Machismo, misoginia, homofobia y erotismo
Nuestros sistemas de valores pueden moldear las conductas cotidianas a tal grado que cuando no se dispone de tiempo y energía para deconstruirlos se transforman en guiones vitales que alcanzan a imponer un control incluso en los ámbitos más íntimos de los individuos, como lo es su erotismo.
Erotismo y estereotipos
Los sistemas de valores de tipo patriarcal, es decir, en los que está implicada una sujeción de las personas a un dueño, tutor, director, gobernador, etcétera, hombre y violento (y entre mayor sea la “identificación” de las personas con lo que en cada contexto se entiende como femenino, mayor la sujeción) permea las perspectivas de muchas personas sobre el erotismo y, en consecuencia, sus prácticas.
En muchísimas de las películas de la autonombrada Época de Oro del cine mexicano (entre los años 30 y 50 del siglo XX) se puede ver un patrón ampliamente repetido en sus ficciones, el encuentro entre un hombre y una mujer “rebelde”. La protagonista es la encarnación del patrón esquizofrénico de la relación de poder patriarcal, mezcla de deseo sexual —libertad y pudor—, contención (puta o santa según la conveniencia de quienes generan la narrativa). Al final es domada (acepta su condición de subordinación) por medio del placer sexual y luego del amor, y reconoce que en el fondo deseaba un hombre que la protegiera y la dirigiera y, en ese contexto, la mantuviera. Luego, quizás algún charro cante “porque soy tu dueño”.
¿Será que seguimos pensado que los vínculos eróticos se tratan de ver quién manda?
El que penetra manda
Las prácticas homoeróticas masculinas fueron las más exaltadas en la Grecia de Sócrates y Platón. Los mayores buscaban a los imberbes (jovencitos que todavía no tenían bello en el rostro y solo a quienes se permitía ser penetrados) para seducirlos y poderlos penetrar. Los moralistas señalaban a aquellos que se rasuraban con el fin de seguir disfrutando del gozo de los más jóvenes (más allá de su periodo de instrucción) y por conceder a una relación de “subordinación” en el erotismo como se entendía que era propio de las mujeres.
Ya en el siglo XX el doctor Freud lanzaría su insostenible teoría de la envidia del pene. Según la cual el desarrollo psicosexual de las niñas pasaría inevitablemente porque se descubrieran sin pene y desearan tener uno, junto con el poder que este representa.
La idea de que existe un estatus superior del que penetra es una herencia de la cultura patriarcal y sigue presente en el imaginario colectivo. Entre hombres que tienen sexo con otros hombres existe discriminación hacia los que son penetrados, y es común escuchar decir a quienes se sienten más cercanos a la masculinidad, “yo no soy puto, yo me lo cogí, puto es él, que le gusta que se la metan”.
Gozo e igualdad
La idea de que en el coito el mal llamado “activo” obtiene placer a costa del otro/a que “se deja” ha sido utilizada como un “argumento” más para justificar relaciones de poder que exceden lo coital y lo sexual. Esta idea facilita que guiones vitales de desigualdad se materialicen incluso en el ámbito del erotismo. Sin embargo, se trata de una ilusión que entraña dos errores conceptuales básicos. Por un lado, la idea de que erotismo es identidad. Desde la perspectiva de la sexología, el erotismo es el conjunto de experiencias que producen deseo, excitación, placer sexual y/u orgasmo. Estas inician, transcurren y terminan. No tienen el poder de generarle una identidad a nadie. No son sinónimo de la vida o la naturaleza de las personas sino solo una parte de su existencia. Por otra parte, el falocentrismo implícito en dicha idea tampoco se sostiene desde el punto de vista anatómico. El ano es una zona rica en terminaciones nerviosas y el clítoris tiene más de 8 mil; el pene, tan solo la mitad, unas 4 mil.
Uno de los personajes de la mitología Griega, Tiresias fue transformado de hombre en mujer, y de vuelta en hombre. Por tener ambas perspectivas fue llamado como árbitro en una disputa cargada de pudor entre Zeus y su esposa Hera acerca de quién obtiene mayor placer sexual en el coito: hombres o mujeres. Si el placer está conformado de diez partes, nueve son para las mujeres, dijo Tiresias. Hera enfureció con la respuesta y le arrebató la vista, le compensó con el don de la adivinación.
El psicoanálisis definió la neurosis como la relación, y más concretamente el conflicto, de los individuos con aquello que no está o no existe. No hay posibilidad de establecer un estatus porque carecemos de la perspectiva tiresiana, pero fundamentalmente porque ello es ajeno al sentido del placer desde una postura hedonista. Buscar un estatus en el erotismo que justifique una relación de poder es la inútil pelea con aquello que no es, mientras la dicha retoza en otra parte.
Hedonismo y antiautoritarismo
El hedonismo es la perspectiva ética y filosófica que asume el placer como un elemento necesario y positivo del desarrollo de los individuos y las sociedades. Este ha sido desprestigiado a lo largo de la historia por aquellos interesados en vivir a costa de otras personas, pues el mejor escenario para ello es que se generalice la idea de que el conflicto y la violencia son naturales y necesarios.
El hedonismo implica una cultura de la paz y la colaboración (en la que no vive la humanidad), todo lo opuesto a relaciones de poder condicionadas por la matriz comportamental de mandar u obedecer, base del autoritarismo. Los derechos humanos y el hedonismo comparten valores asociados sin los cuales es imposible su realización como son la inclusión, la equidad, la cooperación, la fraternidad, la paz y el reconocimiento de la igualdad y la dignidad de todas las personas. Las relaciones eróticas que implican relaciones de subordinación no son hedonistas, en ellas el placer es una satisfacción inmediata, casi exclusivamente coital y generalmente a favor de quien se asume al mando, y no un cúmulo de experiencias diversas, lúdicas, cotidianas e inclusivas que coronan una postura de alegría ante la vida.
Muchos de los bloqueos en la vida erótica de las personas tienen algún grado de relación con la inhabilidad para soltar una postura de control por distintos motivos y permitirse jugar. El juego le permite al ser humano re-crearse y re-presentarse, descubrir que su identidad es dinámica y elegible y establecer relaciones creativas no marcadas por el “deber ser” o el «a ver quién manda».
Tú, ¿qué otras situaciones crees que afectan la vivencia de un erotismo pleno e igualitario?
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Totalmente de acuerdo experimentar diferentes posturas eróticas de mi vida me a ayudado a sacar más de mi y dejar atrás ciertas posturas que me mantenían controlado sin embrago es un juego continuo que se debe desarrollar.