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La naturaleza del cambio climático
Cambio Climático | Este País | Harvey Locke, Brendan Mackey | 05.10.2009 | 0 Comentarios

En el ecosistema de los bosques, el carbono está almacenado en la biomasa viva y muerta, y en el suelo. En los trópicos, la mayor parte del carbono está almacenado en los árboles vivos. En los bosques boreales se encuentra proporcionalmente más carbono en el subsuelo debido a los lentos índices de descomposición. Los bosques templados almacenan grandes cantidades de carbono en los árboles vivos, en la biomasa muerta y en el suelo. La mayor parte del carbono de la biomasa viva se encuentra en árboles grandes y viejos. Proteger la maduración del bosque primario en todas sus formas (tropical, templado o boreal) de las actividades humanas –que agotan las reservas de carbón eliminando sobre todo los árboles grandes y viejos y alterando la biomasa muerta y el carbono del suelo debe reconocerse como parte de la solución al cambio climático en los países desarrollados y en desarrollo. Igualmente, la conservación de los humedales es importante para prevenir la liberación de los gases de efecto invernadero (CUIBA, 2008). Y se ha demostrado que los enormes pantanos de los ecosistemas boreales del norte enfrían el clima absorbiendo carbono y lo continuarán haciendo si los dejan intactos (Frolking y Roulet, 2007). Las tierras silvestres y la conservación de otros hábitat intactos es beneficioso para el clima, la biodiversidad y los servicios asociados al ecosistema.

Además de la mitigación, los ecosistemas naturales intactos y las áreas silvestres son importantes para los esfuerzos de adaptación. En distintas regiones y de diferentes maneras, el cambio climático estresará los ecosistemas y los servicios ambientales que proporcionan, particularmente la provisión de comida y agua dulce. Muchas comunidades serán afectadas, sobre todo las de los países más pobres. Los ecosistemas naturales intactos, con su biodiversidad funcionando totalmente, son más resistentes al estrés que las tierras erosionadas. Los ecosistemas saludables probarán ser un recurso invaluable para ayudar a las comunidades a adaptarse al inevitable cambio climático. Dejar intactas extensas áreas silvestres hará posible que se pongan en funcionamiento los procesos naturales mediante los cuales las especies pueden adaptarse y sobrevivir a las condiciones cambiantes (Fishlin et al., 2007; Mackey et al., 2008b). Las iniciativas de conectar la conservación–amplios sistemas de áreas protegidas conectados mediante el manejo conservacionista en las tierras intervenidas que abarcan elevaciones y altitudes– son la mejor estrategia para lograr que las especies terrestres se adapten y los ecosistemas resientan el cambio climático (World Conservation Congress, 2008; Heller y Zavaleta, 2009). El Programa de Trabajo sobre Áreas Protegidas del CD Breconoce estas herramientas.

Desafortunadamente, los intentos de educar a las personas sobre el importante papel de los ecosistemas naturales saludables para la mitigación y adaptación, están siendo minados por varios mitos sobre el cambio climático. Un mito extendido es que los bosques viejos no son de ayuda para mitigar el cambio climático porque son fuentes de carbono y no sumideros de dióxido de carbono. Esta visión de los bosques primarios ha conducido a algunos comentaristas a argumentar que deberían ser cortados y reemplazados por árboles más jóvenes que absorben el dióxido de carbono de la atmósfera a un ritmo mayor que los árboles viejos. Este argumento está equivocado por numerosas razones. Para empezar, ignora el hecho de que los viejos bosques poseen, por ejemplo, grandes reservas de carbono. Movilizar y liberar en la atmósfera este carbono mediante la deforestación y la degradación, crea una escasez de carbono que toma cientos de años recuperar mediante nuevos cultivos (Righelato y Spracklen, 2007). Además, la suposición subyacente es simplemente equivocada porque los bosques maduros y muy viejos han demostrado tender a ser más sumideros que fuentes (es decir, secuestran más dióxido de carbono que el que emiten) (Luyssaert et al., 2008). En otras palabras, los bosques primarios, y especialmente los más viejos, deben mantenerse intactos por el bien del clima.

Biodiversidad y ecosistemas naturales

Los esfuerzos del convenio sobre cambio climático pueden llegar a tener efectos perversos a menos que reconozcan la biodiversidad y los ecosistemas naturales. En los procesos de ahora del UNFCC, no se reconoce el papel de la mitigación de los ecosistemas naturales y tierras silvestres que incluyen los bosques primarios y los humedales. Esta visión del mundo se manifiesta en varias de las decisiones y normas claves desarrolladas desde que este convenio tiene efecto. La definición de bosque del Protocolo de Kyoto es ciega a la biodiversidad y no hace ninguna distinción entre un bosque natural primario, un bosque muy explotado por la industria maderera y una plantación de monocultivo. Esto es contraproducente porque las reservas actuales de carbono de un ecosistema forestal varían enormemente dependiendo de su condición, que es resultado de la historia del uso de la tierra (Gibbs et al., 2007; Mackey et al., 2008).

Ciertos intentos de mitigación pueden conllevar algunos resultados perversos. Las tecnologías para producir energías renovables podrían fragmentar grandes extensiones silvestres, conduciendo a una mayor deforestación y degradación, y a las emisiones asociadas con ello. La infraestructura de caminos diseñada para los molinos de viento o para las nuevas reservas hidroeléctricas y todas las redes asociadas con formas de producción de energía, perturban los ecosistemas naturales al liberar en la atmósfera carbono verde, reducir la resistencia de los ecosistemas y alterar los procesos naturales que permiten a las especies adaptarse y resistir al cambio climático. Estos logros serían contraproducentes. Los mecanismos de producción de energías renovables deberían colocarse en áreas ya alteradas, que no faltan en absoluto.

De la misma manera, se habla cada vez más de la “geoingeniería” para abordar el cambio climático (Victor et al., 2009). En vez de basarse solamente en la reducción de emisiones, la geoingeniería podría procurar enfriar el clima con la participación de la humanidad a escala planetaria. Una de las ideas es intentar aumentar la absorción oceánica de dióxido de carbono de la atmósfera mediante la fertilización del océano con nutrientes que estimulen el crecimiento del plancton. Otra idea es enviar partículas a la capa más alta de la atmósfera para que “mejoren el albedo”, es decir, el reflejo de los rayos solares que regresan al espacio exterior. Este tipo de soluciones suponen que la Tierra es un sistema simple, lineal –como un reloj–, que se ajusta al pensamiento ingenieril convencional. Pero la Tierra es un sistema adaptativo, complejo, regido por retroalimentaciones no lineales y lleno de sorpresas climáticas. Con estas intromisiones a gran escala en los sistemas naturales, es enorme el riesgo para la biodiversidad y para los objetivos de los convenios CDB y del cambio climático. Si no se predicen los efectos de estas actividades, va a ser casi imposible revertirlos. Las soluciones reales –reducir las emisiones de la quema de combustibles fósiles y prevenir la deforestación y la degradación de los ecosistemas naturales y de las áreas silvestres– son más prosaicas, pero tienen una alta posibilidad de éxito sin ninguna consecuencia negativa para los ecosistemas naturales de la Tierra.

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