Los republicanos que están contra la Ley de Asistencia Asequible -uno de los pocos grandes logros del gobierno de Obama[1]– son enemigos de un programa necesario para paliar la cada vez más gravitante pobreza de nuestro vecino del norte.
Tal como ha señalado el premio nobel de economía Paul Krugman, el llamado Obamacare se basa en tres ideas fundamentales: todos los estadounidenses deben tener acceso a un seguro médico asequible -incluso si tienen problemas de salud previos; todas las personas tienen obligación de comprar un seguro incluso si están sanas -lo que en general reduce el costo de la prima; y por último, el gobierno debe subsidiar parte del seguro a quienes se encuentran más necesitados.
Tal como sabemos, la pobreza es estructural a las sociedades inequitativas pues, para defender los privilegios de quienes más tienen, generan instituciones económicas y sociales que oponen restricciones al progreso de los grupos sociales ubicados en la escala inferior de la estructura. Para acabar con tales privilegios se hacen necesarias reformas de gran calado. El Obamacare se dirige contra una faz importante de la desigualdad de ese país y es entendible que los líderes republicanos hipnotizados por los delirios de su facción más radical, el llamado Tea Party, estén dispuestos a poner en vilo el presupuesto y hasta el pago de la deuda pública de la potencia norteamericana para que Obama de marcha atrás en una Ley que no sólo fue aprobada por ambas cámaras sino declarada constitucional por la Corte Suprema de ese país.
Los argumentos de los republicanos son, por delirantes, faltos de fundamentos: el Obamacare endeudará a Estados Unidos y además acabará con los empleos porque los empleadores no podrán pagar el costo adicional de asegurar a sus empleados. Se trata de un argumento que puede ser rechazado en dos tiempos: lo que en verdad puede llevar a la ruina a Estados Unidos es la pobreza endémica del enorme porcentaje de su población que carece de acceso a salud y a vivienda digna, padece de rezago educativo y para colmo, no tiene acceso a seguridad social.
Dicha población carece por tanto de las herramientas necesarias para aprovechar las oportunidades que puedan presentársele, lo que ciertamente no ayuda a la economía en general y menos aún si la fortuna arriba en forma de accidente y lleva a la gente a la ruina. No es casualidad que uno de cada cien norteamericanos se encuentre tras las rejas: en ambientes depauperados las redes sociales desaparecen y la violencia hace de las suyas.
La afirmación de que la Ley de seguro asequible destruirá los empleos tampoco se sostiene pues, si bien se obliga a quienes tienen contratados a más de 50 empleados de tiempo completo a cubrir sus seguros, lo cierto es que noventa y seis por ciento de las empresas norteamericanas tienen menos de cincuenta empleados[2]. Además, para los empleadores será más barato pagar los seguros médicos porque en términos generales, estos bajan mucho de precio (porque todo mundo está cubierto y las aseguradoras reducen su riesgo).
Para muchos, esta pataleta republicana puede ser muestra del sano conflicto parlamentario habitual en las democracias. Para otros, la desafiante amenaza de Tea Party es muestra de la radicalización de un Partido Republicano que ha perdido el rumbo y se ha hecho vocero de los intereses del pequeño pero poderoso 0.01 porciento de la población más rica, al tiempo que apoya los prejuicios de la población más conservadora.
En todo caso, nosotros debemos conservar una lección importante de lo que sucede en Estados Unidos: si bien es cierto que un país no debe endeudarse, también lo es que hay gastos que nunca deben restringirse pues el peligro de hacerlo es destruir las bases mismas de la economía: la salud, la seguridad y la educación de la ciudadanía.
[1] Otro es el haber incrementado la tasa impositiva a los norteamericanos más ricos.
[2] De acuerdo a James Surowiecki, The business end of obamacare, en The New Yorker.