En todo el año que apenas acabó el lunes pasado, el libro que más me impactó fue The Better Angels of Our Nature, escrito por Steven Pinker, un profesor de psicología en Harvard. El libro no es muy nuevo –de hecho, salió en 2011, pero no lo alcancé a leer hasta este año– pero las lecciones serán válidas por años, si no generaciones.
El propósito básico de la obra es lo siguiente: después de milenios en que la existencia humana era sanguinaria, violenta, y cruel –o, si usted prefiere las palabras famosas de Hobbes, solitaria, pobre, sucia, brutal, y corta– ahora, los humanos hemos aprendido a vivir y convivir de una forma más pacífica. Pese a todo la nostalgia que se lee sobre nuestros antecedentes utópicos, la raza humana nunca ha pasado por un momento como el presente.
Pinker escribe sobre las muchas manifestaciones de nuestra capacidad de hacer daño: los genocidios, las guerras, los homicidios, el apoyo para la esclavitud, el afán para la tortura, el sadismo, y la falta de respeto para el derecho ajeno. Arma su argumento alrededor de un sinfín de datos, gráficas, tablas, y anécdotas, y éstos indican que, aunque no parezca, en cada categoría, los humanos de hoy son más civilizados que nuestros antecesores eran hace siglos. Las muertes sufridas en la guerra se encuentran en un nivel históricamente bajo, después de décadas de descensos. Ahora la tortura es un tabú en casi todo el mundo, mientras la inquisición española hizo una ciencia del dolor. Hace 500 años, Italia registró una tasa de homicidio de 100 por cada 100 mil habitantes (cuatro veces mayor que la tasa actual de México), y los demás países de Europa daban cifras comparables; ahora, como casi todo el continente, la cifra italiana ni alcanza dos.
Y los 1900s a veces se etiquetan como el siglo del genocidio, pero el genocidio no es nada nuevo; de hecho, ha sido una práctica de la guerra por miles de años. Lo que cambió con el genocidio el siglo pasado es que se empezó a reconocer e identificar como tal. El término “genocidio” ni siquiera existió hasta el abogado polaco Raphael Lemkin lo acuñó en 1943, durante el holocausto. Y sin minimizar los horrores de los genocidios perpetrados por los nazis, los turcos, y los ruandeses, la creación de la palabra “genocidio” nos da un marco analítico para interpretar este crimen tan grave, y por tanto una herramienta para luchar contra ello. Es decir, es un paso adelante, uno de muchos identificados en el libro.
Pinker ofrece varias explicaciones por la sequía de sangre. Una muy obvia es el alcance del estado, que viene siendo cada vez mayor, y que pone fin a la brutalidad de la anarquía. Los gobiernos son cada vez más democráticos, y no casualmente, son cada vez menos rapaces y bélicos hacia sus propios ciudadanos. Además, las democracias actuales son más aprehensivas en lanzar guerras, y más intolerantes de las muertes que resultan cuando una guerra sí inicia. Es instructiva una comparación entre las experiencias estadounidenses en Irak durante la última década y en Vietnam hace 40 años: en el primer evento, unos 4500 soldados estadounidenses y quizá 150 mil iraquíes se murieron, mientras las cifras respectivas superaron 50 mil y un millón de vietnamitas en el segundo caso.
Más allá que la forma en que nos gobernamos, los humanos de hoy somos distintos en como percibimos el mundo. Hay muchos ejemplos de estos cambios, pero cuatro son fundamentales: tenemos más empatía para los demás, controlamos más nuestros impulsos, operamos bajo un sistema común de morales, y dependemos más del razonamiento para andar por el mundo. Estos cambios representan una diferencia fundamental, hasta evolucionaria, en la forma en que existimos, y, según Pinker, esto es la causa de fondo de nuestra pacificación.
Pinker habla de tendencias generales, no de movimientos constantes, así que hay anomalías desafortunadas que revierten sus hipótesis. Lamentablemente, una de ellas durante los cinco años pasados ha sido México. The Better Angels no ofrece muchas prescripciones explícitas para la inseguridad en México –aunque la necesidad de contar con un sistema criminal que es uniforme y consistente en lugar de arbitrario es de suma importancia– pero el libro tiene lecciones para cualquier país con un interés en la seguridad pública (que son todos). Y en el caso mexicano, las conclusiones de Pinker implican que son aptas dos emociones: optimismo, y paciencia.
El de Pinker es un libro enorme, tanto en la cantidad de páginas como en la ambición del autor y la variedad de los temas que abarca. Por lo mismo, es muy fácil encontrar segmentos del libro que no convencen tanto, o que agregan poco al producto final. En lo personal, creo que su interpretación de los 1960 no es muy persuasiva (le da un exceso de importancia a la rebeldía de tal época), que es demasiado casual y hasta indiferente en su discusión de los riesgos nucleares de hoy, y que sus observaciones políticas a veces confunden. Además, Pinker describe en detalle un centenar de estudios de la ciencia de la conducta, cosa que finalmente acaba aburriendo al lector. (Por lo menos, en mi caso así fue.) Otras críticas han apuntado otros huecos de lógica o puntos débiles en su argumento, como un enfoque demasiado limitado a Europa.
Pero en un libro así, es importante no clavarnos tanto en lo que falta, sino reconocer –y por cierto, celebrar– la esencia de su argumento: el mundo es más seguro hoy que nunca antes. Nos deja con la esperanza de que, no obstante a todos los horrores actuales, nuestra especie vaya evolucionando hacia una existencia cada vez más tranquila.
Una nota final: me di cuenta al elaborar este post que hace un año, escribí de Getting Better, un libro con un mensaje optimista no tan diferente al de Pinker. Es pura casualidad, pero sería una buena política editorial; es mejor arrancar el año pensando positivo.
Así pues, les deseo un feliz año nuevo, y que el 2013 sea una maravilla para todos.