En opinión del autor, la participación del Ejército mexicano en actividades militares multinacionales auspiciadas por la ONU podría reivindicar el papel de México en el escenario mundial.
Recientemente, el Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto dio a conocer el “Programa para la Seguridad Nacional 2014-2018: Una política multidimensional para México en el siglo XXI”, en el que se indican las directrices que idealmente deberían guiar la política en la materia durante su administración.
Este documento resulta innovador no solo por hacer un llamado a adoptar una visión multidimensional de la seguridad, ni tampoco solamente por el amplio consenso que su contenido generó entre las diferentes instancias que integran el Consejo de Seguridad Nacional, sino, sobre todo, por el replanteamiento que hace de la posición de México en el escenario internacional y el liderazgo que estaría llamado a ejercer, en línea con el eje “México con responsabilidad global” del Plan Nacional de Desarrollo (PND).
No cabe duda de que una de las formas más contundentes de lograr este objetivo sería impulsando la participación de México en las Operaciones de Mantenimiento de la Paz de Naciones Unidas. En efecto, considerar seriamente esta alternativa resulta pertinente no solo porque México ha tenido sistemáticamente una activa participación en el seno de la ONU, sino también por los beneficios que podrían obtenerse, como la posibilidad de que las fuerzas armadas desarrollen las capacidades técnicas necesarias para mejorar su integración con ejércitos de otros países en terrenos hostiles, contribuyendo de esta manera a su plena modernización operativa.
Si realmente existe interés en impulsar a México como un actor con responsabilidad global, un primer paso sería convencer a la opinión pública y algunos tomadores de decisiones que una eventual aportación mexicana no necesariamente implicaría tener que enfrentar situaciones como la de Estados Unidos en 1993 con la famosa caída del Halcón Negro.
Este temor a incursionar se debe en gran parte al desconocimiento de los tres tipos de operaciones que la ONU tiene facultad de emprender. La primera, llamada operación peacemaking (instauración de la paz), equivale a entrar en guerra con otro país, tal como determinó el Consejo de Seguridad durante la Guerra de Corea (1950-1953) y la Primera Guerra del Golfo (1990-1991), así como en Somalia (1992-1995) y Afganistán (2001-). Este tipo de misión fue muy popular durante la pos Guerra Fría, al igual que las de peacekeeping (mantenimiento de la paz), las cuales, en términos generales, consisten en colocar fuerzas multinacionales en medio de dos partes en conflicto. Un ejemplo es la misión establecida en 1956 para mediar entre Egipto e Israel. Por último, se encuentra la operación de tipo peacebuilding (construcción de la paz), que es la más común y suele estar encaminada a labores de reconstrucción de infraestructura (caminos, puentes, hospitales, etcétera) y de reforma de las instituciones para garantizar la seguridad y el desarrollo económico (sistema judicial, sector defensa, etcétera).
Un dato muy importante: las dos últimas operaciones no pueden llevarse a cabo sin contar con la solicitud y autorización expresa del país en cuestión, por lo que en estos casos quedan fuera de lugar los argumentos nacionalistas que hablan de una posible actitud intervencionista, lejana a los muchas veces idolatrados principios de política exterior.
Sin embargo, como México no es Canadá —país que en los últimos 150 años ha estado involucrado en distintos conflictos armados, y que además posee fama internacional por sus “pacificadores” desplegados en todo tipo de misiones internacionales—, sería sin duda un grave error asumir de lleno una responsabilidad de tal envergadura.
Por ello, quizá lo más conveniente sería dar pequeños pasos para familiarizarse con una colaboración cada vez más activa. Uno de estos pasos podría ser la participación en operaciones de tipo peacebuilding. Además de ser de bajo riesgo, en ellas habría la posibilidad de estrechar la colaboración con personal civil de otros países.
En los últimos años, México ha mostrado gran interés en intentar posicionarse como una potencia media en constante desarrollo. En este sentido, resulta congruente pasar de los elegantes y elaborados discursos, cada vez que se decide ocupar un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad, a la paulatina integración de un contingente mexicano en alguna de las operaciones que actualmente dirige la organización internacional.
Sobre todo, porque el futuro de las operaciones militares son, de hecho, las misiones conjuntas, pues ningún país — ni siquiera Estados Unidos— cuenta con los recursos suficientes para emprender acciones por sí solo. De manera que resulta conveniente que las fuerzas armadas mexicanas vayan adquiriendo la capacidad de cooperar con otros países en el campo de batalla.
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ATHANASIOS HRISTOULAS es profesor-investigador en el Departamento de Estudios Internacionales del ITAM y coordinador del Diplomado en Seguridad Nacional en la misma universidad.