El legado de un presidente no se escribe hasta años después de su salida. Es por eso que Felipe Calderón, pese al desagrado popular hacia el mandatario al momento de irse a Harvard, puede aspirar a que su lugar en la historia sea un poco mejor.
Pero entre más nos alejamos de la época calderonista, más salen noticias que perjudican el legado del hombre que encabezó el gobierno federal de 2006 a 2012. Las semanas recientes han producido dos claros ejemplos: el escándalo alrededor de Oceanografía, en que uno de los socios mayores de Pemex parece haber perpetrado un megafraude a la mano de Banamex, y la muerte de Nazario Moreno, cuyo presunto abatimiento hace más de tres años fue celebrado por el gobierno federal de Calderón.
Estos dos casos hablan de una falta de competencia básica en áreas de la gobernación importantísimos para Calderón. Si un gobierno no puede averiguar la muerte de uno de los hombres más buscados, y si no es capaz de detectar un fraude de 400 millones de dólares dentro de la paraestatal más importante, pues la vergüenza se extiende hasta el puesto más alto. Peor aún, los dos casos dan la impresión de que Peña Nieto está limpiando el tiradero que dejó Calderón.
Han salido casos parecidos durante casi todo el mandato actual. A pesar de que su gobierno no esté implementando una estrategia basada en tumbar a los capos, el gobierno de Peña Nieto ha detenido a dos de los peces gordos más responsables de la violencia reciente: Miguel Ángel Treviño y sobre todo Chapo Guzmán. Las recientes noticias sobre los nexos comerciales entre Genaro García Luna, hombre de máxima confianza en temas de seguridad, y la familia Weinberg, cuyas empresas recibieron contratos de la Secretaría de Seguridad Pública durante el sexenio anterior, dan la misma sensación: si bien Calderón habló de su determinación en el combate contra el crimen organizado, no supo armar una estrategia seria y comprensiva.
Por lo pronto, su legado estrictamente político no se ve mucho mejor. Después de una paliza en las elecciones de 2012, sigue quebrado el partido de Calderón, con los suyos peleando a vida y muerte contra las corrientes contrarias. Existe una percepción común de que la falta de unidad dentro de la cúpula del PAN se debe a Calderón más que nadie, y mientras siga así, es difícil imaginar que el PAN sea un contendiente verdadero para la presidencia. En cuanto a las reformas que sacó adelante, Calderón sufre en cualquier comparación con el primer año de Peña Nieto.
Aún es posible que se recupere la imagen de Calderón. Pese a sus errores, tenía unas ideas correctas, y su visión para México sigue siendo más apta para el futuro que la de AMLO o la del PRI de los dinosaurios. También cabe recordar que le tocó la peor suerte posible; el legado de cualquier presidente que gestionó durante la crisis financiera de 2008-09 es muy complicado.
Pero lo que sí es innegable es que el legado de Calderón no tiene, y nunca tendrá, mucho que ver con su imagen inicial como candidato a la presidencia. Hace siete años era el nerd honesto de manos limpias. Había pasado su vida en la política desde la infancia, con una serie de puestos importantes, que le había entregado con un don político que contrastó con la torpeza de su antecesor. Y llegó con la determinación de acorralar de una vez por todas las bandas del crimen organizado.
Ahora a más de un año de su salida, es claro que, si bien Calderón no amasó una fortuna salinista, muchos cercanos a su administración no han salido con las manos tan limpias. Su habilidad política no fue suficiente ni para sacar reformas comparables a las del primer año peñista, ni para concretar una influencia incuestionable sobre su partido después de su salida como presidente. Y su determinación de frenar el crimen organizado ayudó a precipitar niveles de violencia sin precedentes modernos en muchas urbes mexicanos.
Es decir, como queda bastante en noticias recientes, hasta el momento la historia no ve a Calderón de forma tan favorable.