Palabra de cuya existencia me informó un amigo y respecto de la cual, aun desconociendo su significado límpido, me agrada su intuición de una “ciudadanía del sol”.
Si se tratara de un continente extraviado, podrían pueblos antiguos como el de los hiperbóreos o el de los atlantes darnos ritmo santo y seña; y seguramente Borges nos sacaría de apuros si fuera el caso de una bestia mitológica y dorada, pero en mi absoluta ignorancia y por seguir un ejemplo de modestia, prefiero contribuir al evocar un pasaje de Plotino que leí apenas el sábado. Quizá sean las pequeñas coincidencias quienes tracen el mapa primigenio:
“El universo de allá es un Ser viviente y perfecto en el que todo es vida y todo está vivo. Es un hervidero de vida. Y allá el vivir es fácil del modo en que nos recuerda la Iliada: una vida llena de luz, esplendor, transparencia y colorido, no hay nada oscuro ni opaco, todo es transparente a todo”.
Y si el ser soleano consistiera en portar la ciudadanía del universo de allá, de ese espacio de entidades perfectas en el que todo es luz y no hay secretos, siendo habitantes de ese mundo todos y cada uno de nosotros nos transparentaríamos a nuestros circundantes y no habría necesidad de explicarnos ni de escribirnos, ni de justificarnos u ocultarnos y seríamos libres como los rayos del sol.
Cuando Freud descubrió el inconsciente, pensó que un mundo mejor era posible en la tierra pues la inconsciencia, aquella parte de nosotros que se oculta y nos opaca, desaparecería fulminada por la clarividencia colectiva.
En verdad que Freud pensó que el psicoanálisis transformaría a la sociedad en una hermosa transparencia de consciencias propias y ajenas: dejaríamos de actuar a partir de impulsos pues, de hacerlo, siempre habría alguien dispuesto a señalarnos la verdadera causa de nuestro actuar y a todo hombre y a toda mujer, una vez retirado el velo de la ignorancia, le estaría prometida una absoluta y cristalina libertad.
Claro que después vino la guerra y sus cadáveres y Freud se desencantó de su entusiasmo original: nunca podríamos escapar del inconsciente pues sólo a pocos les es dado aceptar nuestra tragedia: nuestra ineluctable carrera hacia el naufragio, marionetas de un Dios inexistente.
Y quizá sea mil veces mejor vivir en tanto locos. Sin embargo, la palabra soleano sigue evocando agradables luminiscencias y se hace necesario abundar en su vislumbre: quizá la ciudadanía del sol no necesite de significados transparentes sino de todo lo contrario, de opacidades de carne y seres repletos de cuerpo y fragantes de sexo y feromonas impulsivas. ¿Qué iluminarían los rayos del gran astro si fuéramos ángeles?