La palabra grotesco implica dos acepciones que me interesan para descubrir la obra de Paul McCarthy, artista estadounidense nacido en 1945: por un lado, refiere a algo “irregular, grosero y de mal gusto”, mientras que en un segundo plano indica que algo es “relativo a la gruta artificial”.
Espero que la “gruta artificial” signifique que lo grotesco pertenece a alguna forma artificial en general, y, en cuanto artificial, pueda referirse a cualquier otredad – lo artificial, pues, como sinónimo de lo ajeno.
Esto es importante porque la obra de McCarthy es terrorífica por ser accesible e identificable, pero absolutamente ajena a nosotros, los seres humanos: en ella aparecen monstruos posibles pero desagradablemente desporporcionados, que juegan con objetos cotidianos de formas groseras, irregulares y de mal gusto – es decir, en la obra de McCarthy nos encontramos con las características exactas de lo que definimos en un principio.
En algún momento fue un tanto más oscuro (en vez de más asqueroso o grotesco, como resultó ser desde entonces) y sus primeras acciones son interesantísimas. Recuerdo una: llenó su cabeza y su torso superior de cemento y se pegó a una pared. La imagen era impresionante, un tanto grotesca, pero sobre todo muy violenta.
Sin embargo, tardó poco en cambiar su juego: comenzó a utilizar máscaras de hule con su cara mal caracterizada, y con ella, vestido de traje, hacer obscenidades: se llenaba de cátsup los genitales, convertía su ano en pequeños muñecos infantiles y los llenaba de mostaza, cocinaba pollo frito con pintura blanca y en todo momento se rodeaba de grumos, y grumos, de todas las formas y texturas.
En resumen: un asco.
Muchos de sus gestos los grabó en video, y ahí es cuando entendimos (una vez que logramos verlos en YouTube) lo más terrible: en ningún momento hablaba. Simplemente actuaba. Actuaba su asquerosidad sin murmurar una sola cosa. Y eso lo alejaba aún más de nosotros (es decir: lo hacía todavía más artificial, todavía más grotesco).
Destrozó nuestras imágenes infantiles de Los Siete Enanos de Blanca Nieves, cambiando sus formas originales por tubos de PVC y otras cosas mundanas, pintándolos en colores chillantes que logran robarnos así toda ilusión. Después hizo un gran cerdo inflable, con ubres gigantescas, cuyo ano se encuentra destrozado y salido. Juega en todo momento con el sueño inconsciente del niño, pero lo convierte en una perversión.
Pienso esto de inmediato: quizá lo grotesco no responda tanto a la otredad, sino a aquello que era nuestro y después fue deformado. Como el cerdo. O Los Siete Enanos. O ese video terrible en donde McCarthy se encuentra escondido en un bosque y una pequeña mirada lo descubre cogiéndose a un árbol.
Todos podríamos ser así. Y embarrarnos de cátsup y de amarillo la cara. Y de crecer heces de tamaños imposibles como sus últimas esculturas. Y de querer abusar de pequeños monigotes de plástico que podrían ser nuestros amigos, o nuestras novias, o nuestros hermanos o nosotros mismos.
Todos podríamos abusar de todo, y destruirlo todo, y ser unos malditos cerdos.
Pero creo que, como McCarthy, solo estaríamos en territorios tan cercanos a nuestros deseos más animales que terminaría por darnos asco.
No: lo grotesco no es lo distinto. Lo grotesco es lo nuestro más primario.
Videos sobre y de la obra de Paul MacCarthy: http://www.art21.org/videos/segment-paul-mccarthy-in-transformation