Hace unos días despedimos a Arnoldo Martínez Verdugo, el último dirigente del extinto Partido Comunista Mexicano (PCM). Con él se va una parte de nuestra historia y para muchos también de nuestras vidas. Yo ingresé en el Partido Comunista que dirigía Arnoldo antes de cumplir 15 años, y en el PCM conocí algunas personas muy queridas cuyas amistad e ideas marcaron mi juventud: a Cristina Kanussi —hija de Dora Kanussi, la investigadora del pensamiento de Gramsci—, Christopher Domínguez Michael, Roberto Zamarripa, Héctor Orestes, David Huerta, Gloria Artís Mercadet, José Ramón Enríquez, Roger Bartra y Gilberto Rincón Gallardo, entre otros.
Era aquel partido una organización relativamente pequeña pero muy activa, de una fuerte influencia en el mundo de la cultura, en las universidades y en algunos círculos obreros y campesinos; su dirigente, Arnoldo —como lo llamábamos entonces sus camaradas—, era un intelectual cuya primera vocación profesional estaba en las artes plásticas, en la escuela La Esmeralda y en el Taller de Gráfica Popular. En mi familia, conformada por refugiados españoles y militantes socialistas y comunistas, se conocía a Arnoldo también como el marido de Natura Olivé, quien como nosotros pertenecía a ese exilio y era descendiente además de una familia libertaria catalana. Creo recordar que cuando la represión y la clandestinidad arreciaban convivíamos más Natura y sus hijos Alba y Víctor (Alba hoy se desempeña como subsecretaria de Educación Básica de la SEP y Víctor, doctor en matemáticas, falleció trágicamente en un hotel de Colima durante el terremoto de 1996), pues estos encontraban apoyo entre los españoles cuando el dirigente tenía que pasar a la clandestinidad. Años después Arnoldo y Natura terminarán su relación y el dirigente comunista se convertirá en pareja de la también militante comunista Martha Recasens, con quien convivirá el resto de su vida.
Arnoldo condujo el PCM del dogmatismo marxista al socialismo democrático y de la clandestinidad a la vida pública. Con él, el PCM abandonó definitivamente la tutoría soviética y también la cubana y la china, rompió con la idea de la dictadura del proletariado y se convirtió en una fuerza política a favor de las libertades públicas, la democracia, los derechos de jóvenes, mujeres y trabajadores. Como dirigente de los comunistas mexicanos se opuso a la invasión de Checoslovaquia y a la guerra soviética en Afganistán. Mucho antes de la caída del muro de Berlín, Martínez Verdugo conduce al pcm a su disolución por el camino de la unidad de la izquierda: en el PSUM primero, en el pms después —al unificarse con Heberto Castillo— y en el PRD al unirse con la corriente democrática que encabezaba Cuauhtémoc Cárdenas. Era un hombre de ideas claras y discursos inteligentes, ajeno por completo a los arrebatos histriónicos y a las maneras autoritarias de muchos dirigentes comunistas del mundo. Yo pienso que los buenos líderes sociales deben ser también buenos pedagogos y Arnoldo fue un gran maestro que nos hizo ver que lo más valioso de la herencia comunista era su amor a la justicia, no su poco aprecio por la libertad, su crítica del capitalismo y sus formas bárbaras de opresión, y no la justificación de un socialismo que en la segunda mitad del siglo XX había convertido a la urss, a la mitad de Europa y a parte del Oriente en dictaduras: sociedades profundamente conservadoras, oprimidas por sus gobiernos y absolutamente ineficientes. Gracias a Arnoldo, a Valentín Campa y a Gilberto Rincón Gallardo, entre otros, el PCM se convirtió en una fuerza democrática fundamental de México, abierta a la diversidad sexual y a la participación de los cristianos, incluyente y con vocación unitaria, sin cuya lucha no se habrían conquistado algunas de las libertades políticas que hoy tenemos, a pesar de la oscuridad de nuestros tiempos. Gracias a aquellos comunistas, el socialismo mexicano no quedó tampoco cubierto de la sangre de la intolerancia totalitaria, como ocurrió en otras partes del mundo, y pudo así incorporarse un espectro más amplio y rico de ideas e intereses —aunque desgraciadamente las organizaciones que Arnoldo y los comunistas ayudaron a fundar se convirtieran con el tiempo en aparatos burocráticos sin identidad ni proyecto.
La memoria de Martínez Verdugo nos recuerda también el sentido ético de la participación política; él y muchos de sus compañeros hicieron de la lucha social una forma de manifestar su inconformidad con la falta de libertades y con la explotación de los trabajadores, de resistir el monopolio del poder y organizar a la sociedad en defensa de sus derechos, pero sin los maniqueísmos que la Guerra Fría impuso al mundo ni la pasión bélica y guerrera que llevó a muchos izquierdistas de su tiempo a confrontaciones armadas que multiplicaron el dolor y la muerte sin conquistar por ello ni la justicia, ni la igualdad ni la libertad.
Casi sobra decirlo, pero en estos tiempos en que los políticos dan muestras de tal rapacería que se hace imposible discernir muchas veces entre autoridades y criminales, es pertinente señalarlo: para este comunista nacido en Mocorito, Sinaloa, en 1925, la política nunca fue una forma confortable de vivir ni mucho menos una manera de enriquecerse o hacerse de privilegios, sino una vocación de lucha que implicaba grandes riesgos y sacrificios personales, cuya compensación estaba fundamentalmente en la reivindicación ética y en el reconocimiento y aprecio de sus compañeros.
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EDUARDO VÁZQUEZ MARTÍN (Ciudad de México, 1962) fue director del Periódico de poesía. Es autor de Comer sirena (El Tucán de Virginia, 1992), Naturaleza y hechos (Era, 1999) y Lluvias y secas (Ediciones Sin Nombre, 2008), entre otros libros. Ha colaborado en Vuelta, Nexos, Artes de México y Letras Libres, entre otras publicaciones. Actualmente se desempeña como coordinador nacional de difusión del inah.