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Ha llegado el momento de una iniciativa fundamental que reúna los esfuerzos para mitigar el cambio climático con la conservación de la biodiversidad y la protección de las tierras silvestres en beneficio del ambiente. La investigación científica reciente ha mostrado con claridad que proteger ecosistemas fundamentales como los bosques, los humedales y los pantanos (ya sean tropicales, templados o boreales) mantiene intactas las reservas de carbono, evita las emisiones a partir de la deforestación y la degradación, y es necesario para resolver el problema del cambio climático. Este nuevo entendimiento propiciará importantes avances en el cambio climático y en la crisis de la extinción de la biodiversidad.
El cambio climático ha llegado a ser el problema ambiental principal de nuestro tiempo por una buena razón (IPCC, 2007a). El rápido aumento de la temperatura amenaza el bienestar del ser humano de varias maneras: la elevación de los niveles del mar traerá como resultado millones de personas sin hogar, las poblaciones de mosquitos portadores de malaria alcanzarán a millones de africanos que viven en áreas que alguna vez fueron muy frías para estos insectos y habrá un aumento en la frecuencia de fenómenos climáticos extremos como sequías, incendios, inundaciones y huracanes. El agua potable se volverá escasa en algunas áreas, lo que conducirá a aumentar las tensiones y los posibles conflictos armados por el acceso a este recurso básico. Es incluso posible que pudiéramos experimentar “sorpresas climatológicas” –cambios rápidos en el sistema climático, a gran escala y difíciles de predecir, como los que han ocurrido en el pasado geológico. Por ejemplo, corrientes oceánicas como la del Golfo del Atlántico norte, podrían cambiar, volviendo más frío el clima de Europa occidental y ocasionando una menor productividad agrícola.
El cambio climático también amenaza otras formas de vida con las que compartimos la Tierra. Los arrecifes de coral se están blanqueando y con ello se destruye un hábitat fundamental para los peces; el cambio climático dará como resultado la extinción de muchas poblaciones de especies sensibles a la temperatura, como las picas americanas (un roedor de montaña); y los hábitat de otras especies –como el de la trucha de agua fría y los osos polares–, cambiarán o desaparecerán. Estos cambios ya están en camino y amenazan a muchas especies de la vida silvestre.
El dióxido de carbono
El problema general que ha conducido al rápido cambio climático es que los humanos estamos liberando dióxido de carbono (y otros gases de efecto invernadero) en la atmósfera a una velocidad mayor de la que tienen los procesos atmosféricos que pueden removerlo. Una cierta cantidad de calor en la atmósfera beneficia y nos proporciona un clima tolerable, pero el creciente aumento de la concentración de dióxido de carbono está causando una elevación en la temperatura global con consecuencias desastrosas.
La causa de este rápido cambio climático es, sobre todo, resultado de dos tipos principales de acciones: la quema de combustibles fósiles y la deforestación y degradación de los ecosistemas naturales. Estas actividades liberan dióxido de carbono en la atmósfera desde lugares que se encuentran sobre la superficie terrestre o debajo de ella donde estaba previamente almacenado sin provocar daño o atrapado en alguna de las numerosas formas del carbón, a las que llamamos combustibles fósiles. La quema de aceite con elevadas concentraciones de carbono (carbon-dense oil), de carbón y de reservas de gas es ampliamente reconocida como la fuente principal de dióxido de carbono.
La segunda acción humana que libera grandes cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera es la conversión y la degradación de los bosques naturales y otros ecosistemas con carbono concentrado. Una cantidad sustancial de dióxido de carbono se almacena en los ecosistemas naturales, particularmente en los bosques, humedales y pantanos, que actúan como barrera y regulan el nivel atmosférico del dióxido de carbono. En estos ecosistemas terrestres hay almacenadas algo así como 7 billones de toneladas de dióxido de carbono. Los seres humanos han agotado estas reservas de carbono verde (Mackey et al., 2008a) liberando el dióxido de carbono en la atmósfera a un ritmo alarmante; cerca de la mitad de los bosques del mundo están ya deforestados y sigue aumentando la velocidad a la que el suelo se transforma y degrada (Millennium Ecosystem Assesment 2005; Shearman et al., 2009). Algo similar ha sucedido en el último siglo con cerca de la mitad de los humedales del mundo (Finlayson y Davidson, 1999).
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