Si con la muerte muriera, de Olga García-Tabares, es el título de la última obra editada por la Fundación Juan Rulfo. Editor y autora fueron convocados, una vez más, por este libro de cartas escritas a un maestro muerto, y dialogan de lo que genera su lectura y su atmósfera, de la riqueza en la ambigüedad de su género mismo, de la búsqueda creativa, de las razones que llevaron al editor a publicarlo, de la irreverencia del diseño; de la verdad, lo esencial y lo bello, entre otros temas. OG
PABLO RULFO: En la literatura siempre ha existido el conflicto entre la ficción y lo real, entre lo que se escribe y la historia al pie de la letra, ¿es posible hacer literatura sin cimentarse en la realidad?
OLGA GARCÍA- TABARES: Hay quien lo hace, y bien. A mí me cuesta trabajo. De hecho, las obras que más me han inspirado, en su médula, han sido atravesadas —en algún momento— por la historia del escritor. Pero ya en el oficio, al trabajarla, se convierte en otra cosa: las magdalenas y el té, la citadísima página de En busca del tiempo perdido, de Proust, por ejemplo; La divina comedia, de Dante. Obras monumentales, apabullantes, porque la literatura, el misterio, están ahí. Pesquisar la vida del escritor no las hace más o menos grandes.
PR: Entonces hay que acercarse a la médula para conseguir la literatura a partir de una vivencia.
OG: Yo diría que sí. Y nombrando, apalabrando las vivencias de otra manera, se transforman, para eso es el lenguaje, y por eso es prolijo.
PR: Por lo tanto, la dificultad de conseguir la literatura está en nombrar las cosas, encontrarlas, nombrarlas.
OG: La dificultad… creo que podría hablar de eso; sin embargo, no encuentro la respuesta. Me ha costado mucho trabajo llegar a ella. Sí: nombrar las cosas, pero también embellecerlas sirviéndose de las palabras. Para mí la literatura está liada, de alguna manera, a la belleza.
PR: La búsqueda de la creación es la belleza, y lo bello tiene que ver con la verdad, no con lo agradable a los sentidos. Incluso la belleza puede ser confusa, indefinida; quizá la labor literaria sea nombrarla en todas sus partes. En Si con la muerte muriera encuentro un continuo deslizamiento del ser en su esencia, una reflexión literaria de la experiencia humana.
OG: Lo que puedo decir es que, si hubo intención, fue de comunicarme, de dialogar con un maestro muerto, contarle cómo seguía la vida aquí. Pero lo que apareció en el camino resultó distinto: las imágenes iban llegando, los recuerdos, la estructura misma.
PR: Incluso hasta el final, hasta en el proceso de formación del libro.
OG: Exacto, el último cambio que usted me propuso cuando el libro ya estaba en la imprenta, partir algunas líneas sin que afectara el sentido, dio otra forma a la presentación de las cartas. Hay quienes dicen que son poemas, yo digo “no, son cartas”, así que usted me ha hecho poeta.
PR: Siempre ha habido cierta necesidad de clasificar, pero eso no tiene nada que ver con la experiencia creativa donde todo límite se vuelve absurdo. ¿Por qué no pensar en un género diferente a los conocidos?
OG: Yo insistía en que no es poesía, entonces leí una carta y pensé “esto no es poesía, esto es la vida”.
PR: En las cartas te paras en la vida y te diriges a un maestro para el que no terminan los afanes a pesar de estar muerto. Hay una reflexión profunda, constante, que va al centro de la vida.
OG: ¿Usted cree? Tardé muchos años en decir que escribía, siempre he respetado mucho ese oficio, esa palabra; ahora, ¿pensarme poeta? Me hubiera maniatado, creo que un buen poeta tiene un talento portentoso —quizá por eso se me dificulta pensar que las cartas son poemas. Escribir es laborioso, oficioso, y eso sí podía trabajarlo. No hubo ánimo de escribir poemas, pero también agradezco si los textos son leídos así. Si son poesía, entonces la vida es poesía.
PR: No veo ninguna argucia de establecer un lenguaje poético. Si este se da es por la riqueza de lo que dice, por la sonoridad que hay en las palabras, porque hacen vibrar. Lo interesante es que está escrito con extrema simpleza y honestidad. Honestidad en el sentido en que te diriges a la vida misma. El pretexto, quizá, sea el maestro que partió, pero en el fondo el personaje central es la vida. ¿Te parece?
OG: Sí, ahí no hay nada aparatoso, no hay malabarismos, ahí está la vida y fluye, como fluye de un nacimiento el agua, como fluye la sangre, como fluye, eso, la vida. Eso son las cartas. Y usted, ¿por qué las editó?
PR: Siempre me dejo llevar por la intuición, y tuve la sensación de que tu escritura era clara, natural, sin artificios. Aquí viene otra vez lo bello que, para mí, se gesta en la verdad; así sentí las cartas. Lo demás, cómo aterrizaba el texto en un libro objeto fue otro proceso.
OG: ¿Cómo fue?
PR: Dejé que el libro tomara su lugar. En ese proceso no impongo nada, no es consciente, simplemente digo “este es tu espacio, ocúpalo”. Si es cierto el supuesto “forma y contenido son lo mismo”, no hay contenido que no corresponda a la forma y viceversa, eso es lo ideal, y lograrlo es muy difícil porque intervienen muchas variables: el costo del papel, la impresión —que en ocasiones sacrifica cosas—; la clave está en cómo acercarse a lo ideal. A veces, aunque se tenga claro el producto final, no se dan las condiciones: no existe el papel, por ejemplo. Es la lucha de siempre. Así que esperé a que las cartas tomaran su lugar. Ahora, hay mucha interpretación en la forma en que se presenta el libro, una participación marcada con respecto al contenido: las dos tintas, las entradas con tipografía pesada, el eco paralelo. Todo esto surge de mi gusto por las cartas. ¿Hasta qué punto fue adecuado? ¿Hasta dónde era más conveniente presentarlas al lector con una mínima intromisión? Aquí, hasta podría pensarse que el diseño impone el cómo debe leerse.
OG: ¿Y el libro soporta esa intervención de diseño?
PR: El texto lo resiste porque es limpio, no hay manías. Cuando las hay, aparece un tope que ni el libro ni el lector soportan. El libro tiene muchas sonoridades y tal cantidad de imágenes que son inevitables las vibraciones, las resonancias internas; yo planteo una propuesta visual que, creo, coincide con lo que genera la lectura. Pero sería interesante saber cuál es la interpretación de un lector sensible, y la tuya —porque tú lo escribes—, lo demás son efectos que no buscaste. La forma de construir tu vida, tu pregunta por lo vital, tu búsqueda y tu decisión de escribir, de nombrar las cosas… nombrar las cosas, ¿para qué? ¿Se llega a ser escritor porque se necesita y se tiene que ser escritor? ¿O porque se inventa que eres escritor?
OG: Si voy a ser honesta, creo que fue una necesidad, una que fui descubriendo dentro de mí, con todas las torpezas y los claroscuros que puede engendrar la experiencia de escribir; con todos los sentimientos que me convoca: angustia, alegría, desesperanza. Así se fue desenvolviendo, asentando. No era solo deseo, era necesidad, y gracias a ella podía seguir viva, entender el envés y el revés de la vida al tiempo que enriquecía la mía, es algo recíproco. ¿Por qué se enamora uno de las palabras? Creo que es un misterio, y gracias a ese misterio, a los secretos de la vida, a los enigmas no resueltos, también escribo. Ahora bien, ¿para qué nombrar las cosas? Para mudar, para cambiar las experiencias con la palabra, los nombres, incluso; a veces, transgredirlos, para desaprender y volver a aprender, para de-construir y volver a construir, para fluir.
PR: Esa es una imagen de los mecanismos vitales, el cuerpo mismo se destruye y se vuelve a construir, es imposible que la vida sea fija, para vivir hay que estar constantemente…
OG: Mutando, mudando. No hablo de evolución ni crecimiento, hablo de cambios. Cuando digo que la escritura convoca muchas cosas también me refiero al alma, al cuerpo, a otros seres, al universo y lo que desconocemos de él: todo está allí, dándose la mano y rechazándose. Es la vida.
PR: ¿Y desde cuándo tienes el deseo de escribir?
OG: ¿Desde cuándo? No lo sé. ¿Cuándo empecé a darme cuenta? Eso sí puedo decirlo, pero creo que esto va más allá, porque si fuera solo un darme cuenta es probable que hubiera cambiado la carta. Me la jugué con la escritura, pero si esa necesidad no hubiera sido superior a mí, quizá la hubiera cambiado, porque esta experiencia ha implicado, entre otras cosas, renuncias, apuros; a veces, hasta para relacionarme con los otros, en el mismo proceso de escribir… búsquedas erráticas.
PR: ¿Con cuál otra carta hubieras jugado?
OG: Ah, no sé, porque no se me ocurre otra forma de estar en la vida. En algún momento pensé en el psicoanálisis, pero entendí que la escritura me requería toda. Incluso más que eso para estar a su altura, conquistarla y merecerla.
PR: En el psicoanálisis, de alguna forma, ¿también se nombran las cosas?
OG: En el psicoanálisis se interviene el discurso del sujeto cuando se ve la posibilidad de nombrar, de apalabrar fragmentos de su historia de otra manera o desde otro lugar, y con esos fragmentos construir —inscribir— otro relato.
PR: Creo que el psicoanálisis te sacó de tu contexto, quiero decir, entre otras cosas, de tu país —y lo que esto implica— y te lanzó al mundo; fue otra forma de acercarte a la palabra, de ir a lo esencial. Me parece que es claro lo que buscabas desde el principio y, por supuesto, no fue fácil identificar el camino. A final de cuentas todos los caminos te llevaron a la escritura. Siempre estuvo presente el peso de la palabra, la necesidad de lo vital. Si el ser humano se concientizara de su insistencia en ignorar lo vital, lo medular, no viviríamos en este caos, en este vacío ético, en esta enajenación; y nombraría las cosas en su justo medio.
Considero que la labor creativa, en este caso la literatura, tiene la función de acercarse a lo esencial, a la verdad; así son tus textos, en ellos no hay nada negociable, no hay trueques, incluso rompes el sentido del tiempo, del espacio. Paradójicamente cada carta tiene una fecha y un lugar, es un contraste raro porque en realidad son atemporales, traspasas los límites de la vida y de la muerte. Y la energía del maestro actúa, sobrevive en todo aquello que lo acercó a lo esencial. Es la verdad la que trasciende, la que tiene eco en los lectores porque es un lenguaje conocido por todos.
OG: Es un lenguaje conocido por todos aunque insistan en ignorarlo, en desaparecerlo.
PR: Aunque pretendan ignorarlo, ese afán de desaparecerlo es tan profundo como el temor a la muerte provocado, a su vez, porque están desconectados de la verdad. En las cartas, en la relación con el maestro muerto, la palabra no trasciende porque esté fija —impresa—, trasciende porque le dice algo al otro, porque, aunque insistan en borrarla, hay una fascinación por la verdad.
OG: ¿Una fascinación por la verdad?
PR: Sí, porque nos ayuda a comprender el por qué y el para qué se vive; porque solo así nos acercamos a la esencia del individuo, de la vida y de la muerte.~
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OLGA GARCÍA-TABARES es escritora y periodista.
Felicidades , Malena, Pablo y por supuesto Olga.