Y de pronto resulta que han pasado cien años. Y así el horizonte sea negro, la tempestad furiosa, el sol esté nublado y ausente toda la poesía, todavía tendremos el recuerdo. Y con él vamos a hacer un homenaje. En esta ocasión al nacimiento de Efraín Huerta. Poco tiene que ver con el nombre del poeta escrito en letras de oro. Solo con el propósito de volver a leerlo. Empezar de cero. Como si fuera la primera vez.
Tótem
Siempre Amé
Con la Furia
Silenciosa
De un Cocodrilo
Aletargado.
Le decían el Cocodrilo, pero su nombre completo y verdadero fue Efrén Huerta Romo. Eligió uno de mayor sonoridad, sugerido por sus amigos. Nacido en Silao, Guanajuato, el 18 de junio de 1914; murió en la Ciudad de México el 3 de febrero de 1982.
Su enorme lista de premios y publicaciones poco habla de su obra y no dice que leer a Efraín Huerta es develar una página gloriosa e inaudita de la poesía mexicana. Lejos de metáforas aburridas, rimas clásicas y movimientos literarios. Nada que ver con un autor que, como él, fue enemigo de las citas, los epígrafes y el maquillaje. Un poeta de claridad y pureza indescriptibles que fue capaz de escribir una verdad tal cual: “Creo que cada poema es un mundo. Un mundo y aparte. Un territorio cercado, al que no deben penetrar los totalmente indocumentados, los huecos, los desapasionados, los líricamente desmadrados”.
Ahora sí
Ahora sí
Ya pensé
Muy en serio
En organizar
Mi vida,
Pero no tengo tiempo.
Huerta es uno de los “hijos de la Revolución mexicana y de la Primera Guerra Mundial”, como bien lo señaló José Emilio Pacheco al hablar del extraordinario trío de escritores mexicanos nacidos en 1914: Octavio Paz, nacido en Mixcoac el 31 de marzo; Efraín Huerta, de Silao, que vino al mundo el 18 de junio, y José Revueltas, oriundo de Santiago Papasquiaro, cuyo nacimiento se celebra el 20 de noviembre.
A pesar de la identificación con el movimiento de la Revolución mexicana, la familia del poeta sorteó tanto el acoso de los conservadores y religiosos del Bajío como el de los revolucionarios triunfantes, pues don José Merced Huerta, abogado y padre de Efraín, era simpatizante notorio del general Francisco Villa, muy impopular en aquella región que lo vio caer. No obstante, José Merced Huerta se instaló e hizo carrera en Irapuato y ahí mismo, de los tres a los diez años tendría su hogar el próximo poeta. Pero el que habría de ser geográfica y literariamente su absoluto amor, la Ciudad de México, lo esperaba.
Luego de un constante trajinar, una vida de nómada entre Silao, Irapuato, León y Querétaro, Huerta llegó a los dieciséis años a la capital mexicana. Su casa se encontraba en el número 39 de la calle Paraguay, en el centro mismo de la ciudad. El joven llegaba, justo en 1930, a lidiar con el asombro de una metrópoli verdadera.
Desinterés
Siempre
He vivido
Intrigado
En cuerpo
Y alma.
Cuando Efraín Huerta llegó a la Ciudad de los Palacios, quiso estudiar dibujo en San Carlos. Sin embargo, cursó el primer año del bachillerato en Filosofía y Letras, en la famosa “Perrera” de San Pedro y San Pablo, para después estudiar en San Ildefonso. Allí, su destino se torcería para después enderezarse. Conoció a personajes que serían su primer círculo de amigos poetas y a los muchachos de la revista Barandal, los más inquietos de San Ildefonso y que cursaban un año adelante que Efraín Huerta: Octavio Paz, Enrique Ramírez y Ramírez y Rafael López.
Poetitos
El que
Esté libre
De influencias
Que tire
La primera
Metáfora.
En aquella época Efraín Huerta no tenía dinero para libros. Las novedades europeas no llegaban ni a las bibliotecas ni a las librerías, de modo que toda la literatura moderna que leyó fue en los libros de sus amigos. También todos los poemarios de los Contemporáneos y lo que cayó en sus manos de Alfonso Reyes, Pedro Salinas, Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti. Cuentan que nunca desaprovechaba la oportunidad de copiar en sus libretas sus poemas preferidos de libros prestados o hallados en la escuela como por encanto.
Mandamiento equis
No desearás
La poesía
De tu
Prójimo.
En la primavera de 1933, Efraín Huerta conoció a Mireya Bravo Munguía, estudiante también en San Ildefonso. El amor salió a su encuentro y Mireya se convirtió en su Fuensanta, su Rosario y su Beatriz. Como todo poeta responsable fue su corazón el responsable de muchos de sus versos. A ella la bautizó con el nombre poético de Andrea de Plata. Cuentan que de una gran cantidad de poemas escritos entre 1933 y 1934 escogió veinticinco, los ordenó meticulosamente en tres partes y se los dio a leer a Enrique Ramírez y Ramírez y a su amigo incondicional José Alvarado.
Este último, en un texto titulado “Sí, Efraín, me acuerdo…”, aparecido en La Cultura en México en 1974, escribió la historia:
Efraín, Enrique y yo fuimos a pie desde la calle de San Ildefonso hasta el departamento donde vivía el primero con su familia. En un pequeño cuarto con vista a los árboles, tenía Huerta sus libros y una mesa con papeles escritos con esa esbelta letra suya. Allí estaba, inédito, Absoluto amor, poemas de los veinte años, pero de expresión segura y relámpagos originales, a veces oscuros, a veces amarillos. Enrique y yo los leímos, cada uno en silencio; Efraín fumaba interrogante. Ramírez y yo nos vimos a los ojos y, casi al mismo tiempo, dijimos uno y otro: debes publicar este libro inmediatamente. Efraín sonrió entre dudoso y entusiasta. Insistimos. A poco el libro salía de la imprenta y el nombre de Efraín Huerta empezó a ser conocido. Tanto por su labor poética como por sus colaboraciones en revistas y periódicos. En las páginas de Taller Poético, además de versos, Huerta publicó reseñas de libros de poesía y ensayos. Fue él, por ejemplo, el encargado de reseñar No pasarán y Raíz del hombre de su amigo Octavio Paz.
Hablar de Efraín Huerta es también hablar con una posición en defensa de los más altos intereses de la humanidad, él siempre se mantuvo firme en sus convicciones. Perteneció a la Federación de Estudiantes Revolucionarios y también a la Juventud Comunista. Juntando ideales con realidades, Huerta no pudo ser indiferente a los aconteceres de su tiempo. Los que lo conocieron dicen que un Efraín Huerta neutral, imparcial, no podría nunca haberse llamado Efraín Huerta.
Ay poeta
Primero
Que nada
Me complace
Enormísimamente
Ser un buen poeta
De segunda
Del Tercer Mundo.
Lo radical en Huerta, su forma de ser definitivo, se permeó también en su escritura. Textos realizados por un joven poeta que vivía intensamente la épocas convulsas. Parte de la convicción colectiva de encontrarse en la alborada de la verdadera historia, convencido de una “liberación” necesaria e inminente y con la idea de que la lucha contra el fascismo y la democracia burguesa eran el último obstáculo hacia el mundo perfecto de la dictadura del proletariado. Trató todo tema con pasión. Lo mismo un encuentro de futbol, un comentario literario, una reseña. Nada le fue indiferente o ajeno. Nunca dudó de su fe y no dejó sitio para la duda crítica: no fue, ni quiso nunca, ser un intelectual.
De clases
No hay peor
Lucha
Que la que
No se Hizo.
David Huerta, hijo de Efraín, escribe que su padre era un poeta sin el menor interés por hacer una carrera literaria convencional. Que era un lector voraz y caótico, si se quiere, pero con un ejemplar sentido del orden en el momento de sentarse ante la máquina de escribir. El mismo poeta se declaró también “antipoético por excelencia”. En un medio donde casi todos los poetas declaraban que la poesía era su vida misma y que si no pudieran escribir más, morirían, Efraín Huerta se reía gozosamente. Siempre halló ridículos los afanes de trascendencia y, con genuino desdén ante lo solemne, reaccionaba escribiendo más poesía o componiendo otro poemínimo:
La contra
Nomás
Por joder
Yo voy
A resucitar
De entre
Los Vivos.
Ante Huerta tanto da temblar como comprender. Su poesía es más profunda y filosófica que un buen llanto y a la vez tan ligera como un carcajada. Quizá después de este homenaje lo lean las generaciones venideras. Y, si acaso no lo hacen, ya el propio Cocodrilo les escribió una dedicatoria: “Paso dado ni Dios lo quita”.~
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CECILIA KÜHNE (Ciudad de México, 1965) es escritora, locutora, editora y periodista. Cursó la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM y estudios de maestría en Historia de México. Editó la sección cultural de El Economista por más de seis años y aún sigue colaborando. Fue directora del Museo del Recinto a Don Benito Juárez y becaria del Fonca. Es coautora del libro De vuelta a Verne en 13 viajes ilustrados (Editorial Universitaria de la Universidad de Guadalajara, México, 2008). Se desempeña como jefa de contenidos en el IMER desde hace siete años.