Incluso en sectores donde se suele ser crítico ante la entrega de premios literarios, los premios de cine siguen teniendo legitimidad. No es nada extraño oírle a alguien que echó pestes por la entrega del Nobel a J.M.G. Le Clézio que quiere ver una película premiada en Cannes o San Sebastián. Es como si la literatura se legitimara sola y con el tiempo pero a todo mundo le urgiera que el cine se legitimara inmediatamente para poder ver las grandes obras de su tiempo en cartelera. Algo parecido a ir a ver una película nominada al Óscar en las semanas contiguas a la entrega del premio.
El Óscar es la medida de todo: lo que se le oponga —y siga la tradición de Cannes— parecerá arte; lo que se le parezca en una geografía determinada celebrará las otras industrias del cine. Aquí dos casos: Cannes, un paradigma, y los Arieles, un sinsentido.
CASO 1: CANNES
El Festival de Cannes representa, en cierto modo, la antípoda de los Óscares: así como los premios lucen como el cénit del “cine de entretenimiento”, el festival parece el cénit del “cine de arte”: los premios son claramente industriales y sus agentes son estrellas; el festival se asume referente de la creación y sus agentes son —obvio— “artistas” (directores). El festival legitimó a la Nueva Ola francesa al premiar, en 1959, a François Truffaut como mejor director por Los cuatrocientos golpes (Les quatre-cents coups) y se legitimó a sí mismo optando por autores, según los cánones establecidos por los críticos de la Cahiers du cinéma. (Y no se puede olvidar que Truffaut como crítico fue el principal promotor de que los directores son los autores de las películas[i].) Optar por los directores y el arte fue una decisión política que, al menos en un tiempo donde había muy pocos festivales, convirtió a Cannes en la plataforma del gran cine. Esto se sustentó, sin duda, en los nombres “descubiertos” en el foro (por ejemplo, Andréi Tarkovski o Miklós Jancsó) y en los recipientes de la Palma de Oro (por ejemplo, Kagemusha de Akira Kurosawa o Apocalypse Now de Coppola). El mito de Cannes es tan poderoso que en vez de caerse con premiaciones tan incompetentes como la Palma de Oro a Tarantino por Pulp Fiction o a Michael Moore por Farenheit 9/11, más bien los volvió grandes “artistas”.
Es curioso que la mistificación de este festival, basada en grandes películas y grandes artistas (creadores) distraiga del hecho de que —al menos en Occidente[ii]— hay dos mercados de cine: el de las salas comerciales y el de festivales y filmotecas (antes aquí entraban también los cineclubes). Y está bien: hay muchas películas excepcionales que habrían quedado en el olvido o no se hubieran realizado si no fuera porque tienen un mercado, o sea, consumidores. Pero lo que el mundo de los directores oculta es, como en La carta robada (de Poe), lo que está a plena vista: la alfombra roja. Pocos festivales reúnen a tantas estrellas (¡) de Hollywood (!) como Cannes. Y no, no es algo que haya sucedido después de su legitimación como el festival sino desde siempre: ya en su primera edición la Metro-Goldwyn-Mayer se encargó de llevar a sus muchachos en un transatlántico.
CASO 2: LOS ARIELES
El Ariel es un premio extraño: premia a una industria sin industria que castiga justo a quienes hacen industria. El caso paradigmático de su manera de proceder fue la selección 2009. Estaban Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo de Yulene Olaizola, Los herederos de Eugenio Polgovsky, Lake Tahoe de Fernando Eimbcke y Voy a explotar de Gerardo Naranjo. Y no estaba Arráncame la vida de Roberto Sneider.
La exclusión de Arráncame la vida está basada en varios prejuicios: 1) que el cine que tiene éxito es de entretenimiento y por lo tanto no puede aspirar al arte, 2) que el cine nacional que tiene un presupuesto decente sólo quiere recuperar dinero en taquilla y eso lo hace innoble y 3) que si la gente fue a ver la película no es por una cuestión de gusto sino porque el malvado mercado la engatusó. Entonces la Academia hizo de Santa Inquisición castigando los vicios de la banalidad (1), la avaricia (2) y la pusilanimidad (3). Pareciera que la Academia no notó algo: Arráncame la vida es la primera película mexicana exitosa en muchísimos años que no viene de un festival (como Amores perros) ni es un pastiche de fórmulas venidas de allende el Río Bravo, sino que es una genuina continuación y puesta al día del cine mexicano de la Época de Oro.
La selección fue muy buena, sin duda, pero faltó claramente la película de Sneider, una película de industria lograda (buen guión, buena dirección, fotografía espectacular y una actuación notable de Daniel Giménez Cacho) y que hace honor a la historia del cine al que pertenecen los Arieles. Es comprensible que la mayor parte de las apuestas esté concentrada en películas independientes y de bajo presupuesto, porque casi todas las películas mexicanas son así, pero es imperdonable excluir una película lograda siguiendo una política contradictoria y trasnochada. Así el Ariel ha perdido la mística con la que se fundó: celebrar la industria cinematográfica mexicana, si es que existe tal cosa.
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Este artículo está vinculado con Breves quejumbres salidas del Óscar, publicado aquí mismo el mes pasado. Intenta hacer un ejercicio alrededor de los premios a partir de dos ejes planteados en dicho texto: la mistificación y la política.
[i] En su ensayo “Une certaine tendance du cinéma français” aparecido en el número 31 de Cahiers du cinéma (enero de 1954, pp. 15-29) dice que los directores son los responsables de la forma final de una película y, por lo tanto, sus autores.
[ii] Occidente se puede definir como el espacio geográfico donde el cine de Estados Unidos se lleva la mayor tajada de la taquilla. Para comprobarlo revisar los Atlas que publica anualmente Cahiers du cinéma. Las taquillas dirán algo parecido a la realidad: las salas de América, Europa (Rusia incluida) y Oceanía están dominadas por los gringos.
Abel Muñoz Hénonin
Lo que se infiere es que las premiaciones (con todas sus etiquetas, místicas y… mamonerías) tendrían la función primordial de hacer organizable en la mente del público gran parte de la oferta anual de películas cuyos productores y directores realmente desean y pueden publicitar. Lo que no ofrece Hollywood, te lo da Cannes o San Sebastián. Tan tan. Se trata de que la gente se anime a acercarse a una peli y no sienta vértigo cuando ve la cartelera con puros títulos que le suenan iguales y no tiene ni el conocimiento, ni las ganas, de averiguar más. El cine es de masas y a la masa hay que amasarla.
Tal vez en el caso de los Arieles, al ser una premiación marginal, excluyen a Arráncame la vida, en el discurso, porque su éxito la abarata, pero más bien se debe a que «no lo necesita.»
Dices que en la literatura es más fácil escuchar críticas a los premios Nobel, pero la verdad es que ocurre lo mismo. Como mayoritariamente no se lee, el Nobel y otros, se convierten en un gran «must.» A nivel de eruditos, se podrán reír o no de los premios, pero a nivel de masas, el juicio de si alguien merecía o no un premio literario, viene a que ex post al premio, el autor fue leído
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