Venus, diosa reverenciada y temida,
poderosa entre los inmortales,
gracias por el verano inesperado,
una larga estación solar, he de decirlo,
es tu don y estas palabras te saludan;
tu reino son las islas, chipriota,
los hermosos tiempos fulgurantes,
el trueno de Zeus y las flechas de Apolo
comparten el vértigo de tu imperio.
Foto tomada de Flickr/CC/kevindoodley
Anteriormente me decía
“la diosa no me tiene entre los suyos,
no recibe mis ofrendas,
soy tan pequeño, mis afanes así de diminutos
que desaparezco ante su vista indiferente”.
No es así,
quizás ahora comprendo;
tal como el vigor de mis muslos, la potencia
de mi corazón, la tersura de mi piel
son perennes, también el tiempo bajo tu mirada.
Cada que la puerta de mi hogar se cerraba,
violentamente,
impulsada por verdades y mentiras,
improperios y acusaciones
lanzadas a la cara del amante
como piedras que ella y yo empuñábamos
después de empaparlas en hiel y muérdago
extraídos de lo amargo de nuestros humores,
después de cerrar la puerta
me tumbaba en el sillón estupefacto
“la diosa no me ama
mis ofrendas no la halagan ni la tientan,
nunca he sabido complacerla,
vivo de espaldas a su luz”.
Ahora
cuando nuevamente es la hora poniente
descubro la magnitud de mi torpeza,
cuántas veces no estuvo el enceguecedor cuerpo femenino,
apasionado y generoso
magníficamente pródigo,
manando hacia mí noche y día
hasta perder la cuenta de todo
hasta olvidarme de mí;
palabras besos estremecimientos
de ese cuerpo joven incapaz de contenerse
estallando como cataratas
llegué a creer en volcanes de néctar y ambrosía,
oh sus férvidas palabras, ojos incendiados, manos
muslos y vientre ávidos
que pareciera el Etna de Afrodita
subyugándome en mi lecho.
Fue así.
Ahora lo sé: lo creí tan intensamente
que pensé que era mentira
(sobre todo en la fría noche,
siempre una noche fría
para decirnos hasta nunca
con sorda saliva amarga).
Pero ahora lo descubro:
fuiste tú, hermosa temible inmortal,
quien la guió a mis ojos entregándomela,
botín y tesoro
Briseida ante la tienda de Aquiles.
Venus poderosa y temida,
este efímero,
como tantos otros,
ha sido tu siervo;
banquetes hubo en que tú y tu impredecible hijo
servían el manjar
a un hombre y una mujer
en su piel y fugacidad refugiados.
¿Habrá sido ésta tu última visita?
(así susurra aquel oráculo
escondido en mis entrañas).
Pero los mortales siempre nos equivocamos
tuyo soy tanto como cualquiera de mis hermanos,
lo mismo que los olímpicos;
nadie estará nunca suficientemente protegido
de tus dardos en lo hondo del pecho
ninguna armadura de curtidos cueros de buey
bañados por caudaloso bronce
refrena tus designios o rechaza
las veleidades de tu hijo.
Nadie ante ti está oculto,
eres dueña de nosotros, si así lo decides.
Venus reverenciada y temida,
soy tu súbdito
gracias por haberme visitado.