Durante las dos semanas pasadas, la tensa calma que ha predominado en Irak en años recientes desapareció. El diez de junio, el grupo de líderes y veteranos suníes involucrado en el conflicto en Siria —llamado Estado Islámico de Irak y el Levante (también conocido como ISIS)— se apoderó de Mosul, la segunda ciudad más grande del país. El fin de semana pasado, el mismo grupo tomó control de otras dos ciudades, una que colinda con Siria y otra al lado de Cisjordania. Además, ISIS y sus aliados locales ya se adueñaron de una agrupación de pueblos y ciudades en la parte occidental del país y actualmente están peleando apenas unas cuantas millas de Bagdad, la capital iraquí y la ciudad más grande del país.
Los líderes de ISIS son afiliados de Al Qaeda y dicen que su meta es establecer un nuevo califato en Irak y Siria. Es decir, son un grupo sumamente extremista y fundamentalmente liberal que ahora ha demostrado la capacidad de ganarle batallas al ejército de Irak y apoderarse de grandes espacios en el Medio Oriente. Es muy poco probable que logren derrocar al gobierno, ya que los chiitas son una mayoría en Irak y tanto Irán como Estados Unidos están comprometidos a que Irak siga de pie. Pero es muy posible que ISIS y sus aliados locales consoliden sus triunfos y logren una especie de autonomía en la parte occidental del país. Y de ahí, es posible que estemos en el principio del fin de Irak como un país coherente.
Hay bastantes causas del conflicto actual, la más fundamental es la presencia de tantos grupos étnicos, religiosos, y políticos, a menudo con rivalidades mortales desde hace siglos, metidos juntos en países construidos con fronteras arbitrarias e inventadas. Es una receta para el conflicto civil, y es un reto eterno en países como Irak.
Más recientemente, la guerra en Siria ha atraído y desatado grupos extremistas por toda la región; no han tumbado al dictador Bashar al Assad, pero ha creado un nuevo imán para guerreros islámicos. El pobre manejo político del primer ministro iraquí, Nouri al-Maliki, ha contribuido enormemente también: ha excluido sistemáticamente del poder político a los suní, el grupo que dominaba durante los tiempos de Saddam Hussein. La exclusión de los suníes, que incluye muchos oficiales de las fuerzas armadas durante la época de Hussein, lo empuja hacia grupos como ISIS, aunque entre ellos hay muchas diferencias fundamentales.
La invasión de Irak por el gobierno de Bush, y sobre todo la pésima administración del país después de la caída de Hussein, es otro ingrediente muy importante. El aislamiento de los suní empezó casi de inmediato después de la caída de Hussein, con la disolución del ejército derrotado en 2003. Mucho de lo que se está cosechando hoy en día se sembró hace más de una década con la decisión de invadir, que sigue siendo una de las más extrañas y consecuenciales en memoria reciente. La salida repentina hace dos años tampoco ayudó a mantener la estabilidad.
Muchas de las mismas voces de la época de Bush ahora están abogando por el nuevo envío de tropas para respaldar el gobierno de Maliki. Obama anunció el envío de 300 asesores militares la semana pasada, y el canciller John Kerry está actualmente en Irak buscando armar una reconciliación y endurecer la voluntad de Maliki en medio de la crisis. Un envío bélico importante sería una locura. Las medidas de Obama, en cambio, son de poco monte, que implican poco riesgo pero pocas probabilidades de cambiar el escenario.
Pero eso es inevitable, ya que la situación inmediata requiere una resolución política que lleve a los suníes de Irak a tener más participación política. La situación más fundamental requiere un montón de paciencia y un cambio de época. La presencia en forma de las fuerzas armadas de Estados Unidos en Irak no ayuda a concretar ni uno de estos dos objetivos.
Pero tampoco es claro cuáles pasos sí ayudarían, ni que los líderes iraquíes tengan voluntad de tomarlos. El futuro es oscuro en aquel país.