En diversas colaboraciones publicadas en los últimos meses en Este País, he insistido en que la utilización de las nuevas herramientas tecnológicas tendrá cada día un papel más importante en la promoción y difusión de la cultura y, particularmente, en el modo en el que nos acerquemos al quehacer artístico.
Después de las transmisiones en vivo de las funciones de ópera del Metropolitan Opera House que se han hecho recientemente, ahora es el turno de las grandes exposiciones. El primer ejemplo de ello, que nos permite visitar una muestra artística simultáneamente a su exhibición en otras ciudades del mundo, ocurrió en marzo en el Auditorio Nacional, con tal éxito que se tuvieron que abrir cuatro nuevas fechas.
Se trata de Leonardo da Vinci: Pintor de la Corte de Milán, que se presenta en la National Gallery de Londres. Es un recorrido audiovisual de hora y media de duración que nos acerca a creaciones extraordinarias (que las reglas de seguridad nunca nos permitirían observar con tanto detalle), pero sobre todo nos hace disfrutar por primera vez de un conjunto de obras que ni antes, ni seguramente después, volverán a convivir en el mismo espacio. Así, podemos admirar, entre otras, las dos versiones de La Virgen de las Rocas (Louvre y National Gallery), el diálogo entre La bella Ferroniere (Louvre) y La dama del armiño (Colección Czartoryski, Cracovia), San Jerónimo (Vaticano), Retrato de un músico (Pinacoteca Ambrosiana, Milán), dibujos de la Colección Windsor y la presentación del Salvator Mundi, una imagen deslumbrante de Cristo que resulta ser la primera obra aceptada durante décadas como un original de Leonardo da Vinci. La transmisión de este recorrido es impecable por su calidad visual y auditiva. Además, las explicaciones están a cargo de especialistas, músicos, actores, pintores e historiadores, que van salpicando la visita con observaciones y apreciaciones inteligentes que subrayan la lectura múltiple que puede tener una obra de arte.
Así se inicia una nueva etapa en la difusión cultural que permite presenciar maravillosos eventos que ocurren en espacios cerrados, en distintos puntos del planeta, y al mismo tiempo. Alguien podría decir que se trata simplemente de un programa de televisión o de un documental tradicional; alguien más podría añadir que ya hay muchos materiales sobre el tema, aunque en este caso no es sobre el personaje en su totalidad, sino de esta muestra en particular. Tal vez en parte tengan razón, pero de otro modo tendríamos que esperar varios meses o años mientras se produce, distribuye y exhibe este tipo de manifestaciones culturales, lo que nos haría perder el gozo de participar, casi en tiempo real, en un acontecimiento artístico mundial al que una inmensa mayoría no tendría acceso, salvo por alguna nota periodística o la publicación de unas cuantas fotografías.
Sobre Leonardo se han escrito innumerables páginas, desde todos los ángulos y por los más diversos especialistas. Hay textos académicos que nos permiten valorar su extraordinaria personalidad, su talento múltiple y su visión de la materia representada en obras de arte, que es ya lugar común calificar de excepcionales. Pero para aquellos que tengan curiosidad sobre el personaje o ciertos aspectos de su obra, también hay textos bastante accesibles. Recuerdo uno de ellos que nos da una idea clara y amplia del personaje y su época: El romance de Leonardo, del ruso Dimitri Merejkovsky, publicado en 1900 y que, por su calidad, agilidad y talento narrativo, no ha dejado de reimprimirse (Edhasa, 2007).
Buena parte de la información de este libro surge del maravilloso volumen de Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos, de Giorgio Vasari (Cátedra, 2002). Esta obra es la primera recopilación de la vida de más de cien artistas renacentistas, desde Cimabue, nacido en 1240, hasta Miguel Ángel, muerto en 1575. Es una obra que se puede calificar como el primer texto europeo de la historia del arte, lleno de datos de la vida personal de estos personajes y sus vicisitudes para lograr el reconocimiento como artistas que dejan atrás su papel social como meros artesanos.
La mayoría de la información de los textos posteriores sobre esta época, y particularmente las novelas históricas de este periodo, tienen su fuente primaria en ese libro y en menor grado en Vida de Benvenuto Cellini (Cátedra, 2007), obra en la cual, con una inagotable imaginación, el más grande orfebre del Renacimiento nos narra pasajes de sus aventuras y la vida de sus contemporáneos, o de plano los inventa con un enorme ingenio y brillantez.
Una gran novela que en su investigación no deja a un lado estos dos textos es Bomarzo, de Manuel Mujica Láinez (Seix Barral, 2004). Su protagonista es un insólito personaje renacentista, Pier Francesco Orsini, Duque de Bomarzo, autor de un célebre jardín cercano a Roma que llena de esculturas monstruosas con la intención de dejar para el futuro imágenes más terroríficas que la suya, con sus terribles deformaciones físicas, entre las que destaca una pronunciada joroba. En estas páginas encontramos un fresco único lleno de personajes, situaciones e intrigas de esos gloriosos años del renacer del mundo clásico en Italia.
Por cierto, sobre personajes renacentistas no recuerdo ahora grandes películas. A pesar de su corte comercial y de que está plagada de errores históricos e invención de situaciones poco afines a la personalidad de sus figuras centrales, recuerdo La agonía y el éxtasis (1965), cinta en que Miguel Ángel es interpretado por Charlton Heston, y el papa Julio II por Rex Harrison. Esta versión al cine de la novela de Irving Stone tuvo un enorme éxito de taquilla y probablemente abrió el interés a miles de personas por este periodo histórico y particularmente por sus protagonistas. Sobre Leonardo, en 1971, se produjo una serie televisiva italiana que se transmitió en México a finales de esa década (dirigida por Renato Castellani) y que pasó sin pena ni gloria. Algo bastante más logrado fue La época de Cosme de Medici, dirigida para la televisión por Roberto Rossellini en 1973 (a la que hice referencia en mi colaboración anterior) que, además del mérito de haber sido dirigida por este gran cineasta, fue rodada en locaciones originales, todas en Italia. En esos mismos años, en 1969 específicamente, apareció una insuperable serie producida por la BBC: Civilisation, A Personal View, en la que en trece capítulos —varios de los cuales están dedicados al Renacimiento— uno de los grandes historiadores mundiales del arte, Kenneth Clark (quien también es autor de un magnífico ensayo sobre Leonardo publicado por Alianza Editorial en la década pasada) hace gala de una erudición apabullante al recorrer los que él considera los grandes momentos que han formado la cultura universal. Claro, esa visión inglesa se limita a describir, magistralmente desde luego, lo que ellos desde su punto de vista enuncian como las bases de la cultura universal. Dejan a un lado nada menos que al arte hispanoamericano, egipcio, del Cercano Oriente, de China y Rusia, por ejemplo.
No puede soslayarse el modo en que el Romanticismo vio la vida cotidiana y los crímenes de la época del Renacimiento, como lo narra Stendhal en dos de sus relatos de las Crónicas italianas: Vittoria Accoramboni y Los Cenci, esta última sobre una historia en la que madre e hija matan al padre para frenar todos sus abusos, por lo que son juzgadas y condenadas a muerte. La suspicacia de la época atribuyó al papa Clemente viii el deseo de apoderarse de una de las más importantes fortunas romanas del momento. Como dato curioso, recuerdo que ese crimen fue vecino de otros en la calle de Monserrato en Roma, ya que frente al palacio Cenci —de donde fue transportada Beatrice Cenci al cadalso en el siglo xvi— está la Iglesia de Monferrato, donde se encuentra la tumba del famoso Alejandro VI, el papa Borgia, a quien no menos crímenes y abusos se le acreditaron décadas antes.
Esta familia ha tenido también su “éxito televisivo”, como es el caso de una serie que actualmente se proyecta en casi todas las televisoras mundiales, protagonizada por Jeremy Irons. Fue filmada en 2011, paralelamente a otra producción franco-alemana titulada Borgia (dirigida por Tom Fontana), que según parece se concentra más en la época y en las figuras de Leonardo y Miguel Ángel que en la propia familia. Un largometraje con el mismo título fue filmado en España en 2006 (dirigido por Antonio Hernández y protagonizado por Lluis Homar y María Valverde), con modesto éxito tanto de público como artístico.
Regresando a los libros: un trabajo más académico apareció a principios de la década pasada: La civilización del Renacimiento en Europa de John Hale (Crítica, 1996). Se trata de una visión política, social y cultural que analiza el conjunto del Renacimiento y especialmente el surgimiento de la idea de Europa y el renacer de sus raíces griegas y latinas, y su impacto en el mundo moderno. Algunos especialistas lo califican como el equivalente de La civilización del Renacimiento de Italia que, a diferencia del anterior, está más concentrado en su antecedente medieval. Por mucho tiempo ha sido uno de los textos básicos de la historia del Renacimiento, desde 1860, año en que fue publicado, hasta la actualidad gracias a sus ininterrumpidas reediciones.
No quisiera dejar esta época del Renacimiento y el tema de las recreaciones históricas sin hacer una mención a Respighi, uno de los grandes compositores italianos románticos del siglo xx. Una parte conocida de su producción está basada en material musical de siglos anteriores y varias obras suyas, como Los pinos de Roma, son parte viva del actual repertorio sinfónico internacional. Entre su producción destacan tres suites de Danzas y arias antiguas que son una orquestación de melodías compuestas casi todas para laúd, durante el siglo xvi, y se convierten con Respighi en una exuberante evocación de esos tiempos. La orquestación es asombrosa. Amplió esta recreación a óperas completas, como es el caso del Orfeo de Monteverdi, en donde oímos en versión de Respighi melodías que pasan de composiciones para unos cuantos instrumentos a la sonoridad de una orquesta moderna de decenas de músicos; se refuerzan no solo las cuerdas sino particularmente los metales, sin disminuir el valor de las voces. Lo mismo hizo otro de los grandes compositores contemporáneos, Hans Werner Henze, con Il ritorno d’Ulisse in patria, que tuvo un enorme éxito en su presentación en el Festival de Salzburgo en 1985, y del cual hay una grabación dirigida por Jeffrey Tate (Radio Symphonie Orchester Wien, L´Orfeo, 2000). Otro tanto hizo otro más de los grandes de este siglo, Luciano Berio, pero con un propósito algo diferente: no solo transcribir sino recrear y tomar obras originales como partida para una nueva creación musical, con un resultado a la altura de su genio. Van desde la reconstrucción de la que hubiera sido la Décima Sinfonía de Schubert (la verdadera inconclusa), que titula Rendering, hasta un fragmento del Arte de la fuga de Bach y La Ritirata de Madrid de Boccherini, que pasa de ser una composición para cinco instrumentos y guitarra a convertirse en una pieza sinfónica de enorme brillantez en la ejecución de la Orchestra Sinfonica di Milano Giuseppe Verdi, dirigida por Ricardo Chailly (Decca, 2005).
Todos estos libros, imágenes y sonidos a los que he hecho referencia como muestra de grandes obras del genio humano pueden ser vistos, oídos y admirados por cada generación, sumando a su calidad intrínseca las herramientas intelectuales, culturales y tecnológicas que ofrece cada época. No son solo experiencias pasivas, como la transmisión de la muestra de Leonardo referida, sino otras que convertimos en dinámicas al darles nuestra concentración en la lectura de un libro, en escuchar la música, en ver imágenes con sus colores y su luz. Añadiremos algún día la apertura a nuevos gozos que provoquen que nuestro tiempo merezca transcurrir en tanto se encuentran nuevos medios que nos acerquen, tal vez sin precedente en el pasado, a las grandes obras de la inteligencia. ~
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RAFAEL TOVAR Y DE TERESA (Ciudad de México, 1956) estudió Derecho en la UAM y obtuvo la maestría en Historia de América Latina en la Universidad de la Sorbona. Fue embajador de México en Italia y presidente del CONACULTA de 1992 a 2002. Es autor del libro Modernización y política cultural.