¿Cual es la mejor forma de combatir la pobreza? Es quizá la pregunta de mayor importancia en el mundo durante los últimos 100 años, y las respuestas tienen implicaciones para el bienestar material de miles de millones de personas.
Son varios los campos de actividad humana que han intentado concretar una respuesta: los sacerdotes, los políticos, los empresarios, los economistas, los especialistas en relaciones internacionales—es una lista muy larga. El libro Scarcity, de los investigadores Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir, marca la aportación de otra disciplina académica a este asunto: la sociología.
Quizá por acercarse desde un punto de vista distinto, los autores tienen un enfoque radicalmente diferente que los que suelen verse en libros sobre la pobreza. No se trata de impedimentos materiales o políticos, sino de las barreras mentales que la gente pobre tiene que enfrentar. Como dicen ellos:
La escasez no es solamente un límite físico. Es también una mentalidad. Cuando la escasez agarra nuestra atención, cambia la forma en que pensamos…
De esta observación fundamental parte la hipótesis del libro: todos tenemos una capacidad mental limitada, y al enfrentarse con un recurso escaso (sea el dinero, la comida, o incluso la intimidad humana), esta capacidad total se reduce. Por el estrés de no tener lo que necesitas, tu mente se vuelve menos capaz, y las decisiones que tomas se vuelven más erróneas. Peor aún, nuestra atención se enfoca como láser en el recurso escaso, para que perdamos la vista de otras cosas, por más importantes que sean. Es decir, cuando no tenemos algo necesario, nos volvemos menos listos al mismo tiempo que nos volvemos más obsesionados. Por lo tanto, estamos más vulnerables a las sorpresas inevitables de la vida.
En términos del mundo real, una persona que gana un salario mínimo tiene que pensar muy bien cómo distribuir sus ganancias y cómo ahorrar unos pesos en cada transacción. Cada compra se vuelve urgente, por lo tanto merece una consideración detallada. Lamentablemente, esta consideración urgente deja muy poco espacio para pensar a largo plazo. Por la preocupación sobre el próximo pago de renta o la fuente de la próxima comida, una persona es menos capaz de tomar las decisiones que le puede sacar del hoyo en que está.
Shafir y Mullainathan presentan un sinfín de estudios y datos del mundo real que apoyan su hipótesis, y aunque suena un poco chiflado al principio, es un argumento muy convencedor. Al mismo tiempo, no es un libro muy alentador, porque sus esfuerzos para identificar el problema van mucho más lejos que sus intentos en buscar remedios. Al contrario, los efectos de la escasez resultan muy difíciles de revertir, cosa que no es muy sorprendente, ya que estamos hablando de aspectos básicos de la cognición humana.
Un gran problema es que a los que sufren de la escasez—es decir, los pobres—no les ayuda una inyección de capital de una sola vez. Los autores arman un experimento para demostrarlo: les dan a unos vendedores ambulantes en la India—quienes sacan préstamos con tasas altísimas para comprar los productos que luego venden en sus puestos, convirtiéndose en víctimas de la trampa de la pobreza—un dinero suficiente para no requerir los préstamos. Teóricamente, en lugar de pagar una gran parte de sus ganancias a los prestamistas, se las quedarían para ahorrar o invertir o consumir a su gusto. La inyección de dinero les daría a los vendedores un colchón económico.
Pero no funcionó. Al principio todos dejan de pagar a los prestamistas, y a corto plazo, su bienestar material mejora. Pero uno por uno, después de una crisis médica o una boda u otro gasto inesperado, todos gastan lo que tenían de colchón y tienen que volver a los prestamistas. Así vuelven al mismo patrón.
Lo que se necesita, pues, para escapar de la trampa de la pobreza y la trampa de la escasez son ingresos mayores de forma permanente. Shahir y Mullainathan no profundizan mucho en las soluciones a la escasez, pero esta conclusión cuadra con los estudios de muchas partes del mundo que sugieren que quizá la forma más eficaz de sacar a la gente de la pobreza es simplemente darles dinero en efectivo.
En todo caso, ellos presentan su libro no como la palabra final sino como un primer paso para entender el ciclo vicioso de la pobreza, en el que las causas y los efectos vuelven uno mismo gracias a la escasez. En este sentido, las investigaciones de Shahir y Mullainathan son todo un éxito. Las soluciones vendrán después. Bueno, eso esperamos.