A la maestra amiga Beatriz Espejo
Emmanuel Carballo nació en Guadalajara, el 2 de julio de 1929, el año de la autonomía universitaria, augurio quizá de su temperamento intelectual. Protagonista de la historia y la crítica de la literatura del siglo XX como algunos personajes que llegaron al mundo al finalizar la tercera década maravillosa. En México los poetas Víctor Sandoval y Eduardo Lizalde, el pintor Alberto Gironella y el comediante Roberto Gómez Bolaños, Chespirito; y en otras latitudes autores como Milan Kundera, Jürgen Habermas y Michael Ende, mujeres como Ana Frank, Agnes Heller, Katharine Hepburn y Grace Kelly, y uno de los mayores líderes estadounidenses, Martin Luther King.
Carballo falleció el pasado 20 de abril, sigue en fúnebre desfile a otras figuras de la cultura como Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Federico Campbell, Luis Villoro y Gabriel García Márquez. La escenografía del XX se desvanece ante una multitud expectante y desconcertada que apenas se traza en el XXI.
Tuve oportunidad de tratar algunas ocasiones a Emmanuel, así, con la familiaridad con la que le gustaba conversar, y por eso quiero recordar en este ocio uno de los intereses que me acercaron a él y a sus libros. Me refiero a sus estudios sobre las letras decimonónicas, en particular a su Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo XIX, publicado en 2001 en coedición de Océano y Conaculta.
Algunos antecedentes. En 1967 la UNAM publicó el Diccionario de escritores mexicanos bajo la tutela de María del Carmen Millán. El volumen contiene cerca de seiscientas biografías con útiles bibliografías directas y de referencia. En la advertencia de la útil obra de consulta se menciona que sus antecedentes directos fueron las modalidades establecidas por Luis G. Urbina, Pedro Henríquez Ureña y Nicolás Rangel en la Antología del Centenario, y que tuvieron continuidad en los Poetas Nuevos de México de Genaro Estrada. Asimismo se advierte que fueron revisadas las Guías Bibliográficas de la Literatura mexicana del siglo XX de José Luis Martínez y una extensa lista de libros y revistas especializadas como Biblos, editada por la Biblioteca Nacional entre 1919 y 1926.
Aurora M. Ocampo y Ernesto Prado, los colaboradores de Millán, emprendieron en 1980 la formación del Diccionario de escritores mexicanos: Siglo XX. Prado se separó del proyecto y Ocampo, impertérrita y laboriosa, lo continuó con el apoyo de un grupo de investigación del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas. Entre 1988 y 2008 salieron los nueve tomos del Diccionario que ofrecen información de más de dos mil escritores del siglo XX.
Esos magnos trabajos y otros como el banco de información (impulsado por el INBA y el Conacyt a mediados de los ochentas), que era conocido como Lime, con alrededor de doce mil referencias bibliográficas organizadas más o menos bajo los mismos criterios de los diccionarios universitarios, y el práctico Fichero Bio-bibliográfico de la literatura mexicana del siglo XIX de Ángel Muñoz Fernández, publicado en 1995, se han propuesto auxiliar al investigador, a los estudiantes y a cualquier deseoso de acercarse a la cultura literaria. Con semejante espíritu de servicio circulan desde hace muchos años los diccionarios de Humberto Mussachio y el conocido Porrúa, así como el Diccionario de seudónimos de María del Carmen Ruiz Castañeda.
Emmanuel Carballo confiesa con desenfado el origen, los principios y motivos de la edición de su Diccionario crítico de las letras mexicanas del siglo XIX. En la advertencia preliminar considera que la virtud básica de su trabajo es la honradez: “En los casos de autores que no conocía lo suficiente, o que de plano desconocía, opté por usar los juicios que sobre estos escritores habían emitido los distintos especialistas. Y cosa rara, usé las comillas, procedimiento poco común entre nosotros”. El afán de Carballo por poner en circulación su Historia de la literatura mexicana del siglo XIX (publicada en 1991 por la Universidad de Guadalajara), en forma de diccionario, era una insistencia o una invitación para ir por las que Carlos Monsiváis ha denominado nuestras “herencias ocultas”: las obras de los grandes —y medianos, habría que añadir— escritores mexicanos del siglo XIX, autores que la modernidad, el analfabetismo funcional y el difícil acceso a ediciones originales ha dejado en la sombra.
El crítico se esforzó por ir a la trascendencia de la reflexión literaria, por eso recogió los juicios de muchos de los estudiosos de la literatura que se consideran autoridades, a quienes, dentro y fuera de las instituciones académicas, contemporáneos o distantes, emitieron alguna opinión más o menos fundada sobre los trabajos de los doscientos cuarenta y cuatro autores a que la obra hace referencia. Opiniones que no son, en muchos casos, complacientes sino más bien rigurosas y hasta severas, por ejemplo: “El pasado [obra de teatro del malogrado Acuña] es un ensayo dramático lleno de buenas intenciones y escasas virtudes artísticas”; “Más que convencer [dice de Lucas Alamán] a su auditorio quería imponerle su visión del presente y el futuro político de México”.
Un acierto de la nómina del Diccionario es que no solo considera poetas y narradores, sino que incluye a ensayistas e historiadores y aun a personajes como Benito Juárez, José María Morelos y Manuel Caballero, con lo que, a mi juicio, logra un imaginario de la literatura del siglo XIX más completo. Distingue en cada caso los logros de los autores en los diversos géneros que cultivaron. Punto, este último, que Carballo trabajó durante muchos años porque, para él, la identificación de los géneros literarios ha sido útil para apreciar la calidad literaria y la trascendencia de las obras.
El lector debe tomar nota de que, como si fueran personajes, encuentran los géneros literarios una revisión en el cuerpo del Diccionario: el cuadro de costumbres, el cuento, la crónica, la novela, la poesía, la historia y crítica literaria, la historia y ensayo sociopolítico, la oratoria, los textos de viajes y los textos biográficos. Conviene resaltar la utilidad de los apéndices que coronan el esfuerzo de toda obra de consulta que se respete: se trata de una lista cronológica de revistas y periódicos literarios decimonónicos y de una extensa bibliografía ordenada por temas. En este apartado cabría considerar la incorporación de numerosos libros que sobre las letras del XIX se han publicado en los últimos veinte años y que seguramente Carballo conocía.
El Diccionario de Emmanuel se consulta para resolver una duda pero lo mejor es que sea leído como una conversación porque convoca las voces de Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Francisco Pimentel, Luis G. Urbina, Marcelino Menéndez y Pelayo, Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia, Carlos González Peña, María del Carmen Millán, Mauricio Magdaleno, José Luis Martínez, Ralph E. Warner y José Emilio Pacheco, entre muchos otros, y nos provoca en este ingreso al siglo XXI, como le gustaba a su autor, a conocer mejor, a rescatar y a discutir las letras mexicanas del siglo XIX.
Me hubiera gustado poder mostrarle el tomo de las Obras de Ángel de Campo, que editamos en los primeros meses de este año, porque Emmanuel era uno de los críticos literarios del siglo XX que reconocía la importancia de Micrós, pues más de una vez (incluso con el seudónimo de Mario Calleros) escribió sobre los méritos de sus cuentos y crónicas. Concluyo estas líneas admirativas en Este País con la demostración del entusiasmo de Carballo por el narrador del Porfiriato:
La Rumba es una novela innovadora y deslumbrante. Su manera de caracterizar a los personajes, de crear las atmósferas en que estos viven, la forma de reducir al mínimo la historia y prestar mayor atención a la trama, su modo de usar el punto de vista narrativo, la sorpresiva estructura de la obra, el estilo sugerente y evocador (poético y al mismo tiempo dinámico), conciso y en momentos lapidario, hacen de esta novela una obra única en la prosa narrativa de fines de siglo.~
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MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas. Ha sido profesor de literatura en diversas instituciones y es profesor de español en el CEPE. Fue director de la Fundéu México y coordinador del servicio de consultas de Español Inmediato en la Academia Mexicana de la Lengua. Especialista en cultura escrita del siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y ha publicado libros como Tipos y caracteres: La prensa mexicana de 1822 a 1855 y La Biblioteca Nacional de México: Testimonios y documentos para su historia. Castro investiga y rescata la obra de Ángel de Campo, recientemente sacó a la luz el libro Pueblo y canto: La ciudad de Ángel de Campo, Micrós y Tick-Tack.