Hace unas semanas, el Washington Post publicó un artículo sobre Ernst Mauch, un ingeniero y diseñador estrella de armas. Mauch es un veterano —con 30 años de servicio— de la empresa alemana Heckler & Koch, famoso por (entre otras cosas) diseñar el rifle que ultimó a Osama bin Laden, y otras armas muy populares. Pero Mauch también es un hombre religioso que lleva años torturado por su papel en la creación de herramientas que sirven para matar.
Para reconciliar su aptitud profesional con sus dudas morales, Mauch cambió el enfoque de su carrera hace unos años y ahora se dedica al diseño de “armas inteligentes”, que no se pueden disparar a menos que el portador del arma esté usando un reloj que emite una señal que recibe la propia arma. La idea es que solamente el dueño tendría acceso al arma y el reloj a la vez, así que tales pistolas serían menos vulnerables a los accidentes y a la introducción del mercado negro.
El arma inteligente de Mauch no es una solución perfecta: sería más cara que la pistola típica, y el requisito del reloj podría limitar su uso en caso de emergencia. Pero no hay duda de que es una innovación creativa, que habla de la posibilidad de inventar controles más eficaces para disminuir la cifra de muertes violentas e innecesarias.
Sin embargo, el movimiento proarmas de Estados Unidos, una de las fuerzas políticas más retrógradas del país, ha reaccionado de forma apoplética. La Asociación Nacional de Rifles (llamada la NRA por sus siglas en inglés), el grupo más importante de la defensa del derecho a portar armas, teme que el diseño de Mauch sea el primer paso para el decomiso masivo de armas. En lugar de dejar al mercado decidir si la pistola inteligente es una tontería o un verdadero logro —una respuesta obvia para los activistas conservadores, que teóricamente son los adherentes al NRA— han amenazado a las tiendas que piensan en venderla. En lugar de una innovación, ellos perciben una amenaza latente contra la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, que garantiza el derecho a portar armas.
Esta reacción es parte de una estrategia de cabildeo que me recuerda mucho a los productores de tabaco. (No es una sorpresa, ya que algunos de los estrategas principales han trabajado en los dos ámbitos.) Cuando los directivos de empresas como RJR Reynolds se dieron cuenta de que sus productos causan cáncer, enfisema y otras enfermedades mortales, supieron que implicaba el fin de su popularidad entre una buena parte de la población. Por lo tanto, negaron los hechos, mintieron sobre los datos, atacaron a sus enemigos e intentaron cualquier cosa para evitar que el público considerara a los cigarros como el peligro a la salud pública que son. Es decir, las empresas tabaqueras recurrieron a la intransigencia.
Era una reacción altamente inmoral que provocó la muerte de millones, pero de cierta forma es entendible: era un juego de suma cero entre la salud pública, por un lado, y las ganancias de las empresas por el otro, así que no había de otra.
Grupos como el NRA también demuestran una intransigencia fundamental, desprecian cualquier negociación o búsqueda de acuerdos con los adversarios. Cualquier cosa que no implica la venta libre de cada vez más armas de un calibre cada vez más potente es un ataque contra la Segunda Enmienda y los derechos fundamentales de los estadounidenses. (Y la misma lógica se aplica en países extranjeros; véase la participación de la NRA hace unos años en el referendo sobre el uso de armas en Brasil.) Por eso una invención creativa y posiblemente importante como el arma de Mauch provoca miedo.
Pero hay unas diferencias fundamentales entre las armas y el tabaco. La primera es que no hay una utilidad esencial en los cigarros; es un lujo innecesario, y el vínculo entre el cáncer y el tabaco amenaza la existencia de estos a largo plazo. Pero siempre habrá un mercado para las armas, exista o no la Segunda Enmienda, ya que los policías y los ejércitos del mundo siempre necesitarán equiparse. Los esfuerzos para hacer las armas más seguras no pretenden desaparecerlas ni mandar a la quiebra a sus fabricantes.
Al contrario del tabaco, el debate sobre el futuro de las armas no es un juego de suma cero. Puede haber avances en el tema que favorecen tanto a los activistas del NRA como a la salud pública.
Los grupos como el NRA demuestran una ceguera fundamental al no aceptar esto. Es una actitud que mata.