Francisco Toledo, El caballo de mar,
tinta y acuarela sobre papel,
24 x 34, 1983.
A solas
Estos fantasmas hambrientos, estos laberintos del sueño sobre los que se cierne la horrorosa inminencia, esta insoportable ansiedad que precede al sueño son ya la antesala de la eternidad.
La materia de los sueños
Maestras en triturar huesos, las hienas invaden nuestros sueños donde se disputan la tristeza con quienes nos han traicionado y a los que hemos engañado, con quienes perseguimos y de los que huímos, con quienes han destrozado nuestro corazón donándolo a las moscas y con los que hemos torturado. No hay inmunidad posible y menos cuando dormimos.
Soñar
Sueño con sus sonrisas pintadas, con su untuosidad cobarde, con sus palabras rastreras, con su mediocridad arrogante, con su discolería disfrazada de respetabilidad rencorosamente construida. Mientras dormimos, los parásitos afloran.
Roncar
El monstruo ronca y estremece al mundo con su sueño. Descansado y repuesto, despierta con respiración pausada transformado en doncella.
Infancia monstruosa
“¿Será vergüenza lo que irisa la superficie del agua?” —se pregunta el monstruo la primera vez que contempla el mar.
Certeza
El monstruo está convencido de que todos somos enanos. Y tiene razón.
Mostrar
La esencia del monstruo es mostrar. El monstruo muestra su diferencia, que lleva con orgullo.
Guantes
Al monstruo se le reconoce por los guantes: entre más largos más peligroso.
Discernimiento
Un monstruo elegante conoce el valor del llanto pero tiene en mayor estima la sonrisa.
Aguijón
El monstruo prefiere la estrategia y, como el promiscuo, hincar el aguijón de la tristeza.
Compañía
Un monstruo auténtico es inmortal. Crepita. Acompaña.
Las garras
El monstruo se mira las garras: son rosáceas, perfectamente manicuradas.
Escurridizo
En la hoja de papel el monstruo escurre el bulto entre manchas de tinta verde.
Razón
Pensar solo puede conducir al cinismo. El monstruo tiene razón.
Devoción
El monstruo es devoto. Por eso enciende velas a la memoria de sus víctimas y su fulgor abrasa el templo.
Reflejo
El monstruo se contempla en el espejo encandilándose con el fulgor helado de las joyas que ha elegido para salir de caza.
Pánico
El monstruo tiene pánico. Por eso sale a vagabundear por las calles de noche. Con suerte se le adelantará a su asesino.
El monstruo amoroso
Ráfagas alternadamente heladas y ardientes estremecen al monstruo. Allí está súbitamente ante él, mirándolo, quien ha nacido para destruirlo. Antes de hablar su rostro se enciende y después se petrifica. Abrasado, el sudor gélido le nubla la vista. Una gota se evapora sobre su piel como el rocío al mediodía. Las palabras lo abandonan. Ni siquiera puede tenerse en pie. ¿Debe implorar? Todo es inútil.
“¿Son esos los ojos de mi amado? Hay tigres que inundan mis venas. Mi corazón, mi alma y mi cuerpo entero te pertenecen. ¡Teseo! Tu nombre es dulce veneno”.
El monstruo se precipita para abrazarlo. Con la espada hundida en el corazón repite su nombre entre borbotones de sangre.
Despertar
Emerjo del sueño donde he tenido experiencias extraordinarias y contemplado imágenes que no están hechas para los ojos. Despierto. Nadie me preparó para el tedio de la vida diurna.
Decepción
Hoy desperté seguro de asistir al fin del mundo. En cambio debo resignarme con ir al club.
Perfeccionamiento de la bestia
Contra el orgullo saboreo la más amarga de las humillaciones. Para combatir el placer procuro el dolor. Ahuyento el deseo mediante la aversión. Rehuyo el amor como algo demoniaco. Adiestro la bestia interior sometiéndola mediante el hambre y el frío, privándola de esperanzas y destrozando toda ilusión. Por fin estoy preparado para ser auténticamente feroz. ~
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BRUCE SWANSEY (Ciudad de México, 1955) cursó el doctorado en Letras en El Colegio de México y el Trinity College de Dublín, con una investigación sobre Valle-Inclán. Ha sido profesor en esta institución y en la Universidad de Dublín. Es autor de relatos y crítico de teatro.