Hablar de los problemas sociales que afectan a las personas mayores1 —y en particular del fenómeno de la discriminación por edad— implica un gran reto, pues supone el reconocimiento de los principios de la igualdad y la no discriminación como ejes centrales de cualquier paradigma de justicia, equidad y humanidad.
La discriminación por razones de edad, específicamente la que se realiza contra las personas mayores, es un tema emergente en nuestra sociedad, sobre todo si se tiene en cuenta que la población de 60 años y más de edad se está convirtiendo en el grupo de más rápido crecimiento en México.
La edad es una de las primeras cosas que notamos en las personas,2 y nuestras actitudes hacia ciertos grupos etarios pueden influir y alterar nuestras interacciones con ellos. Tal es el caso de las imágenes sociales sobre la vejez que permean nuestro ámbito social y cultural. Estas se basan en percepciones y supuestos compartidos que convergen para crear estereotipos de la persona mayor en los que prevalecen, equivocadamente, aspectos negativos de lo físico, lo social y lo cognitivo, así como de la personalidad. De este modo, por lo general se presenta a los ancianos como individuos con discapacidad, que no pueden valerse por sí mismos y necesitan de cuidados, que no desempeñan ningún papel relevante, ni tienen ningún valor en la sociedad.
En la discriminación contra personas —o colectivos— por motivo de edad, las imágenes sociales negativas creadas inciden en las actitudes de prejuicio respecto a grupos específicos, como son las personas mayores. Una de las razones que explican esta situación es la escasa valoración social de la vejez y los estereotipos que rodean a esta etapa de la vida. Las actitudes de esta índole son semejantes a otras formas de intolerancia, como el racismo o el sexismo. En 1968, el gerontólogo Robert Bluter utilizó la palabra ageism (que a su vez ha sido traducida al español por la Comisión Europea como “edaísmo”) para referirse a la discriminación contra las personas mayores. Hoy, la definición se ha ampliado para incluir los prejuicios o la discriminación en contra o a favor de otros grupos de edad. En este sentido, si bien son muchas las definiciones creadas en torno a este fenómeno, lo que queda claro es que la discriminación por edad la conforman estereotipos, prejuicios y/o actos de discriminación dirigidos hacia un determinado grupo etario. En nuestra sociedad, la discriminación por edad más común es la que se ejerce contra la vejez y se caracteriza por tener un componente esencialmente negativo; ello obedece a una construcción ideológica de la vejez que margina a los mayores en términos laborales, familiares, económicos, políticos y sociales.
Los estereotipos pueden ser positivos o negativos, con una influencia significativa sobre las propias personas mayores. Por ejemplo, mientras que algunos pueden ver a los viejos como fuente de sabiduría, otros pueden considerarlos incapaces o incompetentes frente a los avances tecnológicos. Expresiones como la de “viejo verde” son un claro ejemplo de lo que es la discriminación negativa por edad, basada en prejuicios que agreden y convierten a las personas mayores en objeto de burla y aislamiento. Hay que tener presente que el desprecio y la burla pueden relacionarse con muchas emociones —temor, odio, arrogancia, etcétera— nacidas del miedo generalizado hacia el “otro”. Independientemente de su génesis, la percepción distorsionada de la realidad de las personas mayores —y, por tanto, las representaciones sociales que generan una infravaloración de la vejez como grupo— conllevan a discriminarlas. A su vez, esta situación puede crear disparidades en la atención al adulto mayor, en su salud, en su rol social y en su bienestar en general.
Por el contrario, la discriminación positiva por edad representa estereotipos que tienen ventajas para los mayores. El estereotipo de la “dulce abuelita” o “la viejecita” es un claro ejemplo de este tipo de discriminación, donde, en virtud de su edad o género, un individuo puede recibir favores y consideración. Sin embargo, considerar que alguien puede convertirse en algo que antes no era (como dulce y amable) solo por alcanzar cierta edad supone una falta de respeto a la individualidad y la diferencia.
No cabe duda que tanto los estereotipos positivos como los negativos son percepciones distorsionadas de la realidad de los ancianos en nuestra sociedad actual. Basta ver algunos estudios recientes que demuestran que no todas las personas mayores son dependientes, están enfermas o tienen discapacidad. Los estereotipos invisibilizan la inmensa heterogeneidad que caracteriza a este grupo de la población y de esa manera los ponen en mayor vulnerabilidad porque atentan contra sus derechos y contra la posibilidad de que vivan una vida digna y segura.
Las actitudes, las creencias, las conductas discriminatorias y las prácticas institucionales influidas por los estereotipos se relacionan y refuerzan mutuamente, contribuyendo a la transformación de la vejez de un proceso natural a un problema social en el cual las personas viejas soportan condiciones que las perjudican.3 Desafortunadamente, en México, para ciertos grupos poblacionales, la gran heterogeneidad socioeconómica y cultural, así como las múltiples caracterizaciones que influyen en ellos, los colocan en una condición de vulnerabilidad. Lo anterior, aunado a las conductas discriminatorias en su contra, puede llevar a violaciones a sus derechos fundamentales.
Ahora bien, ¿cómo se llega a la construcción e interiorización de los estereotipos de la vejez que conducen a la discriminación por edad? Estudios sobre el tema han encontrado que la mayoría de los estereotipos de la vejez no necesitan ser expresados para que los niños los adquieran desde los primeros años de vida: basta simplemente con que observen las discapacidades en la edad avanzada, así como la desatención de las personas mayores en su ámbito familiar y social, para que los aprendan, sin referencia explícita por parte de los adultos. En este sentido, se ha encontrado que los estereotipos de la vejez —al igual que los de género y raza— son interiorizados y expresados alrededor de los seis años de edad.4 Se ha hallado también que los estereotipos adquiridos tempranamente e interiorizados pueden activarse más adelante con facilidad ante personas de una determinada categoría de edad, raza o grupo étnico, incluso si, de manera consciente, el individuo no mantiene prejuicios al respecto. Es debido a este fenómeno que se considera que —desde que interiorizan, durante la infancia, los estereotipos de la vejez—las personas cargan con ciertas expectativas negativas sus propios procesos de envejecimiento.5
Por otro lado, el tiempo durante el cual las personas son expuestas a los estereotipos influye en el impacto que estos tienen en su conducta. Por ejemplo, puede darse el caso de que una persona sostenga durante varias décadas, sin cuestionamiento alguno de su parte, los estereotipos negativos de la vejez existentes en su cultura; cuando en su vida ocurra un suceso que vuelva relevantes esos estereotipos —como hacerse cargo de una persona mayor o darle atención, o incluso envejecer ella misma—, ello puede llevarla a incurrir en actos de discriminación hacia las personas mayores. Por lo anterior, es una tarea impostergable en toda sociedad la eliminación de los estereotipos de cualquier tipo que influyan en las diferentes esferas de la vida de la población adulta mayor, y que puedan afectar la naturaleza de las políticas sociales y los programas dirigidos a ellos, su acceso a servicios, a la atención médica y a los cuidados, etcétera.
Los estereotipos asociados a la vejez están presentes en todos los grupos de la población: niños, jóvenes, adultos y los propios adultos mayores, quienes no están a salvo de sostener sentimientos negativos hacia su propio colectivo etario. Tales valoraciones negativas son adquiridas como resultado de esa interiorización en el transcurso de su vida; cuando llegan a la vejez, las personas siguen sosteniendo los estereotipos de la vejez que les son propios culturalmente desde la infancia. Ello tiende a ser reforzado por la exposición repetida a imágenes y prácticas negativas que aparecen en numerosas situaciones de la vida cotidiana, con lo que resulta más difícil poder desprenderse de ellos. Según Levy,6 esta situación hace factible que las personas alcancen la vejez sin haber desarrollado los mecanismos de defensa que facilitan a otros grupos socialmente estigmatizados afrontar desde edades tempranas los estereotipos negativos que de ellos existen. En este sentido, los viejos suelen responder pasivamente a la discriminación por edad con negación, indiferencia o tolerancia, propiciando así una mayor presencia de actitudes y prácticas discriminatorias.
Encuestas recientes realizadas en México han documentado que la discriminación contra las personas mayores se presenta de manera constante y sistemática. De acuerdo con el Consejo Nacional para Prevenir y Eliminar la Discriminación (Conapred), la población adulta mayor corre el riesgo constante de sufrir las consecuencias negativas de percepciones prejuzgadas, cuyos efectos van del desempleo y la negación de oportunidades y derechos fundamentales hasta el abandono. Los resultados de la Encuesta Nacional de Discriminación en México (Enadis) 2010 mostraron que “27.9% de las personas mayores de 60 años han sentido alguna vez que sus derechos no han sido respetados por su edad, 57.8% considera que en México no se respetan los derechos de los adultos mayores y 58.1% piensa que la sociedad no ayuda a los adultos mayores porque no conoce sus problemas”.
A pesar de la ausencia en México de estudios sobre el tema de la discriminación por edad —o estereotipos negativos asociados a la vejez—, se reconoce que se trata de un complejo problema social que puede agravarse debido al cambio demográfico que el país está experimentando. Por esta razón, es necesario hacer frente a la discriminación y pugnar por que las personas mayores sean tratadas con igual consideración y respeto que las personas de cualquier otro grupo de edad. La discriminación por edad tiene efectos perjudiciales para la salud y el bienestar de las personas mayores, así como para el mismo proceso de envejecimiento saludable. Afrontar este problema exige un cambio de pensamiento y de actitud que posibilite mejorar la salud y la calidad de vida de los mexicanos que envejecen y, especialmente, de quienes ya están en esta etapa de la vida.
1 Término utilizado para describir a las personas de 60 y más años de edad.
2 M. E. Kite, K. Deaux y M. Miele, “Stereotypes of Young and Old: Does Age Outweigh Gender?”, en Psychology and Aging, vol. 6, núm. 1, 1991, pp. 19-27.
3 E. B. Palmore, Ageism: Negative and Positive, Nueva York, Springer, vol. 25 de la serie Adulthood and Aging, 1990.
4 L. Isaacs y D. Bearison, “The Development of Children Prejudice Against the Aged”, en International Journal of Aging and Human Development, vol. 23, núm. 3, 1986, pp. 175-195.
5 B. R. Levy, “Mind Matters: Cognitive and Physical Effects of Aging Self-Stereotypes”, en Journal of Gerontology: Psychological Sciences, vol. 58, 2003, pp. 203-211.
6 Ibíd.
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LILIANA GIRALDO RODRÍGUEZ maestra en Demografía por El Colegio de México, es investigadora en ciencias médicas en el Instituto Nacional de Geriatría.
El artículo es muy bueno y refleja la realidad. Creo que las estadísticas que reflejan la percepción de los viejos respecto a la discriminación por edad se quedan cortas porque posiblemente una gran parte de esa discriminación parte de un prejuicio inconsciente tanto para la sociedad como para el viejo. De tal manera que algunas formas de discriminación , digamos blandas y hasta «bien intencionadas » no son percibidas como tales.
Hay que fomentar cuanto antes una educación desde la niñez para tomar conciencia y paliar esta discriminación y una cultura y hasta una presión sobre los medios masivos de comunicación. Se toleran ciertos comentarios, imágenes, y represenatciones de la vejez que frente a cualquier otra discriminación , por género por ejemplo, serían protestadas. En esto se incluyen también algunos organismos como el Inegi en sus anuncios.
Es importante también la mentalización de los viejos porque nada cambiará , al menos con la rapidez necesaria, sin que ellos tomen la voz, se hagan visibles y participen en reclamar sus derechos y paliar los prejuicios. Sin que el discriminado tome su lugar y se haga oir socialmente ninguna discriminación hubiera sido posible ir solucionando y ejemplos sobran.