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La decadencia de Estados Unidos
Este País | Xavier Ginebra Serrabou | 01.12.2011 | 0 Comentarios

Las similitudes entre las circunstancias que condujeron a la pérdida de la hegemonía de la Gran Bretaña y la crisis social y económica por la que atraviesa Estados Unidos sugieren que la gran potencia está en declive, entre otras razones porque a la mayoría de los norteamericanos no le interesa gobernar al mundo.

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Asistimos a una de esas épocas de “cambio de paradigmas”, como fueron llamadas por Thomas Kuhn en sus estudios sobre las revoluciones científicas. La nuestra ha sido denominada “posmodernidad” por muchos autores. Sus síntomas: el descrédito de la razón, el paso de una economía industrial a una basada en los servicios, y —no menos importante— el declive de Estados Unidos como primera potencia mundial, acontecimiento cuya punta de lanza parece ser el reciente riesgo de default en el pago de una deuda pública soberana superior a 101% de su Producto Interno Bruto (PIB), es decir superior a 14.3 billones de dólares.

Las cifras son abrumadoras: en 1990, nuestro vecino del Norte detentaba 15% del comercio del mundo; ahora, debido a una grave crisis económica, este índice se ha reducido a 8%, de acuerdo con las Estadísticas Financieras Internacionales del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Es evidente que Estados Unidos no atraviesa por un buen momento. Es más, podríamos decir, parafraseando a Joseph Ratzinger (aunque éste se refiere a la situación demográfica y de los valores en Europa): el país de la barra y las estrellas se despide de la historia. Es, a lo sumo, un portaviones a la deriva en medio de una gran tormenta.1

Estados Unidos y la decadencia del Imperio Británico

Para dimensionar el ritmo de la caída del tío Sam, resulta adecuado comparar el ciclo norteamericano con el periodo hegemónico de Gran Bretaña en el siglo xix. La comparación resulta válida desde el momento en que reconocemos que tanto el Imperio Británico como el norteamericano son potencias sucesivas en la era iniciada por las revoluciones Industrial y tecnológica. Ahora bien, al Imperio Británico y a la hegemonía de Estados Unidos les corresponden una época y un paradigma distintos.2

La hegemonía inglesa surge al tiempo que comienza la era industrial, una vez que queda desplazada del primer plano la sociedad agrícola que vivía y pensaba los procesos políticos y económicos desde otra cosmovisión. El hombre del campo fue sustituido en importancia por el homo –conomicus de la Revolución Industrial, lo que da fin a las certezas y al hombre moderno y propicia una globalización desbocada cuyas únicas constantes serán el cambio y la innovación. En cuanto a Estados Unidos, el nacimiento de la sociedad de la información desplaza ya a una sociedad industrial, generando una enorme anarquía.

Al Reino Unido lo posicionaron sus triunfos militares, en especial su victoria sobre Francia en 1815. Su fortaleza económica se debió en parte a que fue la primera nación que entendió la importancia de los nuevos inventos industriales, y a su enorme potencial para generar riqueza. Fue la primera en romper paradigmas ante el advenimiento de las máquinas de vapor, de las tejedoras, del ferrocarril y la electricidad.

En 1900 registró los mayores niveles de industrialización per cápita y la más grande producción manufacturera del mundo: en 1880 administraba 23% de la riqueza industrial mundial; a principios del siglo XX poseía 25% de las tierras y de la población del mundo (Kennedy, 1994).3

La fortaleza de Estados Unidos se debió a la estabilidad interna que resultó tanto de su Guerra Civil como de cruzadas hegemónicas hemisféricas (México, 1847; España y Cuba, 1898; Venezuela, 1895). Su crecimiento económico se disparó debido en gran parte a su capacidad para producir alimentos, adaptarse y aprovechar la industria.

El avance de Estados Unidos como potencia mundial fue impresionante. En 1914 producía más carbón que Gran Bretaña y Alemania (el recurso económico más valioso de aquel entonces) y ya era el mayor productor de petróleo. En 1913, su consumo de energías fósiles alcanzó al de toda Europa; tenía más automóviles que el resto del mundo. En 1914, su PIB nacional y per cápita superaron los del resto de las naciones.

Los análisis de la época pronosticaban que con ese ritmo de crecimiento nuestro vecino del Norte superaría a toda Europa. Algunos autores como Jeffry Frieden argumentan que las dos guerras mundiales jugaron un papel vital para la consolidación hegemónica de Estados Unidos.4

Señala Frieden sobre la Primera Gran Guerra que “devastó a Europa, y en cambio convirtió a Estados Unidos en la principal potencia industrial, financiera y comercial del mundo. La industria estadounidense casi se triplicó durante los años de guerra. En 1913 Alemania, Gran Bretaña, Francia y Bélgica producían sustancialmente más que Estados Unidos; a finales de la década de 1920, éste los superaba en 50%”. En lo que respecta al resultado económico de la Segunda Guerra Mundial, añade: “Los pesos relativos de las economías estadounidense y europea cambiaron sustancialmente. En 1939 la economía estadounidense era exactamente la mitad de la suma de las de los beligerantes finales de Europa, Japón y la Unión Soviética; en 1946 era mayor que todas ellas juntas. La producción total de acero de Alemania, Gran Bretaña y la urss en 1939 habría sido más de 15% mayor que la de Estados Unidos; en 1946 era menor a la mitad. Europa y Japón estaban aplastados y exhaustos; Estados Unidos era un país rico y poderoso y su ayuda iba a determinar la velocidad de la recuperación”.5

El fin de la hegemonía inglesa ocurrió, como hemos dicho, en el marco de una transición entre ciclos históricos que, aunados a una serie de errores internos, precipitaron el liderazgo y poderío del Reino Unido. Conviene destacar la frase de Joseph Chamberlain quien, a principios de 1900, declaraba sobre esa nación: “El titán cansado (tambaleándose) bajo el orbe demasiado vasto de su destino”,6 con lo cual reconocía la autocomplacencia como la principal causa de la pérdida de hegemonía frente a Estados Unidos, Alemania y Japón a principios del siglo XX.

De ese modo, a pesar de que Londres fue la cuna de la Revolución Industrial, a lo largo de casi un siglo perdió tanto el liderazgo como sus ventajas en productividad e innovación. Sin embargo, a pesar de su declive material, Gran Bretaña siguió financiando su costosa flota marítima de guerra, la cual, si bien había contribuido a lo que se conoció como la Pax Britannica y a la expansión comercial inglesa a lo largo del siglo xx, también contribuyó a la pérdida de su equilibrio económico.

En medio de su gran éxito, Gran Bretaña llegó a exclamar, en boca del economista William Stanley Jevons: “Las llanuras de América del Norte y de Rusia son nuestros trigales; Chicago y Odesa, nuestros graneros; Canadá y el Báltico, nuestros bosques proveedores de madera”.7 De igual manera, con excesiva confianza en cuanto a las finanzas, presumía Ludwig Bamberger a fines del siglo XIX: “Elegimos el oro, no porque sea oro, sino porque Gran Bretaña es Gran Bretaña”.8

A principios de los 1900 abundaban los pronósticos equivocados de que el siglo XX seguiría siendo un siglo inglés. El síndrome del éxito alejó a los ingleses de los aciertos que los habían llevado a ser la cabeza del mundo.

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Siguiente al bat, Estados Unidos

Recordemos que en 1989, ante la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, muchos pronosticaban la continuación del ciclo norteamericano, a pesar de que éste ya presentaba importantes signos de erosión. Una lista de pensadores, encabezados por Francis Fukuyama, afirmaron que estábamos ante “el fin de la historia”, y que en consecuencia proseguiría el poderío de Estados Unidos.

De nueva cuenta, el exceso de confianza y el orgullo impedían a algunos reconocer que, desde hacía lustros, el tablero de control de la economía de esa nación daba señales alarmantes.9

Como con Gran Bretaña en su momento, en Estados Unidos debe distinguirse el espíritu imperial que lo caracterizó a finales del siglo xix del adormecimiento que ha mostrado desde la década de los setenta del siglo pasado. Contrariamente a frases tales como la “americanización del mundo” o “el siglo americano”, hechas a principios del siglo xx, en la actualidad todo son dudas y cuestionamientos.

De su debilitamiento se habla de muchas maneras: “decadencia relativa”, “hegemonía en decadencia”, “economía estancada”. Como bien apunta Hobsbawm,
hay razones internas por las que el imperio estadounidense no puede durar, y la más inmediata es que la mayoría de los estadounidenses no está interesada en el imperialismo ni en la dominación mundial en el sentido de gobernar el mundo. Lo que le interesa es lo que le ocurre a ella en su propio país. La economía estadounidense está tan desmejorada que en algún momento el gobierno y los electores decidirán que es mucho más importante concentrarse en la economía que emprender aventuras militares en el extranjero, en particular si se tiene en cuenta que tales intenciones militares correrán a cargo de buena parte de los propios estadounidenses […].10

El comentario tiene gran relevancia porque la primera condición de un imperio es desear serlo, como lo hicieron en su tiempo Gran Bretaña, la Unión Soviética y el propio Estados Unidos. Ahora ese interés parece desplazarse hacia China.

De Estados Unidos sólo pervive su fuerza militar. Su autoridad económica, a modo de cascada, se ha venido diluyendo desde la década de los setenta. En cuanto a su poder militar, en los últimos años ha operado más como una carga que como atributo.
No cabe calificar como nuevos sus numerosos problemas.

El declive de Estados Unidos

Desde hace muchos años, adelantándose a la “tormenta perfecta” de Thomas Friedman, autores como Arthur MacEwan, James M. Cypher y Elaine Levine, por mencionar sólo algunos, han documentado el declive del país. MacEwan decía a principios de los noventa que “Estados Unidos es en muchos sentidos la nación más poderosa del mundo […]. Sin embargo, en su interior nos encontramos con que las cosas se están desintegrando. La falta de vivienda, el problema de las drogas y un alto nivel de mortalidad infantil encabezan las noticias mientras que los servicios sociales locales parecen deteriorarse en todo el país”.11

MacEwan evidenciaba también el alto costo de la fuerza militar (mientras que en 1986 equivalió a 7% del presupuesto federal, ahora es de más de 30%) y, sobre todo, el hecho de que no ha contribuido a mantener la hegemonía económica del país.12

Por su parte, desde finales de la década de los ochenta, Cypher también alertaba sobre el debilitamiento de Estados Unidos. Lo atribuía a una pérdida de productividad: mientras que entre 1950 y 1973 (periodo que incluye la “edad de oro” del ciclo económico norteamericano de la posguerra) se había incrementado 2.44% anual, de 1973 a 1990 creció sólo 0.825%. También denunciaba un tema hoy recurrente, el llamado “déficit triple”: en 1990, el faltante presupuestal representaba ya 6% del PIB (ahora es más de 10%); el comercial registraba un pasivo anual de 100 mil millones de dólares (ahora está por encima de los 800 mil millones de dólares), y a partir de 1989 Estados Unidos se convirtió en la nación que más dinero debía, con una deuda de 650 mil millones de dólares (ahora es de 14.3 billones de dólares), sitio que orgullosamente no ha abandonado. Asimismo, la deuda de los hogares aumentó vertiginosamente: mientras que en 1950 representaba 35% del ingreso personal, para 1989 había subido a 80%. Ahora es superior a 120 por ciento.

Cypher denunciaba el debilitamiento del sector industrial norteamericano. Subrayó junto con Cantwell que en el periodo de 1974 a 1982, las corporaciones trasnacionales norteamericanas perdieron 20% de su grado de internacionalización en 12 sectores manufactureros, y que incluso en el sector de alta tecnología el avance era insuficiente,13 lo cual es ahora un secreto a voces.

De manera anticipada, algunos autores hablaban de la trampa global, o sea la política de fincar el interés nacional en el consumo “barato” de las clases medias, a costa de tolerar y auspiciar todo tipo de dumpings (sociales, financieros, monetarios, ecológicos, etcétera). Se creía que esto no afectaría las economías ni el medio ambiente de otros países, premisa que como bien sabemos hoy, fue y sigue siendo totalmente equivocada.

Más recientemente, otras voces autorizadas han tocado también la campana de alerta, como Ugo Pipitone, Thomas Friedman y Paul Kennedy, quienes han seguido hablando de la inminencia de un “ajuste de crecimiento a largo plazo” o de “una tormenta perfecta”, por usar algunos de los términos acuñados.

Pipitone señalaba desde hace una década el cansancio de una sociedad “que ya no parecía encontrar el impulso de las motivaciones individuales y colectivas que en el pasado alimentaron sucesivas y extraordinarias (por sus consecuencias técnicas y sociales) oleadas de crecimiento, material del que están hechas todas las decadencias”.14

Thomas Friedman declaraba que “un país, y con él su pueblo y sus dirigentes, tiene que ser sincero consigo mismo y no engañarse respecto al lugar que ocupa en relación con otros países”.15 Llamaba la atención sobre distintos modelos económicos globales y sobre una hegemonía que se estaba diluyendo gota a gota. Agregaba de manera elocuente:

En el Estados Unidos de después de la Segunda Guerra Mundial hay algo que me recuerda a la tercera generación de la clásica familia adinerada, que se dedica a despilfarrar su fortuna. Los miembros de la primera generación están metidos hasta las cejas en todo lo que sea innovador y la segunda generación consolida los resultados, pero entonces llegan los retoños de ésta, que se ponen gordos, son torpes y perezosos y van poco a poco derrochando la fortuna.16

Mucho es lo que se especula sobre las causas de la debilidad norteamericana. Se habla del fin del equilibrio geopolítico en 1989, la derrota en Vietnam, los intereses encontrados de los grupos políticos de presión, la falta de agilidad gubernamental en la toma de decisiones, la crisis del sistema educativo, el ascenso económico de China, la falta de proyectos de largo plazo, la pobreza de los liderazgos políticos y una larga lista de etcéteras.

Lo cierto es que la salud económica de Estados Unidos no se parece en nada a la de 1950, cuando el país representaba más de 40% de la economía mundial (Kennedy, 1994); ni a la de 1994, cuando firmó el tlcan. Como botón de muestra puede considerarse el gasto de guerra, que de 1970 a la fecha ha fluctuado alrededor del 5% del PIB nacional, lo que representa una carga fiscal que no se corresponde con la capacidad del país de generación de recursos. Pueden considerarse también sus desequilibrios comerciales: en 1950, 50% del comercio mundial dependía de Estados Unidos. Hoy esa cifra es de 8%. A ello habría que sumar un permanente déficit comercial.17

Salvemos el barco

Los estadounidenses tienen que enfrentar dos grandes retos. El primero, como consumidores agobiados por la deuda y por la disolución de una riqueza que se fue a pique junto con los precios de las acciones y la vivienda. El segundo, como contribuyentes de un Estado cuya deuda casi se duplicó en los últimos dos años, justo cuando el costo de las prestaciones para la generación de posguerra, en proceso de jubilación, está a punto de hacer explosión (fmi, bm, unctad, Departamento de Comercio de Estados Unidos, reforma de noviembre de 2009).18

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©istockphoto.com/Elisanth_

En el terreno social, los cuestionamientos también son preocupantes. Las cifras no corresponden al supuesto nivel de la “economía número uno del mundo”: en el sector más rico, que representa 0.01% de la población, los salarios pasaron de 50 veces el salario medio de un obrero en 1975, a 250 veces en 2006. La mitad de la riqueza creada entre 1990 y 2006 benefició de manera directa a 1% de los hogares. Estados Unidos carece de un sistema nacional de salud y ocupa el último lugar, entre los principales países desarrollados, en los rubros de esperanza de vida, mortalidad infantil y visitas al médico. Consume 50% de la cocaína del mundo y las tasas de homicidio per cápita son entre 4 y 5% más elevadas que en Europa Occidental (Attali, 2007; Kennedy, 1993).19 En Estados Unidos hay más de 50 millones de pobres.

Conclusiones para México

Todo lo anterior no busca ser un recuento pesimista de la situación actual de Estados Unidos. Para ser justos, tendríamos que señalar aspectos positivos como la fortaleza del sistema educativo y el liderazgo tecnológico. Se trata más bien de presentar una postura que muchos norteamericanos se niegan a ver: la hegemonía que se alcanzó en 1918 ya no es tal, y el país se despide de la Historia como la primera potencia económica del orbe.

En efecto, desde la década de los setenta Estados Unidos vive un deterioro económico que no ha sabido o no ha querido detener, girando cheques —que tendrá que pagar— contra la plusvalía generada en el pasado. No ha sabido asumir un papel más responsable y creativo respecto al mundo globalizado. Su participación en el concierto de las naciones se verá reducido en perjuicio propio y de sus socios o colonias comerciales.20

Estados Unidos ya no es un imperio ni una hegemonía unipolar, ni lo podrá volver a ser en el corto plazo, entre otras razones porque la época del imperialismo ha terminado, como señalan Hardt y Negri, y ninguna nación liderará como lo hicieron las naciones europeas modernas, ni mucho menos los imperios de antes.

¿Qué causas adicionales han acelerado la decadencia de Estados Unidos? A nuestro juicio, tres: (1) la pérdida del incentivo psicológico que representaba la existencia del enemigo comunista, tan evocado por presidentes como Kennedy y Reagan y al que había que vencer a toda costa; (2) el capitalismo voraz de las multinacionales norteamericanas, que ha socavado la competitividad de esa nación al trasladar fábricas y programas de investigación y desarrollo a los tigres asiáticos, todo ello aunado a los estragos del capitalismo financiero estadounidense, que ha provocado un sinnúmero de burbujas con pérdidas colosales, y (3) el síndrome identificado por Daniel Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo: el paso de una sociedad burguesa emprendedora y ahorradora a otra consumista y dispendiosa, consecuencia del afianzamiento del capitalismo.

¿Qué debe hacer Estados Unidos para recuperar su liderazgo? Pregunta difícil pero a la que han respondido numerosos economistas, como Thomas Friedman, Joseph Stiglitz y Clyde Prestowitz en The Betrayal of American Prosperity: reformar el sistema financiero, volver al ahorro y a una nueva política industrial, disminuir el dispendioso gasto militar, regular más y mejor al sistema financiero y abandonar el Consenso de Washington.

A nuestro juicio, la única diferencia importante en esta ocasión es que Estados Unidos no va a emprender las reformas necesarias. Como decía sir Winston Churchill: “Lo que más me gusta de los norteamericanos es que siempre acaban haciendo lo correcto, sólo que antes les gusta agotar todas las otras alternativas”.22 El llamado de sus líderes a una reforma quedará esta vez como campanadas a misa.

¿Y México? Lo que ha hecho Estados Unidos debe servirnos de ejemplo por lo menos de lo que no debemos hacer: seguir un modelo de capitalismo financiero que genera inestabilidad y mucha desigualdad, fantasma inherente a México, y practicar el gasto dispendioso y el consumo desenfrenado. Si abandonáramos esos patrones, habríamos conseguido mucho y estaríamos en la ruta de alcanzar el auténtico y sostenido crecimiento que tanto necesitamos y deseamos.

______________________________________________
1 Arturo Oropeza García, América del Norte y el fin de las certezas en Arturo Oropeza García (coord.), América del Norte en el siglo XXI, Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, México, 2010, p. 147.
2 Ídem.
3 Paul Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias, Plaza y Janés Editores, México, 1994, p. 367, citado por Oropeza, óp. cit., p. 147.
4 A. Frieden, Capitalismo global, Crítica, Barcelona, 2007, p. 241, citado por Oropeza, óp. cit., p. 148.
5 Ídem.
6 Paul Kennedy, óp. cit., citado por Oropeza, óp. cit., p. 367.
7 Ibídem, p. 149.
8 A. Frieden, óp. cit., citado por Oropeza, óp. cit.
9 Oropeza, óp. cit., p. 149.
10 Eric Hobsbawn, Guerra y paz en el siglo XXI, Crítica, Barcelona, 2007, pp. 83-84, citado por Oropeza, óp. cit., p. 150.
11 Arthur MacEwan, Cambio internacional y desorden fiscal en los Estados Unidos, en Rosa Cusminsky (coord.), Mitos y realidades de la declinación de Estados Unidos, CISAN-UNAM, México, 1992, p. 42, citado por Oropeza, óp. cit., p. 150.
12 Ibídem, pp. 51-56.
13 James Cypher, “Manufactura global de bajos salarios” en Rosa Cusminsky, óp. cit., pp. 62-65, citado por Oropeza, óp. cit., p. 151.
14 Ugo Pipitone, ¿Hacia el fin del ciclo americano? (documento de trabajo), CIDE, México, 2000, p. 16, citado por Oropeza, óp. cit., p. 152.
15 Thomas Friedman, La tierra es plana, MR Ediciones, Madrid, 2006, p. 328, citado por Oropeza, óp. cit.
16 Ibídem, p. 267.
17 Oropeza, óp. cit., p. 153.
18 Ibídem, p. 153.
19 Ibídem, pp. 153-154.
20 Ídem.
21 Ídem.
22 Citado por Jorge Suárez Vélez, La próxima gran caída de la economía mundial. Los desafíos de la crisis de 2012, el colapso chino y la oportunidad latinoamericana, Debate, México, 2011, p. 230.

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