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La satanización de la memoria
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Yásnaya Aguilar | 12.02.2014 | 1 Comentario
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La memoria ha sido fundamental en mi vida. Yo me aprendí las tablas de multiplicar de memoria, los textos del libro de lecturas también para luego aparentar una lectura fluida en voz alta que sólo pude lograr en realidad mucho tiempo después, aprendí un poema que comenzaba así: “Sal, sol, solito y estate aquí un poquito” y otro más largo que se llamaba “Una flor en el desierto” como requisito para poder entrar al club de declamación de la primaria. Antes de entrar a la escuela y fuera de ella mi abuela me contó anécdotas de la vida de mi tatarabuelo que aún recuerdo vívidamente, narraciones de tradición oral, fórmulas para preparar un baño que alivia la fiebre, técnicas para coser, cómo saber que los guajolotitos estaban por nacer y la observación del cielo entre muchísimas cosas más. Todas las narraciones y conocimientos que mis abuelos me han enseñado tienen algo en común: no necesitaron de la palabra escrita, necesitaban de la práctica y la memoria. El analfabetismo no supone falta de conocimiento ni mucho menos impide su transmisión.
Tiempo después en otras aulas y en otras circunstancias escuché que no era deseable aprender de memoria sino a través de la comprensión. “No te lo aprendas de memoria, entiéndelo mejor” me solían repetir los profesores. Me causaba angustia. No podía comprender por qué es intrínsecamente malo aprender las cosas de memoria. ¿Cómo cambiar el hábito? Yo estaba muy acostumbrada a lo contrario: guardaba un poema de Luis de Góngora en la memoria sin comprender las palabras extrañas y mucho menos la sintaxis, lo aprendía de memoria sólo por el placer de escuchar el sonido de las palabras, los versos, la métrica, las rimas. Un día de pronto, no sé, tal vez en el metro de la Ciudad de México, recordaba el poema aprendido en la infancia y de pronto, tantos años después, me daba cuenta de que podía entender el sentido y el significado de un edificio fonético que había guardado como fórmula sonora en mi memoria durante muchísimos años. Uno puede guardar cosas en la memoria que se develarán a su debido tiempo y esa revelación supondrá una epifanía extremadamente placentera.
Supongo que el hábito de aprender las cosas de memoria lo adquirí por dos razones: porque es el mecanismo de transmisión de conocimientos que asocio al mixe, mi lengua materna y por otro lado a que me era imposible comprender en la escuela cosas a cabalidad en una lengua como el español que nadie me había enseñado antes. Aprendí de memoria las narraciones en mixe porque para ello no era necesaria la escritura y aprendí de memoria las lecciones en español porque no comprendía la lengua. Hasta ahora cuando no entiendo algo lo aprendo de memoria, ese algo cobra una vida en mi mente y evoluciona hasta la comprensión casi siempre. Aprender algo de memoria no significa no comprenderlo, significa aprenderlo de una manera distinta.
¿Por qué satanizar la memoria durante el aprendizaje? La educación que el estado mexicano ha impartido e imparte actualmente parte del valor de la alfabetización y del valor de la lengua escrita como la forma legítima de transmitir el conocimiento. Este tipo de educación considera que el analfabetismo va en contra de la educación y que los saberes que se presentan por medio de la escritura son más legítimos que aquellos transmitidos por la tradición oral y a través de la memoria; en otras palabras, podríamos decir que la educación en México se inserta en una tradición en la que el desarrollo de la escritura es una condición sine qua non para que esta educación puede impartirse. La educación necesita de la escritura pero es verdad que no en todas las culturas la educación está ligada necesariamente a la escritura. En el caso de los niños que hablan lenguas en los que la tradición oral y la memoria juegan un papel fundamental ¿no resulta chocante al menos que la memoria sea satanizada?. Existe una discriminación velada hacia una de las maneras fundamentales en las que se recrea y se transmite conocimiento en muchas de las lenguas indígenas. Una educación verdaderamente intercultural no sataniza la memoria, aprovecha distintos mecanismos de aprendizaje que las distintas tradiciones pueden dar. Una educación en la que la memoria pueda provocar epifanías de conocimiento. ¿Cómo lograrlo?
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