La velocidad del zoom del horizonte,*
dramaturgia de David Gaitán,
dirección de Martín Acosta.
MÉXICO, DF, ALGÚN DÍA DEL SIGLO XXI.— Todos parecían excitarse ante un mismo factor: una obra de teatro de ciencia ficción. Teatro mexicano y de ciencia ficción…
A mí, la proposición me suscitó dos reacciones de intensidad equiparable mas en direcciones perpendiculares, a saber: interés y cierta desconfianza. Lo pensé así, podría ser algo brillante o un gran fiasco y, tras negarme a ver Gravity, me cuestionaba la valía de mi viernes de teatro. Al final, el remedio lógico consistió en enviar un mail, reservar asientos e ir al Bicho.
Con tan solo dos bancas, unas tres lámparas de aluminio colgando del techo, un par de imanes y seis personajes con vestuarios eclécticos —vagamente militarizados, al igual que sus corporalidades— se propicia el viaje hacia la estratósfera.
El cuidado máximo de elementos mínimos —desde la escenografía y la ambientación sonora— logra recrear exitosamente el interior de una nave en el espacio exterior. Luego, con el brillo difuso de una pantalla azulada alumbrándole el rostro, Úrsula Pruneda, quien interpreta un papel que no lleva su nombre casualmente, comienza un monólogo, una justificación que niega su misma utilidad:
La prueba es que estoy aquí, dando una especie de clase sobre la importancia de romper con la voracidad de conocimiento. Pido que comprendan que la comprensión no da dominio, sino sometimiento. Argumento que no hay que argumentar. Rindo homenaje a lo que critico y me contradigo en mis últimas palabras. No siempre tenemos que entender.
La enunciación emula —sin hacerlo del todo— el tono de un testimonial científico. Pues aquello pertenece a una bitácora, cuya referencialidad anecdótica evade la indeseada comprensión durante la fracción más significativa de la obra, pero presenta el primer trazo que emparenta al zoom con ese algo más que varios exigimos a la ciencia ficción: la flaqueza humana frente a la destrucción del dogma de la ciencia.
Desde mi acolchonada postura de observadora, distingo en La velocidad del zoom del horizonte, de David Gaitán, tres recursos que generan el ensamble dramático de una misma historia. La obra arranca con las confesiones o bitácoras. A veces monólogos, a veces dialogales, son espacios en los cuales, bajo el pretexto de esclarecer a posibles receptores en la Tierra de lo acontecido durante su viaje, todos los habitantes de una nave espacial —a la que han llamado “El Animal”— acotan algunas singularidades del universo particular de la obra, sin las cuales el espectador jamás podría comprender la trama. La estructura social de una humanidad alienada neuronalmente, un viaje experimental hacia una nueva galaxia: el zoom en el cual se enviaron a cuatro jóvenes cuya singularidad mental los hacía inadmisibles en el mundo alienado, y sus visitas, ilusiones propiciadas por la reacción que ante ellos manifiesta un mar consciente, todos estos detalles se presentan en los fragmentos de bitácora o reflexión interna de cada personaje.
El recuso de la bitácora, además de ser ingenioso, consigue una justificación total en el entramado y, al menos bajo la dirección avezada de Martín Acosta, los pasajes entre un recurso y otro se sienten naturales, orgánicos, con un ritmo bien respirado.
El segundo espacio es el desarrollo anecdótico, el cual comienza con una incómoda fiesta de cumpleaños que exhala a la vez un tono de hiperrealismo actoral y un aire posapocalíptico en su estética. Este fragmento de la obra transcurre de principio a fin y se inscribe casi totalmente en una narración lineal cuyo manejo de tensiones e intriga rinden justo tributo a los más enaltecidos logros del canon dramático-narrativo clásico. Confuso por sí solo, al ser templado por las bitácoras, el desarrollo de este pasaje de hecho sorprende por su agilidad y naturalidad que, si bien a nivel de texto resulta una lectura un poco difícil de comprender, en escena se deshilvana con fluidez.
Por último, hay un sorpresivo pero apreciable alivio cómico, suspendido entre la tradición isabelina y guiños becketeanos, donde la densidad temática del texto cobra revaloración sarcástica frente a sí misma. Estos momentos corren a cargo de Christopher y Antonio, el técnico de la nave y su visitante, aunque nunca se tiene claro quién es quién:
ANTONIO: Pero es solo un nombre. No sabemos si en verdad es la realidad.
CHRISTOPHER: Entonces lo es.
ANTONIO: No sabemos. Puede ser que la realidad solo sea tú —o yo— sentado en un espacio blanco con los ojos cerrados.
CHRISTOPHER: ¿Y morir es abrir los ojos ahí?
ANTONIO: Por ejemplo.
CHRISTOPHER: Acabas de inventar la realidad.
La suma de estos tres espacios, que construyen una sola ficción, genera con eficacia una experiencia teatral que es, a mi parecer, contundente con el epíteto de ciencia ficción. Para René Rebetez, otro demente latinoamericano que, al igual que Gaitán, cometió alguna vez la locura de escribir en el género sajón de Bradbury y Verne:
La ciencia ficción no es más que la búsqueda de respuestas a las preguntas perennes: ¿por qué?, ¿dónde?, ¿cómo? A pesar de su nombre, es la menos precisa de todas las literaturas. Su destino es errar de una pregunta a otra y, a veces, dar con la respuesta. Para acercarse a ella se requiere la certeza de que un poema oscuro dice mucho más que un discurso claro.
Aquellas preguntas perennes que menciona Rebetez se encuentran claramente en La velocidad del zoom del horizonte. Para aquellos que crecimos entre crónicas marcianas y dimensiones desconocidas hay una constancia esencial en la ciencia ficción, su naturaleza alegórica. Recuerdo “La lluvia”, un planeta creado por Ray Bradbury en el que todo el tiempo llovía por el error de una máquina diseñada para aclimatar al planeta planeando su colonización. La máquina se averiaba, la ciencia fallaba y la lluvia se adueñaba de todo al extremo de enloquecer a sus habitantes. En La velocidad del zoom…, las memorias parecen difuminarse cada cierto número de eclipses y, más allá, los personajes abandonados entre sus dogmas neuronales y sus alucinaciones inducidas por contacto extraterrestre se dedican, sin intención, a explorar los límites de su humanidad.
Como señala Rebetez, la ciencia ficción tiene una naturaleza arisca y huidiza. Irónico que el género literario que más la aborda emparente su naturaleza a la de la física cuántica: donde el observador influye en el objeto observado. Así, para los tamaños más pequeños de las partículas subatómicas y —se podría concluir— también para los textos de ciencia ficción, no existen los observadores aislados del universo mecánico, sino que todo participa en él. La lógica cuántica es tangencial a la naturaleza que rige entramado y temática en La velocidad del zoom del horizonte. Hay cierto dinamismo en la obra que juega, desde un inicio, con la necesidad del espectador por conformar sentido y anécdota. Expectativas que finalmente se ven satisfactoria y agudamente resueltas en texto y montaje. Aun cuando la obra suplica por su incomprensión, la induce. Tal vez mi mayor sugerencia sea buscar para textos similares la irresolución a nivel ontológico (no anecdótico) de algún elemento temático, fuera de dicha observación considero a esta obra un texto logrado y novedoso que acomete con la difícil tarea de traducir grandes hitos de la ciencia ficción al lenguaje teatral, siempre tan elusivo como las partículas cuánticas.~
* La obra se presentará en la sala Xavier Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque, del 10 de julio al 24 de agosto de 2014.
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ALEJANDRA CASTRO ROMERO es egresada del Colegio de Literatura Dramática y Teatro en la UNAM. Ha laborado como guionista publicitaria y guionista para diversas empresas. Así como docente externa para la UAQ impartiendo cursos de Ética y Valores. Actualmente es becaria del área de dramaturgia en la Fundación para las Letras Mexicanas.