El Estado está de vuelta, y esta vez en serio… al menos así lo afirman autores como Martín Tanaka y Theda Skocpol, lo que nos lleva a preguntarnos: ¿en algún momento se fue? ¿Qué significaría el hecho de que hubiera regresado? Porque, en la última película de Martin Scorsese, El lobo de Wall Street, el Estado representado por Patrick Denham, escrupuloso agente del FBI, logra frenar los intereses del mercado, de cierto mercado cuya única misión era ganar dinero sin importar el cómo, a favor de la ciudadanía y de la sociedad.
Así también, aquí en nuestro país se nos anuncia con bombo y platillo la calificación de agentes económicos preponderantes a Televisa y de Telcel que hiciera el Instituto Federal de Telecomunicaciones. A partir de este hecho, ambas empresas tendrían que reducir su poder en favor de la competencia. ¿Hay realmente motivo de festejo? ¿Este hecho significaría que el Estado ha vuelto?
Para Carlos Sojo, el Estado efectivamente se fue, cediendo terreno frente al individualismo posesivo. Y lo más riesgoso no era tanto la cesión de los medios de producción como el descuido de su tarea de creación de medios de cohesión social. Por tanto, un Estado que regrese del olvido tendría que hacer frente a estos fenómenos y generar de nuevo el tan necesario entramado social. Por su parte, Irma Eréndira Ballesteros1 señala que el regreso del Estado debe aprovecharse para recuperar el proyecto original de Max Weber: un Estado cercano a la ciudadanía y al empresariado.
Pero vayamos por partes: antes de estar de acuerdo con quienes anuncian la vuelta del Estado, es útil revisar la teoría sobre las relaciones entre Estado y mercados. Tradicionalmente se piensa que a partir de las experiencias de mercado presenciamos la desarticulación de los Estados, su unilateral retiro y la derrota de éstos a manos del capital. Eréndira Ballestreros cuestiona tal idea al señalar que lo que existe es más bien una reconfiguración estatal y cita a Martín Tanaka2 quien, basándose en el trabajo de Theda Skocpol ‘Bringing the state back in’, afirma que el Estado está de vuelta y, esta vez, en serio.
Por el contrario, para muchas personas el Estado sigue a las órdenes del capital y en nuestro país nos son pocos quienes llaman títeres a los funcionarios gubernamentales. Es contra estas ideas que los nuevos estudios del Estado se dirigen: Irma Eréndira Ballesteros comienza su trabajo al criticar las teorías marxistas del Estado, de lentes funcionalistas o instrumentalistas: mientras que para la escuela instrumentalista el Estado no es sino un agente de los “dueños del capital”, los autores funcionalistas calificarían al instrumentalismo de simplista y vulgar: Nicos Poulantzas, por ejemplo, señala que la función del Estado capitalista es mantener la estructura de clases en la sociedad y que la subordinación de los aspectos políticos a las estructuras socioeconómicas superaría con mucho las ideas más extremas de los instrumentalistas: mientras éstos documentan la manera en que los capitalistas cooptan a los miembros del gobierno, para el funcionalista sería el propio Estado el que se encuentra determinado por su posición dentro del sistema capitalista. En el esquema de Poulantzas tendríamos una total absorción del Estado por las estructuras socioeconómicas.
Como respuesta a ambos esquemas, Theda Skocpol y otros autores defenderían la autonomía del Estado frente a los procesos económicos. Ballesteros defienden la senda de Weber: si el estudio del Estado no se plantea en tales términos, el resultado fallido será o bien una “fetichización del Estado”: el Estado lo puede todo, incluso imponerse a las fuerzas de la economía mundial y a los empresarios a los cuáles organizan; o bien una “cosificación de los actores económicos”, es decir, su idealización como luchadores en gesta heroica por maximizar su ganancia en un mar de problemas de información.
Frente a ambos fenómenos, la autora cita el trabajo de Bob Jessop y su concepto de “acoplamiento estructural”: el Estado no existe fuera del ámbito de tensión entre política y economía, no es neutral, sino que constituye un campo de conflicto entre intereses distintos. Por tanto, este enfoque recupera el proyecto original de Weber al sintetizar los sistemas de poder y dominación y articularlos con los sistemas de producción y explotación de una forma dinámica.
Para Skocpol, toda vez que los Estados son organizaciones con autoridad y recursos, son sitios de acción autónoma que no se reducen a las demandas o preferencias de ningún grupo social. Por el contrario, tienen ideas e intereses y buscan la mejor manera de abogar y trabajar políticas públicas que promuevan esas ideas e intereses. En esta misma vía, Peter Gourevitch3 consideraría que las conexiones íntimas con la sociedad han permitido al Estado escapar de las ortodoxias económicas de derecha y de izquierda, y que aunque el Estado efectivamente cuenta con autonomía, ésta no se genera desde su aparato estatal, sino que emerge de las coaliciones sociales. Estos trabajos superan las viejas teorías reduccionistas y al complejizar al Estado, lo acercan a la sociedad y a los empresarios.
En palabras de Irma Ballesteros, es tiempo de construir una nueva perspectiva para teorizar el Estado que enfatice de igual forma las condiciones históricas estructurales y los aspectos de transformación social. Ya no es posible estudiar al Estado con ideas reduccionistas de la complejidad, y por ello mismo, ideas tan infantiles.
Por lo que hace a la calificación de actores preponderantes que de Telcel y Televisa hizo el nuevo órgano regulador, significará una buena noticia sólo cuando conozcamos su desenlace. México necesita mayor competencia, lo que se traducirá en más y mejores empleos. Pero no cantemos victoria: el Estado tiene que demostrarnos que ha vuelto con más y mejores decisiones y pactos, tiene que demostrarnos que trabaja por la sociedad en su conjunto en muchos niveles y de muchas formas. En México estamos cansados de todos aquellos lobos que sólo ven por ellos mismos.