David Ibarra
Ex Secretario de Hacienda.
Sin duda, el retroceso del autoritarismo mexicano, la alternancia en el poder y el fortalecimiento de los partidos políticos, han ensanchado los márgenes de la crítica pública. Sin embargo, subsisten trabas en la esfera económica que se explican por la intensidad del juego de los intereses creados y la avalancha ideológica que ensalza la eficiencia y la capacidad autorregulatoria de los mercados, mientras ven en el Estado el origen de todos los males.
Sin embargo, como lo ha dicho Francisco Suárez, Estado y mercado, como instituciones humanas, son falibles, cometen errores sobre todo cuando no conjugan fuerzas, cuando toman prestadas soluciones a los problemas nacionales, cuando dan la espalda a la población.
Ha llegado la hora de liberarnos del complejo de colonia que lleva invariablemente a valorar las ideas importadas por encima de las propias, a veces sin razón suficiente o en contra de los verdaderos intereses del país.
Suárez Dávila censura la nacionalización de la banca porque abrió en lo interno brechas políticas enormes entre empresarios y gobierno y, en lo externo, entre las estrategias nacionales y los imperativos de la libertad sin fronteras de la globalización. Pero con igual rigor critica la “leyenda negra” sobre el manejo de los bancos nacionalizados cuando a ello se atribuye falsamente el colapso posterior del sistema bancario. Para Suárez Dávila, la historia es otra. La banca gubernamental sobrellevó con donaire la crisis de 1982, sin mayor costo fiscal, sin dejar sin servicios a la planta productiva nacional, sin causar la debacle sistémica de las instituciones financieras, como sí ocurrió en 1995.
La desincorporación bancaria siguió con fidelidad las reformas estructurales prescritas por los paradigmas económicos foráneos. Caminó junto con la reforma desregulatoria interna y externa del sector financiero hasta derruir, sin reemplazar con acierto, el sistema anterior de financiamiento al desarrollo. Pronto, de la represión financiera —que inducía y orientaba el encaje legal— se pasó transitoriamente al libertinaje financiero, cuando en dos años (1992-1994) las instituciones reprivatizadas y las nuevas concesiones bancarias otorgadas a diestra y siniestra casi duplicaron de golpe el crédito al sector privado, hasta hacerlo incontrolable.
La reprivatización de la banca, observa el autor, fue realizada con el más depurado cuidado jurídico. No opina lo mismo del aspecto económico. En aras de construir competencia se multiplicaron las licencias para nuevos bancos, casi todos pequeños, sin experiencia o capacidades profesionales. Las subastas para la venta de las instituciones tuvieron como principio rector el precio o el sobreprecio, no la calidad técnica de los adquirentes. La euforia crediticia de la desregulación rebasó a los sistemas de supervisión y control; se permitieron violaciones a los requisitos de capitalización, así como autopréstamos a los accionistas y el ascenso inmoderado de las carteras vencidas.
A los hechos microeconómicos reseñados se sumaron desajustes macroeconómicos crecientes que no se enmendaron a tiempo. La creencia de que con finanzas públicas equilibradas e inflación a la baja no había motivo mayor de preocupación, resultó falsa. Se siguió abusando del tipo de cambio como ancla de los precios; el déficit de la balanza de pagos llegó al 9% del pib (1994); la sobrevaluación del peso se dejó correr con un desliz cambiario insuficiente, sobre la falsa base de que el influjo de capitales externos a la vez que lo explicaba lo compensaría; la deuda pública externa neta creció 51% entre 1993 y 1994, hasta llegar a 72 mil millones de dólares, incluidos alrededor de 30 mil millones de tesobonos con vencimiento de corto plazo y garantía cambiaria.
Los problemas que supuso asimilar de manera simultánea la aglomeración de reformas y desequilibrios (Tratado de Libre Comercio, liberación financiera, desregulación de la cuenta de capitales, desincorporación de la banca, desajustes de pagos) se conjugan a mediados de la década de los noventa para producir la doble crisis bancaria y cambiaria que asoló al país y cuyos efectos nocivos todavía persisten.
Por supuesto, la devaluación y el draconiano programa de ajustes que siguió (depreciación cambiaria del 50%, alza mayúscula en las tasas de interés, aumento de las tarifas del sector público), ahondaron la debacle bancaria al elevar las carteras vencidas, multiplicar las quiebras de los negocios y, en general, reducir la capacidad de pago de las empresas y de la población.
No terminan ahí los episodios desafortunados. Suárez Dávila analiza los vericuetos del rescate bancario, que supusieron un costo para los contribuyentes del 20% del pib, un generoso subsidio a los bancos (principalmente mediante la sustitución de las carteras emponzoñadas por papel gubernamental sin riesgo) y poco subsidio a los deudores. Luego viene la extranjerización del grueso del sistema bancario (85%) junto a la negativa de integrar Bancomer y Banamex en una institución de primer mundo.
Después de ese largo periplo de reformas financieras, los resultados que se infieren del texto de Suárez Dávila son desalentadores:
- La insuficiencia de crédito a la formación de capital y la producción es más astringente que nunca, a pesar de que el propósito central de las reformas emprendidas era solucionarla. En términos reales, la cartera conjunta de las bancas comercial y de desarrollo ha caído del 63% al 21% del pib entre 1985 y 2008, lo que configura uno de los más bajos coeficientes del mundo;
- Con la extranjerización, el país ha cedido el control del Sistema Nacional de Pagos, cuestión que repudiaron en su tiempo Roosevelt, Margaret Thatcher, Ortiz Mena y Carlos Salinas;
- El Banco de México ha perdido su empuje innovador para limitarse a esterilizar antiinflacionariamente y con pérdida las entradas de divisas de corto plazo, hasta registrar capital contable negativo en su balance;
- En vez de servir a las empresas nacionales, la banca comercial presta casi todo al consumo, con altísimas tasas de interés, o al gobierno, sin asumir riesgo alguno;
- La banca de desarrollo, despojada de su papel promocional, se reduce a representar el papel de una banca comercial que no financia a la producción.
No sólo la reprivatización bancaria fracasó: también quedó coja la reconstrucción del Sistema Financiero Nacional. Habría que recomenzar la tarea, sin pretensión alguna de volver atrás dado el cambio de circunstancias, de exigencias, del mundo moderno.
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El fracaso de la reprivatización
Reseña por Gustavo A. del Ángel.
Reseña por Jesús Silva Herzog Flores