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Ficción. La Pregunta Parlamentaria en el Pleno
Cultura | Espacios Y Caracteres | Este País | Flavio González Mello | 01.01.2012 | 0 Comentarios

LXI Legislatura,
Reglamento de la Cámara de Diputados. En Diario Oficial de la Federación,
viernes 24 de diciembre de 2010.

Entre las novedades de ficción del año que acaba de terminar, destaca Reglamento de la Cámara de Diputados, de LXI Legislatura (aun cuando, siguiendo una añeja tradición de lanzamientos navideños, el texto fue publicado el 24 de diciembre de 2010, sólo comenzó a difundirse hasta inicios del 2011, con tal éxito que tan sólo cuatro meses después ya se anunciaba su segunda edición, corregida y reformada). Siguiendo la misma línea fantástica de anteriores best sellers, como Ley de transparencia y la interminable saga Reforma política, LXI Legislatura vuelve ahora los ojos sobre sí misma para brindarnos una obra cuyo carácter marcadamente autobiográfico no la exime de situaciones y personajes que son un derroche de imaginación.

A pesar de su título engañosamente árido, Reglamento destila un humor corrosivo comparable con el de Swift o Rabelais. Ya desde el primer párrafo se percibe la ironía en el uso de los adjetivos: “La cámara de diputados del Honorable Congreso de la Unión…” (Las cursivas son nuestras). En un centenar de páginas, LXI retrata los usos y costumbres de la vida parlamentaria, a través de un hipotético legislador que no falta nunca a las sesiones sin causa justificada, que se comporta con el decoro y la dignidad que corresponden a su investidura, y que incluso pide permiso cada vez que debe abandonar el Pleno.

La identidad y género de este(a) extravagante protagonista nunca son definidos claramente: con perturbadora ambigüedad, la autora sólo se refiere a “el diputado o la diputada”. Sólo de vez en cuando encontramos escuetas alusiones que parecerían indicar que se trata de una mujer, como cuando el narrador afirma que “las diputadas tendrán derecho a solicitar licencia en el ejercicio del cargo por estado de gravidez, por el mismo periodo previsto en la Ley de la materia” (referencia metatextual que nos remite a una supuesta Ley de la Gravidez, que, en un ingenioso juego de palabras, sería una suerte de versión femenina de la Ley de la Gravedad). Pero justo cuando creemos haber resuelto el misterio, una nueva disyuntiva, referida al derecho de la protagonista a “ser elegida o elegido”, hace resurgir las dudas. Al término del libro, el lector se queda con la impresión de que el/la extrañ@ protagonista no sólo podría pertenecer a cualquiera de los dos sexos, sino, quizás, a ambos sexos a la vez: una suerte de travesti o hermafrodita parlamentario, que desde su curul reta los atavismos morales de nuestra clase política.

Esta fina ambigüedad está presente en toda la obra. La omisión de una preposición hace que el legislador se vea obligado a sacar provecho privado de su cargo: “Serán obligaciones de los diputados y diputadas […] abstenerse de realizar actos que sean incompatibles con la función que desempeñan, así como ostentarse con el carácter de legislador en toda clase de asuntos o negocios privados”. Tal precisión en el uso del lenguaje, lindante en el virtuosismo, genera, como en otras obras de lxi, una multiplicidad de lecturas posibles. Hay pasajes aun más obscuros, cuyo sentido e intención nunca nos son revelados, apelando a un lector activo que debe imaginar por sí mismo el posible significado de, por ejemplo, que todo diputado deba “retirar cualquier expresión material que haya utilizado para su intervención en el Pleno, una vez que ésta haya concluido”.

Reglamento… es una obra acerca del tiempo y su relatividad en el trabajo parlamentario, y en este sentido acusa una marcada influencia de Proust, de Joyce y de Samuel Beckett. Para mostrarnos hasta qué punto los tiempos políticos difieren del transcurso que rige la vida cotidiana del lector, se incluye la siguiente definición:

Año legislativo: Es el periodo comprendido entre el primero de septiembre y el treinta y uno de agosto del año siguiente.

En el fantástico mundo de la Cámara, el día tiene un Orden que cambia constantemente y es sometido a votación; lo eterno puede fundirse con lo efímero en un solo lapso, que, sin dejar de ser permanente, queda estrictamente acotado:

La sesión permanente podrá darse por terminada cuando así lo acuerde el Pleno.

En el mundo de la Cámara Baja no sólo son relativos los tiempos: también las cuentas, los votos, las asistencias… y, por supuesto, el Pleno, ese ente metafísico que en cualquier momento puede revelarse vacío (y que poco a poco se va perfilando como el verdadero protagonista de esta historia). Todo está sujeto a ser redefinido en cualquier momento y con giros siempre sorprendentes. Véase, por ejemplo, esta triple definición del término “mayoría”, que haría las delicias de Ionesco:

1. Mayoría absoluta: Es el resultado de la suma de diputadas y diputados o votos que representen, cuando menos, la mitad más uno de los presentes;
2. Mayoría calificada: Es el resultado de la suma de diputadas y diputados o votos que representa, cuando menos, las dos terceras partes de los presentes;
3. Mayoría simple: Es el resultado de la suma de votos de los presentes, que constituye la cantidad superior frente a otra u otras opciones.

El libro contiene otras imaginativas definiciones por el estilo, que en su conjunto conforman una suerte de diccionario surrealista:

Cámara: La Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.

Recinto: es el conjunto arquitectónico que alberga a la Cámara, incluyendo salón de sesiones, edificios de oficinas, patios, jardines, estacionamientos y demás bienes nacionales destinados para el funcionamiento de la Cámara.
Dieta: Es la remuneración irrenunciable por el desempeño del cargo de Diputado Federal.

Nótese la fina crítica hacia la codicia de nuestros legisladores que deriva de adjetivar como “irrenunciable” la remuneración: irrenunciable, claro está, para cualquier Diputado Federal. Y mi favorita, que cierra el capítulo de las definiciones:

Vacante: Es la declaración hecha por la Cámara sobre la situación de ausencia en el ejercicio del cargo de diputado o diputada propietario y suplente.

Este es el tono paródico, rayano en el absurdo, con que está pintado este descarnado fresco de la Cámara, su Recinto, sus Dietas y sus Vacantes; un Congreso que, si no se toman ciertas previsiones, cualquier día puede quedar disuelto por default:

Las licencias no se concederán simultáneamente a más de la cuarta parte de la totalidad de los integrantes que componen la Cámara.

Delirantes imágenes, como la mitad de los diputados pidiendo licencia al mismo tiempo o votaciones que quedan empatadas ad infinitum, son las que le dan su peculiar fuerza expresiva a la obra, que poco a poco va revelándose como una compleja metáfora sobre las relaciones humanas y las dificultades que tenemos para mantenerlas. Los diputados se debaten permanentemente por formar “Grupos de Amistad”, por “obtener apoyo institucional para mantener un vínculo con sus representados”, por solicitar permiso para responder a alusiones personales, y —con mayor desesperación que cualquier otra cosa— por conservar el quórum aun en las más adversas circunstancias políticas y personales. Lucha que, la mayoría de las veces, parece de antemano perdida, lo cual vuelve inevitable preguntarse para qué sirven todos esos rituales. Ésa es la gran pregunta que Reglamento… formula al lector —“La Pregunta Parlamentaria en el Pleno”, para utilizar la sugestiva frase poética con la que lxi bautiza a su capítulo v, y que bien podría haber servido de título para la obra en su conjunto— y que, por supuesto, deja abierta. Quizá las posibles respuestas sean exploradas en la secuela que, con bastante claridad, es anunciada por la voz narrativa cuando afirma que “lo no previsto en este Reglamento se ajustará a las disposiciones complementarias que sean aprobadas por [quién podría ser, más que…] el Pleno”.

Resulta un lugar común afirmar que ninguna Legislatura ha alcanzado las cimas de su ancestro, el Constituyente que hace noventa y cinco años inauguró la literatura fantástica en nuestro país con su Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Es verdad que prácticamente todo libro posterior está en deuda con esa indiscutible obra maestra, y Reglamento… no es la excepción (de hecho, se hacen constantes referencias a ella a lo largo del texto). También es cierto que ningún capítulo del libro que hoy nos ocupa es comparable con el derroche imaginativo de los pasajes emblemáticos de esa empresa creativa monumental, como aquél en el que toda persona tiene derecho a la alimentación nutritiva, suficiente y de calidad, y el Estado lo garantiza; el muy famoso donde ninguna detención ante autoridad judicial excede del plazo de setenta y dos horas; o el que imagina un país donde, en tiempo de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar. Sin embargo, las obras de lxi —y de la sólida estirpe de autores a la que pertenece— siguen enriquenciendo nuestro patrimonio literario y demuestran que la ficción nacional goza de cabal salud. ~

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Dramaturgo, guionista y director de cine y de teatro, FLAVIO GONZÁLEZ MELLO (Ciudad de México, 1967) estudió en el CUEC de la UNAM y en el CCC del CNA. Algunas de sus obras teatrales son 1822, el año que fuimos imperio; Lascuráin o la brevedad del poder, y El padre pródigo. En 2001 publicó el libro de cuentos El teatro de Carpa y otros documentos extraviados. En 1996 ganó el Premio Ariel por su película Domingo siete.

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