Uno de los logros sociales más importantes durante la historia de Estados Unidos ha sido el avance de la población afroamericana durante los 60 años pasados: gracias a dos reformas históricas, unos cuantos fallos legales claves y un sinfín de protestas, más un montón de paciencia, los descendientes de esclavos ya tienen igualdad ante la ley. Pero de vez en cuando surgen episodios que desnudan las grietas reales en la igualdad supuesta por la ley. Uno de ellos ocurrió durante la semana pasada en Ferguson, Missouri.
El 9 de agosto, un policía municipal de aquel suburbio de Saint Louis le disparó y mató a un joven afroamericano, Michael Brown. Los detalles precisos han sido disputados desde ese momento. La policía dice que Brown intentó agarrar la pistola del policía, mientras testigos han afirmado que Wilson disparó mientras Brown tenía sus manos en el aire. En todo caso, nadie niega que Brown andaba desarmado, y que Wilson le disparó seis veces, cosa que sugiere que su muerte fue, al menos, un grave error, y quizá un caso de homicidio.
Es un evento trágico en sí, claro, pero lo que vino después agravió las circunstancias. La comunidad local, mayoritariamente afroamericana, salió a protestar la muerte de Brown y, más aún, el trato que reciben de la policía local, que según ellos siempre ha sido muy discriminatorio. En sus actuaciones frente a las protestas mayoritariamente pacíficas, la policía dio razón a esta sensación local de ser víctimas. Es decir, las imágenes y videos de la autoridad local, con sus agresiones contra una población civil, se parece más a una escena de Bagdad o la Alabama de hace 50 años, que a un suburbio tranquilo.
De todos los elementos llamativos de este capítulo lamentable, destacan tres:
1) Estamos viendo una fuerza policíaca muy, muy pobre. En lugar de tranquilizar la situación, las fuerzas municipales de Ferguson lo han calentado. Han utilizado el gas lacrimógeno y balas de goma contra un público tranquilo, cosa que por supuesto alienta la hostilidad. No han sabido distinguir entre los manifestantes pacíficos, quienes son la gran mayoría, y unos cuantos violentos. Han tardado en publicar hechos básicos del caso y han denigrado al joven fallecido para justificar sus acciones, una decisión que provocó mucha amargura. También han desatendido totalmente las necesidades publirrelacionistas: arrestaron a dos reporteros por tardar en evacuar un McDonald’s, aventaron gas lacrimógeno para dispersar a un equipo televisivo de Al-Jazeera y dispararon gas lacrimógeno contra un ciudadano en su propio jardín mientras se grababa el incidente. Ha sido un desfile de agresiones idiotas y por eso fueron reemplazados por la policía estatal en su propia comunidad la semana pasada.
2) La policía en Ferguson y sus pares de Saint Louis —que llegaron a apoyar—, ya están demasiado militarizados. Las fotos de policías vestidos como soldados de fuerzas especiales, bajando de vehículos de guerra y apuntando sus metralletas contra sus propios paisanos desarmados serán las imágenes más duraderas de este episodio. Se habla de una fuerza que percibe como su misión esencial ganarle al enemigo e imponer su autoridad, no mantener una comunidad tranquila. Es una locura. Las policías no son soldados, y no existe una razón para que operen de esta forma. Hasta veteranos de la guerra en Irak han expresado su desaprobación ante las tácticas de la policía en Ferguson.
3) Finalmente, lo de Ferguson demuestra que la igualdad ante la ley es apenas un paso hacia la igualdad general, es decir, un sentido mínimo de justicia social. Los afroamericanos, como en muchas otras ciudades, sufren de un patrón de hostigo por la policía local. (Supuestamente Wilson paró a Brown y a su amigo poco antes de su muerte por caminar debajo de la banqueta.) De la misma forma, los afroamericanos fueron excluidos de puestos públicos y esto provoca que Ferguson parezca una tibia imitación del Apartheid. Dos tercios de la población local son negros, sin embargo, solamente 6% de la policía municipal lo es. Entre el alcalde, el jefe de la policía, el consejo educativo local y el consejo municipal —es decir, quince de los puestos locales más importantes— hay un solo afroamericano.
Son estadísticas alarmantes, de cierta forma más problemáticas que el posible asesinato de Brown. Y son un recordatorio de que el progreso social que se ha logrado desde el inicio del movimiento de derechos civiles ha dejado enormes huecos.