La historia de la República se refleja en la historia de sus instituciones de cultura. En cada época, ellas materializan el proyecto de la nación, condensan su significado, le dan símbolos y valores, expresan el alma de la colectividad.
El nacimiento del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el 7 de diciembre de 1988, expresa la nueva conciencia que, después de la noción de cultura nacional que partió en el siglo XX de la diversidad en busca de la unidad, nos proponía, ya cerca del XXI, entender a México como unidad en la diversidad.
Fue la respuesta a una pregunta capital: ¿cómo asumir nuestra diversidad?
Trajo consigo una redefinición profunda del papel del Estado en la vida cultural del país, reflejada en una nueva relación entre el Estado y los intelectuales y artistas; la conciencia de que el apoyo a la cultura es responsabilidad y a la vez derecho de todos, y nuevas vías de colaboración entre la federación, los estados y municipios que reconocen la pluralidad de voces de la nación.
Las instituciones estatales ampliaron sus capacidades de gestión bajo la figura de secretarías, institutos y consejos. Las cámaras del Poder Legislativo establecieron comisiones de cultura para la atención específica del tema.
Este nuevo mapa institucional permitió contar con un organismo integrador del conjunto vasto y heterogéneo de instancias culturales federales y multiplicar las acciones de preservación del patrimonio cultural; aumentar y transparentar los recursos destinados a apoyar a los creadores; extender el alcance de la educación y la difusión cultural y artística, y ampliar la infraestructura cultural nacional.
Una institución mejor preparada, en suma, para responder al precepto constitucional que en 2009 incorporó el derecho universal de acceso a la cultura y el ejercicio de los derechos culturales como derechos humanos fundamentales.
Estos han sido los años de una revolución tecnológica transformadora de todas las esferas de la vida humana, de las que no es ajeno el paradigma de la promoción cultural. Y para la sociedad mexicana, del surgimiento de nuevos y grandes retos en los ámbitos de la educación, la economía, el desarrollo social y la seguridad, y la necesidad imperiosa de valernos de todos nuestros recursos para afrontarlos. Baste mencionar la importancia de la cultura como punto de encuentro de la diversidad, bastión contra la violencia y la sinrazón, y medio esencial para el entendimiento, la concordia y la paz sociales.
Todo ello hace imposible ver al Conaculta como hace 15 o 20 años, o volver al pasado, y nos obliga a reimaginarlo, a entender e interpretar nuestra época, a definir con imaginación y claridad las vías para transformarlo y fortalecerlo.
Alguna vez Octavio Paz, cuyo centenario celebran México y el mundo este año, habló de la necesidad, más que de cambiar el país, de desplegar su capacidad creadora. “Un pueblo —dijo— que ha levantado Teotihuacán y ha construido Morelia y Puebla, que ha producido una Sor Juana Inés de la Cruz y un Ramón López Velarde, no es un pueblo condenado […]. Necesitamos comprender —con el entendimiento y la sensibilidad— nuestra historia en su totalidad: los tres Méxicos, cada uno presente en los otros, en sus alianzas, rupturas y metamorfosis”.
En esta capacidad creadora, en esta fuerza de nuestra cultura y nuestra historia, se sustenta la plena confianza que debemos tener los mexicanos de que esta etapa de reformas y cambios, para el avance del país, transita y transitará en la dirección correcta.
Fortalezcamos pues nuestra capacidad creadora, para que México crezca con esa energía, esa alma, que llamamos cultura y que nos hace comprendernos, mirarnos, construir una imagen de nosotros mismos, en el curso de las generaciones. En ese espejo, en la cultura, habita el imaginario que los mexicanos de hoy debemos crear y proyectar, la nueva narrativa, individual y social, que nos dé a todos un nuevo rostro, ante el mundo y ante nosotros mismos, y exprese con intensidad eso que el propio Paz, en uno de sus prodigiosos textos, llamó la voluntad de forma y vida de México.
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RAFAEL TOVAR Y DE TERESA es presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.