“Escritos de frontera” inicia una nueva etapa. Sin olvidar su interés en los fundamentos racionales de la economía, el autor incursionará en el análisis de casos concretos y de coyuntura. El primer tema: la evolución —relativa— de nuestra economía durante los primeros 23 años de vida de la revista.
I
La revista Este País cumple 23 años. A lo largo de este tiempo, quienes en ella colaboramos hemos tenido la oportunidad de analizar y comentar lo que sucede en México, criticar lo que está mal y proponer lo que debe ser, participando en la discusión, contribuyendo al diálogo, siempre en función del respeto a la verdad y del apego a los propios valores, que en mi caso han sido la libertad individual, la propiedad privada y la responsabilidad personal, los tres pilares del liberalismo económico o, si se prefiere, de la economía de mercado, hacia la cual nos hemos acercado pero de la que todavía estamos lejos. Esta lejanía limita las posibilidades de alcanzar un mayor progreso económico, definido como la capacidad para producir más (dimensión cuantitativa) y mejores (dimensión cualitativa) bienes y servicios para un mayor número de gente (dimensión social).
En este sentido, se han dado pasos en la dirección correcta —buen ejemplo de ello lo fueron, en su momento, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la autonomía del Banco de México (BM), y hoy las reformas a favor de la competencia y de la apertura de la industria petrolera—, pero también en sentido contrario —el ejemplo más reciente lo tenemos en la “reforma” fiscal de 2013, que entró en vigor en 2014 y que no hace más que agravar el engendro tributario que padecemos y que tanto limita la competitividad del país. Ello ha dado un resultado mixto, que puede sintetizarse de la siguiente manera: relativa estabilidad de precios con poco dinamismo de la producción de bienes y servicios, la generación de ingresos y la creación de empleos, todo lo cual impone un doble reto: consolidar la estabilidad de precios y elevar la tasa de crecimiento de la producción, la generación de ingresos y la creación de empleos. La pregunta, obviamente, es si lo conseguiremos.
II
En 1991, año de la fundación de Este País, el crecimiento de la economía mexicana, medido por el comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB), es decir, la producción de bienes y servicios, fue de 4.1%, al tiempo que la inflación fue de 18.8%. En 2013, a casi 23 años de la aparición de Este País, el crecimiento del PIB en México fue de 1.1% y la inflación de 4%. Comparando 2013 con 1991, ¿qué tenemos? En primer lugar, una importante reducción en la tasa de inflación, lo cual me permite hablar de la relativa estabilidad de precios, hecho que debe reconocerse como un punto a favor. En segundo término, una no menos significativa caída en la tasa de crecimiento del PIB, lo cual permite hablar del poco dinamismo de la producción de bienes y servicios, la generación de ingresos y la creación de empleos. Esta deficiencia debe aceptarse como un reto; enfrentarlo resulta impostergable, tal y como lo ha entendido el actual Gobierno, y ello es lo que explica su ánimo reformador.
Si para responder a la pregunta: ¿qué tanto hemos avanzado en materia económica?, comparamos 2013 con 1991, centrando la atención en el PIB y la inflación, ¿cuál es la respuesta?
III
No hay que pasar por alto, a la hora de buscar la respuesta a la pregunta planteada en el párrafo anterior, que fue en la primera mitad de la década de los noventa del siglo pasado cuando se llevó a cabo una serie de reformas estructurales cuyo objetivo fue hacer de la mexicana una economía más competitiva, es decir, más segura y confiable, más atractiva y atrayente, para las inversiones directas, que son las que abren empresas, producen bienes y servicios, crean empleos y generan ingresos. Ese fue el objetivo que se pretendía lograr con las reformas, de las cuales la más importante fue, sin duda alguna, el tlcan con Estados Unidos y Canadá, cuyos principales objetivos fueron: (1) abrir los mercados mexicanos a la importación de más y mejores mercancías, en beneficio de los consumidores; (2) abrir los mercados estadounidenses a las exportaciones de productos mexicanos, en beneficio de los productores mexicanos; (3) atraer, para aprovechar las ventajas del tlcan en materia de exportaciones, más inversión directa a México, en beneficio de los trabajadores mexicanos.
Además, con la autonomía del BM, la otra gran reforma estructural de aquellos tiempos, se pretendía acabar con la inflación o, dicho de otra manera, se pretendía estabilizar la economía mexicana, poniendo fin a los ciclos de inflación-devaluación que la caracterizaron a partir del sexenio de Echeverría y hasta el sexenio de De la Madrid, y que tanto dañaron la economía familiar, siendo que a ese nivel (el de la economía familiar) debe medirse el desempeño económico de un país.
Mayor crecimiento y menor inflación fue el objetivo que se buscó con las reformas estructurales del salinato, y todo indicaba, todavía en 1994, que se iba a lograr. En 1988, último año del sexenio de De la Madrid, el PIB creció 1.3% y la inflación fue de 51.7%. En 1994 la inflación fue de 7.1% (menor que en 1988) y el PIB creció 4.7% (más que en 1988). Desafortunadamente, en 1994 se cometió una serie de errores de política económica (sobre todo cambiaria), el más grave de los cuales fue el tristemente célebre “Error de diciembre”, cuyas consecuencias fueron, en 1995, una inflación de 52% combinada con una caída en el PIB de 5.8 por ciento.
IV
Consideremos el año de 1995 —por la grave situación de estancamiento con inflación que lo caracterizó— como año parteaguas, y veamos qué pasó de 1996 a 2013 en materia de PIB e inflación. Entre los dos años mencionados el crecimiento promedio anual del PIB fue 2.9%, y la inflación, también en promedio anual, fue de 7.8%. ¿Cuál fue el resultado en 2013? El PIB creció 1.1% y la inflación fue de 3.9%, cifras que confirma lo dicho: el comportamiento de la economía mexicana, con los lógicos y naturales altibajos en el camino, ha sido de relativa estabilidad de precios combinada con poco dinamismo por el lado de la producción, la generación de ingresos y la creación de empleos.
Relativa estabilidad de precios: no ha habido repuntes graves en la inflación, pero esta no cede; no hemos padecido devaluaciones traumáticas, pero la tendencia es hacia la depreciación del peso frente al dólar; no ha habido brincos peligrosos en las tasas de interés, pero la brecha entre las activas (las que se cobran) y las pasivas (las que se pagan) sigue siendo considerable, todo lo cual debe calificarse como “relativa estabilidad de precios”. Se puede sintetizar este concepto diciendo que si bien no se espera un repunte grave en la inflación, tampoco se espera una reducción significativa. Según los resultados de la Encuesta sobre las Expectativas de los Especialistas en Economía del Sector Privado correspondiente a febrero, la expectativa de inflación para los próximos cuatro años es de 3.5 por ciento.
Poco dinamismo: a lo largo de los 13 primeros años del siglo XXI, el crecimiento promedio anual del PIB fue de 2.1%; puede identificarse un antes y un después de 2009, el año de la recesión, en el cual el PIB decreció 4.7%. En 2010 el crecimiento fue de 5.1%; en 2011, de 4%; en 2012, de 3.9%, y en 2013, de 1.1%, lo cual marcó una tendencia hacia un crecimiento cada vez menor que, se prevé, se revertirá en los próximos años. Según la misma encuesta, la expectativa de crecimiento del PIB para los próximos 10 años es de 3.9%,1 por arriba del promedio de 2.1% antes mencionado, pero bajo en función de las expectativas que las reformas estructurales han generado. Sin reformas, el PIB creció 4% en 2011 y 3.9% en 2012.
V
Mayor crecimiento y menor inflación fueron los objetivos que se buscaron con las reformas estructurales del salinato, y todo indicaba, todavía en 1994, que se iban a lograr. Al final de cuentas, no fue así. Mantener la relativa estabilidad de precios y lograr un mayor crecimiento de la economía son los objetivos de las reformas peñistas y la pregunta es si ahora sí, por fin, se va a conseguir la segunda meta sin poner en entredicho la primera.
Hasta el momento ya tenemos importantes (pero insuficientes) cambios en la Constitución. En estos momentos se están preparando las leyes secundarias y reglamentarias relacionas con esas modificaciones constitucionales. Una vez promulgadas estas leyes, faltará lo más importante: la transformación de la realidad, que no dependerá solamente ni de los cambios en la Constitución, ni de las leyes secundarias.
Dentro de 23 años, a los 46 de Este País, ¿cuál será el análisis?
1 ¿No resulta una vacilada hacer proyecciones económicas a 10 años? ¡Por favor!
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ARTURO DAMM ARNAL es economista, filósofo y profesor de Economía y Teoría Económica del Derecho en la Universidad Panamericana.
([email protected]; Twitter: @ArturoDammArnal)