®JoyLaville
Nuestra representación del universo onírico está basada en la imagen. Las imágenes se hacen presentes por medio de una réplica del sentido de la vista, hasta hacernos “visible” la trama y la historia de un sueño.
Lo que más nos impresiona de los sueños son los detalles aberrantes o magníficos que nos ofrecen las visiones. El psicoanálisis se concentró en la interpretación de combinaciones de figuras, objetos y circunstancias para su propósito decodificador. Y ya Gilgamesh en el antiguo poema pidió a su madre Ninsun la interpretación de sus visiones oníricas. Menos frecuente resulta la aparición de los fantasmas de los otros cuatro sentidos, por lo que se nos escapan en buena medida el dolor físico, las arcadas producidas por ciertos olores y los goces que confiere el paladar.
En cuanto a lo que escuchamos o decimos en sueños, la mayoría de las ocasiones se trata de reconstrucciones que elaboramos cuando recordamos nuestras hazañas en la vigilia o bien discursos que sobrentendemos o cuyo significado comprendemos sin que por ello las palabras sean contundentes. Probablemente por ello soñar “a alguien diciendo algo” o a nosotros pronunciando una frase tiene un efecto ulterior en nuestra imaginación, y si a ello sumamos el que el universo onírico es experto en transposiciones y arbitrariedades, fácilmente podemos hallar material literario en estos sueños atendidos.
En los cuadernos que registran los sueños de Walter Benjamin, publicados en español por abada Editores, encontramos varios bellos ejemplos de esta poesía soñada. “Vi en sueños ‘una casa de mala fama’. ‘Un hotel en el que miman a un animal. Casi todos beben agua de un animal mimado.’ Soñé estas frases y me desperté sobresaltado.” O bien, su abreviada leyenda onírica en la que se juzga “al emperador”. Uno de los testigos, una mujer, muestra entre otros objetos una calavera. La mujer dice: “El emperador me ha hecho tan pobre que no tengo otro recipiente en el que pueda darle de beber a mi hija”.
A Walter Benjamin le producían una profunda impresión estos sueños, quizá porque la articulación verbal prácticamente literaria de este tipo de frases soñadas acentúa el carácter sobrenatural que reviste, no obstante la ciencia y el criterio modernos, al mundo del sueño.
Por mi parte, me conmovió mucho leer unos versos escritos oníricamente por mi abuelo en un sueño que tuve un par de meses después de su muerte. Se trataba del funeral de alguien (pero no el suyo) y en un librito de rezos que yo entendía que él había escrito, leía lo siguiente: “No te derroches, corazón contento, en cada abatimiento”.
En la ocasión más reciente, tuve un bello sueño teñido de una nostalgia intrigante. Paseaba por la Ciudad de México, que era una mezcla de ella misma y de Buenos Aires. Era muy temprano y yo buscaba hacer tiempo mientras daba la hora de la comida. Afuera de un edificio de oficinas una mujer decía una plegaria antes de arrojar su moneda a una fuente baja, pero también había ya niños recogiendo el cambio de los que habían dejado sus monedas más temprano. Escuché entonces decir: “Mientras algunos piden por la fortuna a las orillas de la fuente, otros se hacen de ella en su fondo”.
En ambas ocasiones desperté sintiéndome afortunada de haber podido retener fielmente las palabras dictadas por el sueño que, como sabemos de sobra, apenas toca con la punta de los dedos el telón de vigilia, se evaporan sus tesoros. ~
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CLAUDINA DOMINGO (Ciudad de México, 1982) es poeta y editora. Ha publicado los libros de poesía Miel en ciernes (Praxis, 2005) y Tránsito (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011). Obtuvo la beca de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en los periodos 2007-2008 y 2012-2013. Ha publicado poemas y artículos literarios en diversos medios impresos y electrónicos. En 2012 obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada, por su libro Tránsito.