Es, sin duda, otro momento complicado en la campaña y en la vida de Enrique Peña Nieto.
Otra pregunta completa es si debería serla. Si hace unas semanas argumenté en este espacio que su falta de conocimiento literario en sí no debería descalificar a Peña Nieto de ser presidente, pues menos las noticias de que tiene un hijo fuera del matrimonio. Y siendo honesto, me importa poco si el caso es que Peña Nieto estaba separado de su esposa, o sí le puso los cuernos vilmente: de todas formas, aunque no lo quisiera de cuñado o de yerno, su infidelidad nos dice muy poco sobre su capacidad de guiar el país desde Los Pinos.
Finalmente los valores que convierten a uno en un buen esposo o padre son muy diferentes a los de un buen presidente. Los últimos 20 años en la Casa Blanca lo demuestran de sobra: a George W. Bush nunca le perseguían rumores de infidelidad, y su calidad personal más famosa es su lealtad. Después de una juventud de rebelde y fiestero, dejó las drogas y el alcohol, y se convirtió en papá modelo.
En lo personal, parece ser un hombre decente. Pero por más que la suya sea una historia inspiradora, no tapa el hecho de que Bush era un pésimo presidente. Su fidelidad matrimonial no le sirvió para distinguir entre Al Qaeda y Saddam Hussein, ni para montar una respuesta aceptable al Huracán Katrina. Su lealtad personal se convirtió en una grave debilidad, ya que lo dejó rodeado por hombres como Alberto González y Donald Rumsfeld, años después de que su incompetencia quedó clara.
En cambio, el antecesor de Bush, Bill Clinton, era un mujeriego notorio, desde los inicios de su carrera como gobernador de Arkansas en los años ‘80. Su amorío con una asistente de 22 años, que casi causó su sustitución como mandatario en 1998, fue algo despreciable. Sin embargo, Clinton era buen presidente, y hoy su gestión es vista con cierta nostalgia hasta por los republicanos que hace 15 años lo detestaban.
Así que, independientemente a las demás dudas sobre su habilidad (que son muchas), un niño concebido fuera del matrimonio no debería convertirse en un arma para darle a Peña Nieto.
Sin embargo, es indudable que esto representa otra mancha en la imagen de un candidato que parecía impecable y invencible hace unos meses. No es justo, pero es la realidad. Y aunque no nos diga mucho sobre la capacidad de Peña Nieto como ejecutivo, este escándalo a medias sí nos brinda otra lección política: las campañas presidenciales son completamente diferentes a cualquier otro desafío político. Las investigaciones en el pasado de los candidatos son más a fondo; la atención diaria es más abrumadora; las preguntas de la prensa son más y más detalladas; el estrés es más constante. Antes de que pase por todo eso, es casi imposible ver de lejos quien está a la altura de las exigencias. Algunos aspirantes que parecen ideales antes de arrancar el proceso no lo son.
Peña Nieto (junto con su equipo) ha hecho un trabajo de maravilla en aprovechar a los medios durante los últimos seis años y pico. Siendo un personaje altamente conocido, atractivo, experimentado, y no panista, parecía el hombre ideal para las circunstancias actuales. Pero entre los Tuits de su hija, su falta de conocimiento sobre el precio de tortillas o el salario mínimo, la alianza fracturada con Panal, sus vínculos con Humberto Moreira, y varias vergüenzas más, ahora queda claro que un candidato ideal no es. Además de sus antecedentes penosos, lo de una campaña presidencial no se le da tan naturalmente a Peña Nieto, y le va a costar mucho llegar a Los Pinos, pese a todas sus ventajas.
Como dijimos, es bastante difícil saber desde antes cuales candidatos tienen el talento, la historia, y la dureza para ser buenos candidatos. Pero hay una forma en que los partidos pueden anticipar los problemas de antemano y por lo menos intentar filtrar los ineptos antes de quedarse con uno de ellos: una elección primaria.
Son bastantes las razones por las cuales el favorito típicamente prefiere no someterse a una primaria —es un gasto de dinero y esfuerzo que puede guardarse para la elección general, existe la posibilidad de perder, etcétera— y son estas que llevó al PRI a destapar a Peña Nieto sin recurrir a una. Pero finalmente, los riesgos de brincar este paso democrático son mayores que las ventajas, tanto para el partido como para el mismo candidato (es decir, si Peña Nieto tuviera que aguantar un proceso más duro para superar a Beltrones, igual y sería más preparado ahora). Lo estamos viendo ahora.
Roberto, gracias por el comentario. Reconozco que no es un análisis comprensivo de sus virtudes y defectos, pero es un post de unas 800 palabras, así que no se puede abarcar todo en tan poquito espacio. Claro que es importante hablar de los resultados de su gobierno, pero en medio de una campaña presidencial, creo que hay espacio para notas como esta también. Respecto a tu comentario que el post dice que «la frivolidad de los políticos los convierte en auténticos jefes de estado», la verdad es que no sé de donde viene. En mis dos posts recientes sobre Peña Nieto, creo que he argumentado justamente lo contrario, y con toda razón: su aparente frivolidad es su mayor defecto!
Francamente no entiendo a tanto sesudo analista especulando sobre la capacidad o incapacidad de Peña Nieto para gobernar, como si fuera un asunto que se tuviera que dilucidar acudiendo a la ciencia política. Nada dicen de sus vínculos desde el poder; de la delincuencia y rezago social en el Estado de México; de la naturaleza anti democrática de los mecanismos internos del PRI y la abyección de Beltrones; de su inverosímil declaración de ser un candidato de «centro izquierda». Jamás votaré por el PRI, pero si Peña Nieto llega a la presidencia los mexicanos esperarán, resignados, a que un preclaro ignorante gobierne a este país como debe ser, antes de imaginar una combinación de Richard Nixon con George W. Bush. Parte del éxito del posicionamiento mediático de Peña Nieto se debe, en parte, a artículos como éste, que sostienen que la frivolidad de los políticos los convierte en auténticos jefes de estado.
Wicho, gracias por el comentario. Entiendo lo que dices, y es una crítica válida, nada más diría que aunque no nos guste, la necesidad de generar vísitas es una realidad en los medios online. Ni modo. Pero no creo que nadie en Este País vea al lector mexicano como idiota.
Javier, disculpa la tardanza en contestarte. Creo que el asunto de ser infiel a su esposa y robar el erario son muy diferentes. Aunque los dos hablen de una falta ética (o la palabra que quieras), hay una división entre la vida pública y la privada.
Este texto me parece sumamente engañoso: qué tienen que ver los párrafos que componen el grueso del artículo con el título escogido?
Po qué ese título como de revista de chismes? Y esas comparaciones basadas en una cualidad nada necesaria para ejercer una presidencia, hechas muy ad hoc y construidas con cierta artificialudad tras las cuales resulta bien parado el candidato del PRI.
El lector mexicano no es idiota.
peña es y siempre sera un ignorante
¡No, pos no! También si se roba el erario ¿ni si está asociado con carteles?, poco nos dice sobre su «capacidad para guiar al país». Esta clase de análisis retrata bien a los intelectuales nativos, hijos predilectos de un régimen incomparablemente corrupto y de obvios perfiles delincuenciales (tales, que escapan a las categorías teóricas).