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El bien llamado “Festival del espíritu”
Cultura | Este País | Jéssica Pérez Casarrubias | 01.12.2013 | 0 Comentarios

El Festival Internacional Cervantino cumplió cuarenta y un años de ofrecer al público, tanto nacional como a los miles de visitantes extranjeros, una selección de los mejores espectáculos del mundo. Su relevancia en el ámbito cultural mexicano es innegable y año con año ha incrementado su calidad. Esta es una breve reseña de la última edición, que se llevó a cabo del 9 al 27 de octubre en la hermosa ciudad de Guanajuato. JPC

 

El origen

En 1942, Guanajuato era una ciudad sumida en una profunda crisis económica desatada por el desgaste de la producción minera y el despoblamiento ocasionado por la violencia que dejaron a su paso la Revolución y la Cristiada. En este contexto, Enrique Ruelas, junto con otras personalidades del estado, crearon el grupo de teatro Estudio del Venado, que generó un fenómeno social que no se estancó en las clases altas o en los intelectuales, sino que logró permear a la sociedad en su conjunto. Un lustro más tarde, el propio Ruelas propuso hacer un homenaje con motivo del cuatrocientos aniversario del nacimiento de Cervantes que, sin embargo, no fue posible sino hasta seis años después cuando ya había fundado la Escuela de Arte Dramático. Fue entonces que, en 1953, realizaron la primera función al aire libre de los Entremeses Cervantinos. En 1972 se creó el Festival Internacional Cervantino en conmemoración de los primeros veinte años del montaje de estos breves divertimentos que Cervantes escribiera cuatro siglos atrás y que, hoy en día, siguen haciendo reír a la gente que se da cita en la Plaza de San Roque. Así, una tradición que se ha preservado por sesenta años fue el motor que hoy hace posible que artistas de todo el mundo muestren sus espectáculos en el festival más importante del país.

 

Los objetivos de esta edición

Este año el timón de este enorme barco fue encomendado a Jorge Volpi, quien ha combinado su oficio de escritor con la labor de servidor público. Él mismo cuenta en una entrevista que su primer trabajo fue, precisamente, el de intérprete-edecán del Cervantino de 1987 a 1993. Así que ha vuelto a un antiguo hogar. Su aportación más importante fue dotarlo de dos ejes temáticos: “Verdi vs. Wagner” y “El arte de la libertad”. Además, puso especial énfasis en acercar el Festival a la gente a través de un programa social y pedagógico que contó con varios proyectos. “Cervantino a la comunidad” se encargó de llevar a artistas mexicanos y extranjeros a zonas marginales del estado para que presentaran sus espectáculos. “Una comunidad al Cervantino” logró que los habitantes de comunidades alejadas o en desventaja pudieran recorrer la ciudad de Guanajuato y asistieran gratis a algunas funciones. El programa de “Formación de públicos”, que se enfocó en los estudiantes, llevó a los artistas a algunas escuelas para compartir las experiencias de sus diversas disciplinas. Por último, el “Programa pedagógico” incluyó conferencias relativas a los espectáculos y algunos encuentros con artistas después de las funciones.

El compromiso que asumió Volpi fue devolver la esperanza en el poder de la cultura para generar bienestar. En sus propias palabras: “Siempre he considerado que el arte es un instrumento de transformación individual y social”, y es gracias a esta convicción que su labor, estoy segura, rendirá los frutos anhelados. El Cervantino también se conoce como el “Festival del espíritu”, y ahora sé que ese epíteto es muy acertado.

Antes de contarles sobre los espectáculos que tuve oportunidad de disfrutar, quiero agradecer a todos los organizadores del Festival por hacer posible el trabajo de cientos de reporteros y cronistas, en particular a la coordinadora de prensa, Dora Luz Haw, y a mi guía, Miriam Vázquez, quien me ayudó enormemente.

 

El pacto de los orientales con su cuerpo

El Cervantino me recibió —después del trajín que supone un viaje— en el Teatro Juárez, cuya impresionante arquitectura y decoración en rojo intenso inundó mi mirada hasta que las luces se apagaron y dieron la tercera llamada para ver a la compañía de danza china Tao Dance Theater.

En la primera coreografía —titulada sencillamente 4— aparecen en escena, precisamente, cuatro bailarines. No son cuatro individuos sino una sola gota de agua que le da forma a una roca con su incesante caer al ritmo de la música. Un mantra que mueve las articulaciones de los cuerpos cuyos detalles no se alcanzan a distinguir porque llevan ropas holgadas de tonos azules y grises, y sus rostros están cubiertos con maquillaje negro. La danza continúa a un ritmo constante por casi treinta minutos, que para el espectador son un suspiro.

La segunda coreografía, titulada 5, es más sobrecogedora. Cinco cuerpos inician un movimiento por todo el escenario sin despegarse nunca. Una masa informe del color del desierto que se arrastra movida por fuerzas que, aunque no son rápidas, parecen violentas.

Los bailarines no tenían una sincronía absoluta, alguno movía la pierna un poco antes que el compañero, giraba unos grados menos, lograba menor torsión. No se trataba de la perfección, era algo mucho más poderoso: un movimiento que no se podía dejar de admirar.

Tao Ye supo impregnar con el innegable sello de su milenaria cultura una coreografía de danza contemporánea inspirada en los movimientos de las artes marciales y del Tai Chi, que nos deja ver el control absoluto que los bailarines tienen sobre su cuerpo.

Dos días más tarde volví a sorprenderme por la forma en que los orientales se relacionan con sus cuerpos. En esta ocasión, un recinto moderno, el Auditorio del Estado, me dio la bienvenida con la vista de un atardecer de calma. Fue la sensación perfecta para ver el último trabajo de Lee-Chen Lin, la directora y coreógrafa de la compañía Legend Lin Dance Theater. Lee-Chen nació en Taiwán en 1950 y todo su trabajo lo ha realizado con la intención de recuperar las tradiciones de su cultura.

No sé cómo describir la perfección con la que los músicos y bailarines ejecutaron cada uno de sus movimientos durante cerca de dos horas. Cuando regresaba a mi hotel se me ocurrió que la única explicación para lo que acababa de ver era que en algún momento del camino hacia el evento, en alguno de los recodos que pasamos por las típicas calles subterráneas de Guanajuato, nos hayamos trasladado a una realidad alterna. Una realidad donde la belleza absoluta es posible, donde cada uno de los detalles —la iluminación, el vestuario, la música, el silencio, la escenografía— es impecable. Tampoco podría contar la trama pero sé que todos los sentimientos que alguna vez me han embargado estaban puestos en escena: amor, ira, deseo, tristeza, ilusión, fatiga, asombro, miedo, esperanza, alegría, rencor. La primera escena se repite al final y eso solo exacerbó la sensación de que entré a una espiral en la que los espíritus danzaron para mí.

 

El arte como trinchera

Dentro del eje temático “El arte de la libertad”, se estrenó Bola negra, el musical. Todo comenzó con un relato de Mario Bellatin sobre un entomólogo japonés que se come a sí mismo. Tomando este texto como base, Marcela Rodríguez creó el libreto y la música para convertirlo en ópera. A la par, Marcela y Mario trabajaron con un coro de jóvenes de Ciudad Juárez que se han visto directamente afectados por la violencia: tanto víctimas potenciales como sicarios recluidos. De este trabajo nació una película y, después, Jesusa Rodríguez creó lo que parecía ser más políticamente incorrecto: un musical.

Es un tema difícil de tratar, ¿hasta dónde el arte debe ser denuncia social? Los tres creadores involucrados están de acuerdo —cada uno a su modo— en que el arte es una herramienta de cambio personal y, por ende, social, incluso cuando la obra no trate directamente el tema. Los jóvenes que aparecen en el video que se proyecta al fondo del escenario cantan el texto de Bellatin y parece que poco a poco se dan cuenta de que una historia que aparentemente está desconectada de su realidad habla de ellos, de su entorno, de sus familias y amigos, de sus vecinos y compañeros de escuela. “Descarnado pero vivo”, “deglutido por sí mismo”, “no tuvo una sino varias muertes”, son algunas de las frases que esos jóvenes dotaron de un nuevo y terrible significado.

Con esta obra, el FIC puso en marcha el proyecto OM21 y, para la siguiente edición, ya encargó al compositor Javier Torres Maldonado y a la escritora Cristina Rivera Garza la creación de una obra que aborde temas a los que es imposible dar la espalda. Como bien expuso la artista Teresa Margolles: “¿De qué otra cosa podríamos hablar?”.

La libertad también se ejerce bailando y eso nos lo demostró Tony Allen (Laos, Nigeria, 1940), quien inició su carrera en un país sumergido en una desastrosa guerra civil. Más tarde emigró a París, donde vive actualmente, pero nunca se ha apartado de sus orígenes y siempre ha luchado por la libertad desde su batería, donde —acompañado de músicos de Nigeria, Francia, Camerún y Martinica— demostró ser dueño absoluto de un ritmo y una energía con la que nadie se pudo quedar sentado en la Alhóndiga de Granaditas la fría noche del jueves 24 de octubre.

 

Sin música la vida sería un error

“Seguimos creyendo que el centro del Festival está en las artes escénicas y en la música”, declaró Volpi en una entrevista, y, por ello, cada Cervantino ha ofrecido una amplísima oferta de conciertos. En esta edición se abarcaron múltiples géneros: música de cámara, orquestas, jazz, rock, electrónica, un espectáculo cabaret, balcánica, soul, toda la programación de “Verdi vs. Wagner”, ranchera, flamenco y más.

Si bien desde sus orígenes Guanajuato ha tenido destacables expresiones culturales —los entremeses son, quizás, el más claro ejemplo—, también es cierto que estas se han enriquecido desde la instauración del FIC formando un círculo virtuoso en el que año con año se crean más espacios para disfrutar de diversas expresiones del arte. El Festival cada vez es de mayor calidad porque el público así lo exige, ya que en cada edición los espectadores tienen la oportunidad de asistir a eventos de enorme valía. Una de las grandes virtudes del Cervantino es haber mantenido un estándar alto durante estos cuarenta y un años. Claro que también ha tenido sus vicisitudes, pero ha logrado posicionarse como el mejor festival de nuestro país gracias a un esfuerzo sin tregua. Los maravillosos conciertos a los que asistí me parecen una prueba contundente.

El ensamble de música antigua Los Tiempos Pasados se creó el mismo año que este Festival que siempre le ha otorgado un escenario. En esta ocasión tocó el turno al Templo de la Valenciana —que es en sí mismo un portento de la arquitectura virreinal— de recibir al divertido y lúdico espectáculo que Armando López Valdivia dirige. Más de doscientos instrumentos de lugares y épocas distintos, dulces y potentes voces desgranando el antiguo sentimiento sefardita, notas provenientes de cancioneros medievales, renacentistas y del barroco que se quedan palpitando en los miles de recovecos que tiene esta ciudad.

De otras latitudes, llegaron al Templo de la Compañía los acordes de los conciertos para piano y orquesta de Beethoven, los clásicos cinco más aquel que compuso a los catorce años y que fue recuperado y reconstruido por el musicólogo suizo Willy Hess, conocido como Concierto para piano n. 0, en mi bemol mayor, y la transcripción que Beethoven realizó en 1807 de su concierto para violín: Concierto para piano n. 6, en re mayor. Barry Douglas dirigió la Camerata Ireland desde el piano, la cual formó en 1999, y explicó que, ya que todos los miembros son irlandeses, hay un sonido particular en las cuerdas que proviene de su tradición musical.

Así, el FIC dio inicio al ciclo Beethoven. En 2014, Rudolph Buchbinder interpretará sus treinta y dos sonatas para piano, y en los años siguientes se presentarán sus cuartetos para cuerda, su música de cámara y sus sinfonías completas.

La última mañana en Guanajuato la disfruté bajo un cielo que se caía de azul en la Ex Hacienda de San Gabriel de Barrera. Ahí, The Deep Blue Organ Trio, banda proveniente de Chicago —conformada por Bobby Broom en la guitarra, Greg Rockingham en la batería y Chris Foreman al órgano—, demostró que el soul corre por sus venas, tal como reza la siguiente frase: “Soul can’t be taught or learned, you either have it or you don’t”.

Por la noche, la algarabía recorría las calles, ríos de gente se acercaban a la Alhóndiga para despedir esta edición del Festival Cervantino. Guanajuato le rendía homenaje a su mejor representante. Todos hemos cantado a José Alfredo Jiménez, todos nos sabemos sus canciones, todas las mujeres alguna vez hemos pagado mal y todos los hombres lo han intentado olvidar en el rincón de una cantina. Todos coreamos sus letras pero solo él sigue siendo el rey. Y pocos en el mundo entienden estas mismas penas y alegrías como los cantaores de flamenco. Por eso, Joana Jiménez, María Toledo y José Valencia interpretaron “No me amenaces”, “Si nos dejan” “Tú y la mentira” y “El último trago”, entre otras, con el sentimiento desgarrado que es denominador común de estas dos culturas.

 

Lo que viene

En 2014, el Cervantino recibirá a Japón y a Nuevo León como país y estado invitados. Ya se dijo que cada año la vara es más alta y se requiere de un arduo trabajo en equipo para lograr mejorar respecto a las ediciones anteriores. Pero el Festival ha demostrado que no solo sabe cumplir sino superar las expectativas de los espectadores ávidos de asistir el año entrante. La planeación ya está en marcha, así que hay que estar al pendiente de lo que el FIC nos ofrecerá en 2014.  ~

 

Fotografías cortesía del FIC

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JÉSSICA PÉREZ CASARRUBIAS (Ciudad de México, 1983) es jefe de redacción de este suplemento.

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