El avance contra el racismo ha sido uno de los grandes logros de la sociedad estadounidense en la época moderna. Hace 60 años era legal separar a los niños negros en escuelas de segunda. Hace 50, en una gran parte del país, los afroamericanos no tenían el derecho de usar el baño, tomar un café, sentarse en un camión en el mismo lugar que los blancos. Hace poco más de 20 años, motines violentos con tintes raciales en Los Ángeles precipitaron el despliegue de soldados.
Ahora, nada de lo anterior sigue siendo cierto, y claro, hay un presidente afroamericano, pero va más allá de la elección de Obama. El logro verdadero es que casi toda la sociedad reconoce que no está en onda hacer comentarios racistas, contra el grupo que sea. Los que tienen prejuicios contra un grupo u otro suelen esconder su sentir verdadero cuando hablan en público. Usan frases matizadas, como quejarse de los programas sociales que apoyan a los pobres. Claro, tales frases con su carga oculta pueden ser muy ofensivas, pero hay un mundo de diferencia entre ellas y el régimen de discriminación que existía hace dos generaciones. Hay una gran diferencia entre Rush Limbaugh —locutor conservador famoso por sus comentarios polémicos sobre grupos minoritarios— y George Wallace o David Duke.
Pero de vez en cuando salen unas noticias que desafían este progreso social. La semana pasada salieron dos de aquellas.
En la primera, el ganadero Cliven Bundy, héroe de algunos libertarios por su oposición al manejo federal de tierras públicas donde sus vacas pastan, ofreció sus comentarios sobre la raza afroamericana a un reportero de The New York Times:
Quiero decirte una cosa más que sé de la raza negra…Ellos abortan sus hijos, ponen a sus jóvenes en la cárcel, porque nunca aprendieron a cosechar algodón. Y siempre me he preguntado: ¿son mejores ahora que como esclavos, cosechando el algodón y teniendo una vida familiar y haciendo cosas? ¿son mejores bajo el subsidio gubernamental?
Teóricamente sus opiniones iban a apoyar un argumento en contra del tamaño y alcance del gobierno federal, pero no tenían mucho que ver. Más que nada fueron las expresiones de alguien fascinado por sus propios prejuicios.
La otra noticia, que recibió mucho más atención, fue la filtración de una grabación en que Donald Sterling, el dueño de un equipo de básquet de la NBA, reclamaba a su novia por dejarse ver en público con gente de raza afroamericana:
Me molesta mucho que quisieras enseñar que te relacionas con gente negra. ¿Tienes que hacerlo? Te puedes acostar con ellos, puedes traerlos, puedes hacer lo que tu quieras. Lo poco que pido es que no lo celebres y que no los traigas a mis juegos.
Las palabras de Sterling provocaron una ola de críticas, de la NBA, de otros dueños (entre ellos, Michael Jordan), del Presidente Obama, hasta de sus propios jugadores. El equipo de Sterling, los Clippers, también habló en la cancha: pese a tener el mejor grupo de jugadores en su historia, perdieron por más que 20 puntos en el primer juego después de la diseminación de sus palabras. Antes sonaban para campeones; ahora han quedado a dos derrotas de su eliminación de la postemporada.
Seguramente hay muchos estadounidenses que discriminan de forma parecida a Sterling y Bundy, pero es realmente anormal que hoy en día se escuchen semejantes comentarios, tan abiertos en su odio. Escuchándolos es fácil preguntarse si todo el progreso anteriormente mencionado es una mentira. Que somos un pueblo de hipócritas que realmente tenemos los mismos prejuicios que hace 60 años.
Pero lo que es alentador es que nadie ha defendido a Sterling ni a Bundy. Al contrario, sus anteriores aliados, incluso en caso de Sterling sus familiares, han huido de su causa. Será difícil obligar a Sterling a vender su equipo, pero es difícil imaginar que los Clippers sean un equipo fuerte, capaz de atraer a los mejores jugadores o una gran cantidad de fans, mientras él esté a cargo. En fin, ya no hay espacio en la vida pública para racistas abiertos. Puede que muchos escondan su racismo por pena, pero no importa: es mejor ser un país que obliga a los racistas a esconder su odio.