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1972: el año de oro del rock progresivo
Cultura | Este País | Hugo García Michel | 01.04.2013 | 0 Comentarios

Hace más de cuarenta años fueron grabados cuatro de los discos definitivos de la época dorada de este género que tantos seguidores tiene en nuestro país. HGM

El rock progresivo es, quizás, el género más amado y a la vez el más odiado en la historia del rock. Es como una religión pagana. Sus seguidores más aferrados lo adoran por sus alcances musicales cuasi sinfónicos, sus estructuras rítmicas y armónicas de altísima complejidad, la imaginería fantástica de muchas de sus letras, el virtuosismo de sus intérpretes; también, porque, debido a esas y otras características que lo distinguen, a su alrededor siempre ha existido una comunidad limitada y hasta exclusiva de escuchas que sienten pertenecer a una especie de secta a la cual no cualquiera tiene acceso. En ese sentido, es un género de culto.

Por otro lado, sus detractores lo consideran detestable por pretencioso, grandilocuente, elefantiásico, hueco, falto de autenticidad, distante, elitista y francamente cursi. En ese sentido, es un género para —disculpen la expresión— mamones y esnobs.

Como suele suceder, la verdad de las cosas se encuentra en el justo medio y si bien es cierto que muchas de las agrupaciones que a lo largo de casi medio siglo se han dedicado al prog rock (sus orígenes pueden encontrarse en grupos como Traffic, Procol Harum, It’s a Beatiful Day y The Moody Blues, entre 1967 y 1969) han asumido una actitud de élite y se han alejado de las masas de fanáticos del rock, también es cierto que dentro de ese movimiento ha habido músicos de enorme talento artístico, con una capacidad creativa apabullante; virtuosos, sí, pero que lejos de crear obras llenas de florituras aunque faltas de sustancia, han producido piezas que siguen asombrando por su calidad musical difícilmente discutible.

El prog rock, pues, puede llegar a parecer rutinario y aburrido, pero también puede producir alborozo y desatar las más variadas emociones.

El año de la fiebre del oro
El segundo año de la pasada década de los setenta fue, quizás, el que llevó al rock progresivo a sus más altas cumbres. En 1972 aparecieron tres discos fundamentales y uno más fue grabado dentro de esos doce meses, para salir apenas comenzado el año siguiente. Me refiero a cuatro álbumes clave para el desarrollo del género, todos ellos producidos en Gran Bretaña por agrupaciones surgidas en esa isla. Hablemos de cada una de esas magníficas piezas discográficas, convertidas hoy en grandes clásicos.

DiscosRockProgre

Tan grueso como un ladrillo
Para muchos, Thick as a Brick de Jethro Tull (Chrysalis, 1972) fue el primer álbum realmente conceptual de la historia del rock, el primero que en sus poco más de cuarenta minutos de duración contiene un solo tema, desarrollado a manera de suite, con una enorme cantidad de cambios rítmicos, armónicos y melódicos, pero que mantiene siempre una unidad que abarca la completa duración de la obra.

Puede considerarse también como el único trabajo plenamente progresivo de Jethro Tull. Compuesto por el líder eterno del quinteto, Ian Anderson, el disco jamás suena grandilocuente o pretencioso y esto se debe, entre otras cosas, a que la instrumentación es siempre orgánica, ejecutada únicamente por los cinco miembros del grupo, sin recurrir a orquestaciones, a trucos de estudio o a sonidos sintetizados. La obra jamás cae en la repetición o la monotonía, debido a sus impecables variaciones, mismas que incluyen tonalidades mayores y menores.

Musicalmente, el disco sigue sonando fresco e inventivo a cuatro décadas de distancia. Desde su tranquilo inicio de aires folclóricos, con la guitarra acústica, la voz y la flauta que contrapuntea; hasta el primer rompimiento rítmico, con la potente entrada del grupo todo, sabemos que nos vamos a enfrentar a una obra inusual. Los cambios son siempre inesperados pero nunca gratuitos y sorprenden al escucha, quien no sale de su asombro a lo largo de toda la pieza. Hay rock progresivo y raíces del folk celta, pero también trazos de jazz (incluso free jazz), música clásica y psicodelia. La flauta de Anderson se encuentra presente a cada momento, pero jamás suena fuera de lugar y es el instrumento que da al tema sus más preciadas características.

Aparte del extraordinario diseño de su portada, a manera de un periódico de dieciséis páginas, Thick as a Brick es un álbum que no ha perdido vigencia y que debe ser revalorado.

La trilogía de ELP
Entre los proyectos más trascendentes del progresivo primigenio se encuentra Emerson, Lake & Palmer (ELP), uno de aquellos míticos supergrupos de finales de los años sesenta, llamados así por incluir en sus alineaciones a grandes talentos provenientes de agrupaciones de por sí importantes. En el caso de ELP, el genial tecladista Keith Emerson provenía de Nice; el estupendo cantante, guitarrista y bajista, Greg Lake, venía nada menos que de King Crimson, y el asombroso baterista, Carl Palmer, había sido integrante de Atomic Rooster. Al unir sus talentos, los tres conformaron a uno de las conjuntos más asombrosos en la historia no solo del progresivo sino del rock todo.

Trilogy (Island, 1972) es el cuarto trabajo discográfico de ELP, luego de su magnífico álbum debut homónimo (1970), del conceptual y altamente progresivo Tarkus (1971) y del extravagante Pictures at an Exhibition (1971). Es un gran disco, su opus magno. Obra de madurez, con una sabia combinación entre lo progresivo y lo electrónico (los sintetizadores de Emerson siguen siendo la parte fundamental del trío) con instrumentos como la guitarra acústica y el piano. Las composiciones son menos ásperas que en sus discos anteriores y hay en ellas una mayor finura, una notable sutileza, un acento en el factor melódico a pesar de que lo rítmico y lo armónico siguen siendo elementos importantísimos.

Cerca del precipicio
Close to the Edge (Atlantic, 1972) representa la cresta temprana pero definitiva en la larga carrera de Yes, uno de los grupos más importantes del rock progresivo de todos los tiempos.

En una época en la cual los discos conceptuales y con pretensiones artísticas eran moneda común —aunque no siempre lograda—, el álbum consiguió trascender su momento y conservarse fresco e inventivo a lo largo de los años, para convertirse en un verdadero clásico.

Jon Anderson (voz), Steve Howe (guitarras), Chris Squire (bajo), Bill Bruford (batería) y Rick Wakeman (teclados) eran la alineación de Yes en este álbum. Juntos lograron elaborar tres largas composiciones en las que cada uno aportó lo mejor de sí. Wakeman se sintió a sus anchas para dar color a los temas mediante su elaborado uso de los sintetizadores, el órgano y el melotrón. Anderson contó con el aire suficiente para llevar sus vocalizaciones a los más altos niveles. Howe siguió sorprendiendo con su virtuosismo en las guitarras eléctricas y acústicas, al crear figuras verdaderamente sorprendentes. Squire, por su parte, convirtió al bajo en un instrumento protagónico, con algunas intervenciones estremecedoras. Por último, Bruford —quien poco despúes emigraría a King Crimson— cumplió una labor sólida e igualmente importante.

Close to the Edge es un álbum muy cohesivo, sin fisuras, con un lenguaje musical que sigue siendo atractivo para quienes lo escuchan a cuatro décadas de distancia.

El lado diáfano del progresivo
Aunque apareció en marzo de 1973, The Dark Side of the Moon (EMI) fue grabado en 1972, en los estudios Abbey Road de Londres, y cierra el cuarteto de piezas discográficas de rock progresivo que a cuarenta años de distancia han adquirido la categoría de clásicas (de hecho, lo hicieron desde hace mucho).

A pesar de algunos detractores, quienes dicen que no solo no se trata del mejor disco de la historia del rock, sino ni siquiera del mejor disco de Pink Floyd, El lado oscuro de la luna sigue siendo un álbum fundamental y, a mi modo de ver, uno de los más importantes de la música popular del siglo XX. La obra condensa las exploraciones sonoras y musicales que había hecho la agrupación en trabajos como A Saucerful of Secrets (1968), Ummagumma (1969), Atom Heart Mother (1970) y Meddle (1971), para perfeccionarlas y darles una dimensión extraordinaria, con una producción impecable, llena de detalles, en la que mucho tuvieron que ver los talentos y la visión de Alan Parsons como ingeniero de sonido. Posiblemente lo que sus críticos no le perdonan al cuarteto es que con este trabajo, y tal vez sin proponérselo, obtuvo un éxito comercial sin precedentes y, de ser un grupo para un público minoritario y exclusivista, pasó a convertirse —para bien y para mal— en un fenómeno masivo.

The Dark Side of the Moon es un álbum poderoso, impresionante, de densas texturas musicales que van de la neopsicodelia al art-rock y del jazz de fusión al blues-rock. Hay aquí composiciones que son verdaderas obras maestras. ¿Cómo negar las virtudes de “Breathe in the Air”; “The Great Gig in the Sky” (escalofriante, con la voz sobrehumana de la maravillosa Clare Torry en plenitud expresiva); “Us and Them”; la fenomenal “Money” y sus solos de guitarra (de David Gilmour) y de sax (de Dick Parry), o esa letanía oscurísima y terrible (homenaje a Syd Barrett) que es “Brain Damage”? Fue este el disco que permitió a Roger Waters tomar el liderazgo total de la banda, algo que tendría consecuencias de todo tipo, negativas por desgracia en su mayor parte. “Pink Floyd puede tener mejores álbumes que The Dark Side of the Moon —comentó alguna vez el crítico norteamericano Stephen Thomas Erlewine— pero ningún otro lo define tan bien como este”.

A manera de conclusión
Thick as a Brick, Trilogy, Close to the Edge y The Dark Side of the Moon constituyen una tetralogía monumental. Se trata de cuatro obras de arte inmarcesibles, realmente exultantes, que a pesar de su complejidad y sus alcances artísticos —o tal vez por ello— mantienen una frescura y una actualidad que no dejan de asombrar.

La suerte de los músicos que constituyeron a Jethro Tull; Emerson, Lake & Palmer, Yes y Pink Floyd ha sido diversa. Algunos, como Roger Waters o varios de los integrantes de Yes siguen activos, otros se han retirado o actúan de manera esporádica. Pero por fortuna todos dejaron una herencia musical invaluable que podremos seguir disfrutando a través del tiempo. ~

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HUGO GARCÍA MICHEL (Ciudad de México, 1955) es músico, escritor, periodista y editor. Colabora, entre otros medios, en Milenio Diario y Nexos. Es autor de la novela Matar por Ángela.

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