto una sobredosis, me corto las venas y después me ahorco.
– ¿Todo junto?
-Así no podrán decir que era una petición de ayuda.