En la universidad conocí a Naomi Tokumasu, de madre japonesa, padre mexicano y ambas lenguas habitándola. Resulta curioso que entre las primeras solicitudes que le hice fue que me dijera unas cuantas frases en japonés a lo que ella se negó rotundamente, como yo hubiera querido negarme a hacerlo cada vez que alguien me preguntaba por frases en mixe apenas al conocerme. A pesar de lo diferente que somos, a lo largo ya de años, Naomi y yo construimos una amistad en la que, creo yo, las preguntas sobre la identidad y la pertenencia han sido una constante que atraviesa la relación, preguntas que se reflejan aquí y allá, que reverberan en el caleidoscopio del cariño. Naomi y yo tenemos en común la naturaleza básica de la diferencia y el contraste.
No es de sorprenderse pues que, entre todos mis compañeros, fue junto a ella que temas como la pertenencia, los choques culturales y la identidad hayan cobrado nuevas dimensiones. Alguna vez, tomando té en su casa, le pregunté si ella se sentía orgullosa de hablar japonés. Me respondió que se sentía contenta de hablar japonés. Esa simple respuesta, entre galletas y sorbos, me abrió una cascada de reflexiones.
Es común escuchar en campañas y en labios bien intencionados que los hablantes de lenguas indígenas debemos estar orgullosos de hablar nuestras lenguas. “Háblala con orgullo” dicta una de las últimas campañas del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas. El orgullo puede estrechar lazos con la dignidad pero también con la soberbia o, en el peor de los casos, se utiliza como un parche emotivo que cubre una herida amplia y profunda. Un relleno que trata de compensar una carencia.
Entiendo que las lenguas como el mixe, el náhuatl o el mazahua han sido condenadas al silencio en muchos espacios y durante mucho tiempo. Conozco de una familia que al entrar al metro de la ciudad de México bajaba la voz y el náhuatl que hablaban sonoramente en casa se convertía en un murmullo apenas audible. Nunca habían discutido sobre el hecho, era algo que hacían automáticamente. Ante esta situación, alentar a hablar náhuatl con orgullo parece ser una respuesta posible aunque muy vaga.
¿Qué significa hablar una lengua con orgullo? Las conotaciones serán distintas de lengua a lengua, es claro que hablar inglés con orgullo puede tener una lectura completamente distinta a hablar maya con orgullo. ¿Quiere decir tal vez que no bajemos la voz al entrar en el metro, que dejemos de sentir vergüenza por articular palabras en una lengua discriminada?. No, es algo distinto. Ser orgullosamente indígena o hablar mixe con orgullo es una evidencia de la falta de reconocimiento, es evidencia de la discriminación imperante, es evidencia de que aquello de debería ser normal no lo es y necesita reafirmarse. Afirmar el orgullo de ser indígena confirma y afianza la subordinación.
Pensando en todo eso, y citando a Naomi, yo quiero estar contenta de hablar mixe, regodearme en su morfología laberíntica, usarla para lo más prosaico y para lo más sublime que pueda enunciar. El orgullo no es la respuesta, la respuesta es el disfrute cotidiano, tan cotidiano que es imperceptible, tan imperceptible que el orgullo no tiene cabida. El mixe, mi lengua materna, no es mejor que ninguna otra lengua, no es mejor que el español, no es mejor que el francés. Haberla adquirido no es un mérito, simplemente sucedió porque vivía sumergida en un mundo que se narraba en esa lengua . La quiero, la disfruto, como todas las personas que aman su lengua materna, todas las personas a las que ninguna discriminación obliga a bajar la voz cuando entran al metro.
Hay que cambiar las relaciones de subordinación para que el metro y cualquier otro lugar se conviertan en espacios en los que sea posible hablar una lengua sin pena ni orgullo. Tan normal como respirar, respirar contentos.
P.S. Aquí puedes leer algunas de las reflexiones de Naomi Tokumasu desde Japón:
http://ginsintonic.blogspot.mx/2012/09/welcome-to-japungle-or-brief-stop.html
http://ginsintonic.blogspot.mx/2010/07/de-japolandia-mexicalpan.html