Las cosas hoy dispersas se reúnen
y las que están más próximas se alejan.
José Emilio Pacheco
Esto ocurre en un aeropuerto. Miro a la mujer amable, frágil, miro su sonrisa oriental. No me interesa el decorado que la sustenta. La frialdad del espacio circundante reconforta tanto como la promesa de satisfacción que ofrece: un masaje breve entre vuelos, un remanso económico entre conexiones. Me interesa, sí, la mujer sentada tras un corto escritorio. No tiene rasgos particulares, quiero decir, particularmente llamativos, este local casi vacío con mesitas y divanes. Un alfabeto achinado anuncia los servicios y sus precios en monedas estándar. Esta salita de masajes representa apenas un fragmento de la iconografía del viaje contemporáneo: tal vez el único punto de esta construcción en el que el cuerpo del viajante hace del mismo contacto un producto, un bien. A diferencia de las baratijas étnicas o las supercadenas de alimentos, aquí no se trafica con objetos para el cuerpo, con sus suplementos o aditamentos. Aquí, la caricia del otro es un plusvalor de la técnica relajatoria.
Tal vez la densidad de nuestros imaginarios ha cambiado y los hemos privatizado de tal modo que son ya incomunicables. Encuentro perturbador que esa salita sea la expresión más perfecta de mis lugares comunes.
1. Mostrador / Check-in
¿El puerto aéreo es ese territorio liminal que nos habita, nuestro modelo de convivencia actual? Archivo audiovisual: De La terminal, película de Steven Spielberg (que recuerdo vagamente, solo que explota la mitología del país comunista fallido en favor de América-tierra-de-promisión) a Up in the Air.
Junto a la trama de comedia romántica —¿qué otro modelo conocemos para el enamoramiento?—, Amor sin escalas (Up in the Air), la película de Reitman, hace énfasis en las relaciones humanas y las adaptaciones que debemos hacer bajo la presión de las condiciones contemporáneas. Insiste en un anclaje histórico, la crisis mundial del trabajo de hace un par de años: el desempleo también es desarraigo.
No me interesa acumular ejemplos, esta es mi hipótesis: las terminales aéreas funcionan como una imagen del mundo, con ventanillas e interpósitas personas y barreras de circulación. No me gustan las alegorías, pero un puerto aéreo, algo así pensaba Marc Augé, puede ser el espacio-todo que habitamos. Plaza pública y la comercial, todo allí está contenido.
En la multitud, soledad: un viejo tema. Como ocurre al viajero, aprendimos a portar el disfraz defensivo que colgamos al llegar a casa, el hogar santísimo donde la subjetividad se desnuda. El semejante nos amenaza, se pega a las ropas y nos acota (lo saben los diseñadores: la vestimenta es el concepto del yo, su forma del contenido).
¿En dónde, en qué lugar si no en las terminales aéreas se hace más patente el contemporáneo “aparato de rumor y de prisa”, según la frase de Brenda Ríos? Y en esa prisa del producto y el consumo dejamos un rastro pulverizado de nosotros mismos, disposable resources en tiempo de espera (¿no dice Pessoa que el hombre es un cadáver aplazado que procrea?). Es verdad, ¿pero qué hacemos con el excedente, con el deseo, eso de lo que somos cuerpo?
2. Parada técnica
Leo lo que escribe Fausto Alzati: “A diario negociamos nuestra supervivencia y nuestros placeres con el resto de la humanidad. Transitamos, cruzamos, batallamos, choreamos, trabajamos, aguantamos y demás. Produciendo, consumiendo y pasando el rato”.
3. Duty Free
La mujer de la salita, la misma que mantiene la sonrisa, no lo sabe. En el mapa libidinal aeroportuario ella es la propiciadora de la máxima perversión. La fugacidad honesta del coito en baños, cabinas, cuartuchos, mostradores y demás lugares escondidos resulta incomparable. Planteados como reductores de estrés o de tensión muscular, los masajes ofertan más de lo que promocionan: un controlado, aséptico, regulado contacto humano, no gratuito, ni gratuito en sí mismo como en el amor, sino dirigido a un fin específico. Y por una módica suma. Nada, nada sexual tiene que ver aquí. O en eso consiste la perversión: en la plusvalía del sexo seguro sin sexo, el retorcido sofisma de la profesionalidad hasta en el roce ejecutivo de la piel. Mientras que la prostitución exacerba la relación dinero-placer, cuando se paga a buen precio la fantasía, el “masaje oriental” funciona como outsourcing de la caricia, donde la clientela queda más satisfecha al constatar el consumo no en la sensación vivida sino en el historial de la tarjeta de crédito.
4. Nada que declarar
Debo decir más bien: el estado latente de sospecha en las prácticas cotidianas defensivas, como dice Jezreel Salazar, significan la pérdida de la posibilidad de estar con alguien, de realmente estar con alguien.Y aún así, los deseos nos rebasan: ¿no es el muerto viviente, a despecho de Descartes, un puro deseo de vida? ¿Acaso no es nuestro hermano, nuestro semejante? En Land of Dead, película fallida de Georges Romero, los zombis mascullan un protolenguaje, una forma del inglés estándar de curioso parentesco al internacional de ciertos no-lugares. Bajo la mirada biopolítica del Gran Hermano, cruzamos palabras en un idioma básico de monosílabos, una lengua zombi, radicalmente imperfecta e ineficaz, útil solo para la transacción comercial y para olvidarnos mejor.
5. Sala de abordaje
Tal vez la literatura, la palabra viva, sea un fármaco o, en el peor de los casos, un calmante contra los nervios. Un ensayo sobre el presente cuestionaría esa falla que es, desde el inicio, comunicativa. Hacen falta narrativas de esa brecha, desde, y puede ser, contra ella. Narramos una fisura al ensayar esta tensión. Pienso en los poetas, en los dramaturgos, en los narradores, en los ensayistas como los que escriben la urdimbre colectiva que intenta construir o reconstruir los lazos entre cada uno de nosotros y la experiencia del presente.
6. Puertas aseguradas
Desde hace poco me sueño en China, país en el que no he estado y del que poco sé en realidad. No sabría explicar por qué. Durante siglos, Oriente fue el punto más lejano para la experiencia humana, un grado máximo de extrañeza más que una referencia geográfica. La no-conversación con la mujer asiática, en el aeropuerto de la Ciudad de México, puede estar diciendo más de lo que supongo.~
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DANIEL ORIZAGA DOGUIM (Tampico, Tamaulipas, 1983) es becario de investigación en la Fundación para las Letras Mexicanas.